El mandatario cambia de estrategia y se reúne en la misma semana con los grandes empresarios y con el expresidente Uribe
Mantuvieron una reunión formal en una sala y después se fueron todos a un salón en el que les prepararon el almuerzo. Los hombres llevaban camisas claras y pantalones cafés. Las mujeres, vestidos largos. La hora de la comida debía ser un momento de distensión, pero todavía flotaba en el ambiente cierta incomodidad. Por ejemplo, Luis Carlos Sarmiento Angulo, el hombre más rico del país, no había dicho a esas alturas ni una sola palabra, según uno de los presentes. Gustavo Petro lucía en esas charlas entrecortadas esa sensación de ausencia que lo acompaña como una nube. Para romper el hielo, Verónica Alcocer, la primera dama, dio por concluida la sobremesa y dirigió a todos a una sala de muebles oscuros bañada por la luz artificial, donde ella misma ofreció habanos y licor Cointreau a los invitados. La esposa del presidente se ganó a todos y, poco a poco, los rostros severos se fueron relajando. Se vio a Petro menos encorsetado, y hasta Sarmiento Angulo, del que todos andaban pendientes, pronunció unas breves palabras. Por unos momentos, el mundo estaba en paz, todo fluía, ni el presidente era un comunista que había venido a dinamitar las bases del capitalismo, ni los empresarios unos avaros que no tienen concepto de nación.
Petro, sabedor de todas las dificultades que se le van a presentar en 2024, trata de instaurar un clima político distinto en el país, uno menos crispado que el actual. La reunión que mantuvo esta semana con los llamados cacaos, los empresarios cuyas compañías tienen mayor peso económico en la producción nacional, ha sido el primer gesto de que entramos en la era de Petro III, un mandatario de nuevo abierto a generar nuevos consensos y mayorías que aglutinen el país a su alrededor. El primero fue el que buscaba el acuerdo nacional, el que incluyó en su gabinete a pesos pesados de centro para que manejasen las finanzas, la agricultura y la educación. El segundo, el que harto de las resistencias que se generaban dentro de su propio Gobierno hacia las transformaciones que quiere emprender, rompió con esa ala moderada y volvió a sus esencias, a la base, apelando a las marchas en la calle y el discurso en el balcón.
Ese Petro se dio de bruces con las resistencias del país, que sabía poderosas, pero no tan paralizantes como han resultado ser. Sus reformas se estancaron en el Congreso y el presidente, a ratos, se vio aislado. Le invadió una sensación de urgencia, según quienes le rodean, y cayó en la cuenta de que, de seguir por este camino, su administración iba directa al fracaso. Su popularidad ha bajado, la violencia no mejora y la economía no va especialmente bien. Necesitaba un giro de guion. Así llega esta tercera versión de un presidente que a lo largo de su vida ha demostrado ser ambiguo y camaleónico: un outsider que lleva 30 años en las instituciones; un exguerrilero sin alma ni disciplina de soldado; un feroz congresista temido por aquellos a los que fiscalizaba; y un presidente que quiso hacer una entente nacional, acabó decepcionado y se aisló, pero que ahora intenta volver a la carga.
A la reunión con los cacaos se sumó otro encuentro con el expresidente Álvaro Uribe –ya llevan cinco–, su otrora némesis política, y los miembros de su partido, el Centro Democrático, para discutir sus diferencias en torno a la reforma a la salud, la propuesta del Gobierno más resistida en el Congreso –y en muchos sectores de la sociedad–. Una prueba más del nuevo Petro que se asoma en el horizonte, aunque la cumbre concluyó sin ningún acuerdo. “Esto no puede ser una disputa ideológica entre lo público y lo privado, esto trasciende la disputa ideológica”, declaró Uribe sobre una discusión que calificó de “debate franco”. Petro no dio declaraciones. Ambas reuniones fueron bien recibidas entre sus críticos. El presidente necesita gobernabilidad, busca recobrar las extraviadas mayorías legislativas y desempolva su gran acuerdo nacional entre diferentes. Le preocupa su legado.
Con este nuevo talante, Petro ha destituido también a una figura clave que gozaba de toda su confianza, el comisionado de Paz, Danilo Rueda, en medio de una crisis de seguridad que amenaza su anhelada paz total. Era un viejo reclamo que le hacían desde diversas orillas. Optó por relevarlo por Otty Patiño, una figura más veterana y contrastada para llevar adelante los diálogos simultáneos con distintos actores armados.
Pero no todo fueron señales de apertura durante una semana que bien podría marcar un punto de inflexión. A Petro se le esperaba el viernes en la ceremonia por el séptimo aniversario de la firma del acuerdo de paz con la extinta guerrilla de las FARC. Nunca llegó. Fue un desaire a Juan Manuel Santos, otro expresidente al que se le presume más cercano; a los artífices de esa negociación y al partido Comunes, que se considera parte de la coalición de Gobierno. “Infortunadamente nos había prometido que venía hoy, pero acaba de anunciar que no viene”, se lamentó Santos sobre la tarima del Centro Nacional de Memoria Histórica. El también Nobel de Paz no desaprovechó la oportunidad para pedirle, por enésima ocasión, que la paz total no opaque la implementación del acuerdo ya firmado. “Con implementarlo solamente, este Gobierno pasaría a la historia”, sostuvo. Y le pidió nombrar un responsable para la implementación que tenga autonomía, poder y presupuesto, como el propio Petro prometió en marzo.
El primer presidente de izquierdas de la Colombia contemporánea tampoco se ha mostrado dialogante con los congresistas de la coalición de Gobierno que ventilan sus reparos a la reforma a la salud, en especial los del fracturado partido progresista Alianza Verde. “Aquí al parecer solo se habla con Uribe. Con los demás críticos, no”, se lamentó en una entrevista con este periódico la representante verde Catherine Juvinao, que aboga para que su partido se pase a la independencia. De hecho, la cumbre que pretendía acercar al uribismo terminó por distanciar a los verdes por cuenta de las desafortunadas declaraciones del ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, quien aseguró que no podía tener puestos en el Gobierno sin acompañar las reformas. Sus palabras multiplicaron las voces indignadas que piden a los verdes declararse en independencia. El gran acuerdo nacional vuelve a estar de moda, pero aún no está claro a quienes incluye.