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Atentados del 13 de noviembre de 2015: seis años después, nadie los ha olvidado (1/2)

Primera modificación:

Homenaje a las 130 personas asesinadas en la sala de espectáculos Bataclan el 13 de noviembre de 2015, en una ceremonia de aniversario en 2019. © Stephane de Sakutin / AFP

Noam es policía y Célia, cirujana. Los dos vivieron los atentados del 13 de noviembre en París y en Saint-Denis. Como parte de los testimonios a France 24, aceptaron explicarnos cómo estos ataques afectaron sus vidas y de qué forma decidieron seguir adelante.

El 13 de noviembre de 2015, París fue sacudida por atentados yihadistas que dejaron 130 personas muertas y 350 heridas fuera del Estadio de Francia, en terrazas de la capital y en la sala de conciertos Bataclan, que se ubica en el distrito número 11.

Seis años después, desde este 8 de septiembre y por casi nueve meses, la justicia se sumirá en el horror de estos atentados, los más mortíferos perpetrados en suelo francés tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Si la noche del 13 de noviembre marcó la vida de los numerosos heridos y de los familiares de las víctimas, los atentados también dejaron su huella en los parisinos con los que nos encontramos, quienes nos cuentan cómo siguieron adelante con sus vidas.

  • Noam, policía que se encontraba cerca de París: “Estos trágicos acontecimientos me hicieron ver lo preciosa y frágil que es la vida (…) No quiero volver a trabajar en la policía”
Noam, exbrigadista del servicio de inteligencia de la policía francesa.
Noam, exbrigadista del servicio de inteligencia de la policía francesa. © DR / Noam

Noam no tenía previsto trabajar la noche del 13 de noviembre de 2015. Sentado en el sofá de su casa, este brigadista de 45 años del servicio de inteligencia de la policía francesa estaba viendo el partido amistoso entre Francia y Alemania, y mirando de vez en cuando sus redes sociales, como le gusta hacer. No tardó en darse cuenta de que algo estaba pasando al revisar su cuenta de Twitter. 
”La situación empezaba a salirse de control”.

Sus preocupaciones pronto fueron confirmadas por una llamada telefónica. “Un colega me llamó para decirme que había explotado una bomba en los alrededores del Estadio de Francia, sin saber si era o no un acto terrorista, como estaba trabajando en la lucha contra el terrorismo, mis colegas me preguntaron si podía ayudarles”. Sin dudarlo, Noam se subió a su moto. En el camino, una segunda bomba explotó. Cuando llegó al lugar de los hechos, escuchó una tercera explosión frente a un McDonald’s.

Junto con el prefecto, entró en el café Events y descubrió la escena del crimen, aturdido. “Me quedé atónito, nunca habíamos visto este tipo de escena”. Lo que a primera vista creyó que eran trozos de carne en las mesas del restaurante eran, en realidad, los restos del cuerpo del terrorista suicida. Estado de shock total.

Todavía acompañado por el prefecto, quien mantenía la calma, decidió adoptar esta misma actitud. “Me dije a mí mismo que no era el momento de dejar que mis emociones se apoderaran de mí, las bloqueé e hice mi trabajo”. Al lado del restaurante encontró el pasaporte sirio del terrorista, que luego resultaría ser falso. Acompañó al prefecto para garantizar su seguridad y pidió que se verificaran las placas de todos los vehículos de la zona. Entonces empezó a recibir llamadas de personas que querían información sobre sus familiares en el Bataclan. “Al escucharlos, me sentí angustiado, estaba muy triste”. El policía dejó de contestar las llamadas de los números desconocidos. “No quería asumir una gran responsabilidad y tener que anunciar una noticia terrible”.

Unas semanas después de los hechos, la frustración y la ira lo dominaban. “Me decía que lo habíamos dejado pasar, que con los medios materiales y económicos se podría haber evitado el drama. Las herramientas de la policía son ineficaces y obsoletas”.

Su rabia creció aún más cuando descubrió que él mismo había redactado el expediente de Samy Amimour, uno de los autores de los atentados. “Solo estaba bajo supervisión judicial cuando debería haber estado encarcelado”. En ese momento, todavía había “demasiado estrés para hacer un balance”, pero desde entonces, el policía ha superado las heridas de aquella horrible noche. “Esos trágicos acontecimientos me hicieron ver lo preciosa y frágil que es la vida. Me di cuenta de que ya no quería trabajar en la policía: ser funcionario de la DGSI (Dirección General de la Seguridad Interior), por desgracia, solo sirve para ponerse de objetivo”.

El policía también sintió que se produjo una fractura entre algunos colegas tras los atentados. “Algunos me dijeron que ya no confiaban en mí porque era musulmán. Siempre he sido leal, patriota, pero no quería tener que justificarme más, así que preferí dejar la policía”.

Desde entonces, Noam se ha tomado el tiempo de reflexionar. Ahora quiere dedicarse a la enseñanza para transmitir lo aprendido. Recientemente se dirigió al CLSPD (Consejo Local de Seguridad y Prevención del Delito) para utilizar sus conocimientos sobre el terrorismo. Sus anhelos también lo llevaron a escribir; está trabajando en un nuevo libro sobre temas de seguridad. “Ahora quiero vivir una vida apacible”.

  • Célia, cirujana: “Esto es algo que siempre será parte de mi vida. Sé que puedo ser útil en estos casos”
Célia, exjefa de clínica y cirujana vascular del hospital Bichat de París.
Célia, exjefa de clínica y cirujana vascular del hospital Bichat de París. © DR / Célia

Aquella noche, Célia, con algunos meses de embarazo, estaba sentada en pijama con su pareja viendo una película. Rápido, la joven fue alertada por los incesantes mensajes de texto de su familia y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. A sus 33 años, esta cirujana vascular era entonces jefa de clínica en Bichat. Sin pensarlo dos veces, llamó a sus colegas para que acudieran a atender a los heridos. Lo único que pedía era llegar sana y salva al hospital, porque fuera la matanza seguía en el Bataclan y los tiradores de las terrazas se habían dado a la fuga. “Una patrulla de policía vino a escoltar mi taxi, como se hace cuando se transportan pulmones para un trasplante”. Lo que le esperaba en el hospital Saint-Louis, adonde fueron llevados muchos de los heridos esa noche, era inimaginable. “Una verdadera escena de guerra”, recuerda.

Ya conocía las heridas de bala; su trabajo consistía en reparar vasos sanguíneos, por lo que tenía que trabajar con traumas muy graves. Pero lo que más conmovió a la cirujana fue el “silencio” imperante en la unidad de cuidados intensivos y la “mirada ausente” de sus pacientes. “Acababan de ser atacados con una violencia sin precedentes en un momento en que ni siquiera se lo habían imaginado, con una copa en la mano y sus amigos en una terraza. Recuerdo a una joven con grandes heridas que parecía como desprendida de su cuerpo, como si ya no tuviera nada que perder o como si ya lo hubiera perdido todo”.

Durante toda la noche, Célia trabajó duro. De madrugada, salió del hospital aturdida y se consoló viendo el amanecer. Seis meses más tarde, las imágenes volvieron a su mente durante su permiso de maternidad. “Tuve muchas pesadillas”, dice. “Creo que, mirando hacia atrás, absorbí mucho y pienso que tuve un trastorno de estrés postraumático”, explica. Célia escribe para sacarlo todo.

De los pacientes atendidos aquella noche, recuerda a un deportista de élite cuya carrera quedó destrozada por la bala que le perforó el pulmón. “Escribió un libro, lo compré y eso me permitió saber de él”.

“Es algo que siempre será parte de mi vida (…) Sé que puedo ser útil en estos casos”, repite, recordando aquella interminable noche, orgullosa de haber podido ayudar a “mantener la calma”. Hoy trabaja en Savoie, lejos de París. Antes de esta tragedia, tenía la intención de hacer carrera en el trabajo humanitario en zonas de guerra, pero cambió de opinión después de ver “el horror” de cerca. Aunque no descarta poner sus conocimientos al servicio de los demás si vuelve a ocurrir. “Si tuviera que volver a hacerlo, lo haría sin dudarlo”.

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