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Opinión

MIGUEL JIMÉNEZ: Un peligro llamado Trump

Entre la cárcel y la Casa Blanca; entre la campaña electoral y el banquillo—acusado de 91 delitos—, Donald Trump es el primer presidente estadounidense derrotado que vuelve a la carga. Su primer desafío, las primarias republicanas. Después, las elecciones presidenciales. Su victoria, cimentada en el proteccionismo y el nacionalismo, supondría un riesgo para la democracia de EE UU y su papel en el mundo. Él sigue huyendo hacia adelante

Donald Trump puede acabar 2024 con un pie en la Casa Blanca o con un pie en la cárcel. Incluso con un pie en cada lado. El expresidente de Estados Unidos tiene la agenda de 2024 repleta de citas con las urnas y con los tribunales que atraerán todos los focos. Dependiendo del desenlace puede ser no solo el gran protagonista del año entrante, sino también el de 2025. Trump está dando rienda suelta a algunas de sus pulsiones autoritarias y su hipotético regreso a la presidencia se percibe como un riesgo para la democracia y para el papel de Estados Unidos en el mundo.

Las elecciones presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre son la traca final de un año cargado de comicios en todo el mundo. Joe Biden busca la reelección, pero su popularidad es muy baja por su avanzada edad (iniciaría el nuevo mandato con 82 años), por la inflación (que ha encarecido los precios de la gasolina y los alimentos al mayor ritmo en cuatro décadas) y por otros factores de política interior (inmigración, delincuencia…) y exterior (incluida su posición en las guerras de Ucrania y también de Gaza).

Aunque Biden probablemente perdería la elección con claridad contra un rival con una mochila menos pesada, a quien adoran las bases del Partido Republicano es a Trump. Al tiempo, el rechazo que genera en los votantes moderados e independientes y la posible movilización de los electores progresistas para evitar su vuelta es la mejor baza de los demócratas.

Donald Trump, fotografiado en su  avión privado, en  junio de este año,  durante un encuentro  con periodistas en Carolina del Sur.
Donald Trump, fotografiado en su avión privado, en junio de este año, durante un encuentro con periodistas en Carolina del Sur.DOUG MILLS (NEW YORK TIMES / CON

El expresidente es el gran favorito para la nominación republicana a la presidencia, a gran distancia de Ron DeSantis y Nikki Haley. Se ha dado el lujo de no acudir a los debates con el resto de los candidatos y aun así tiene mayor intención de voto que todos ellos juntos. Esa ventaja demoscópica necesita certificarla aún en la carrera de las primarias, que empieza el 15 de enero con los caucus de Iowa. Ese mismo día está previsto que empiece el juicio civil en la demanda por difamación presentada por la escritora E. Jean Carroll. A partir de ahí, citas judiciales y políticas se alternan y entremezclan todo el año.

Además de las demandas civiles, el expresidente está imputado en cuatro casos criminales (en Washington, Nueva York, Florida y Georgia) en los que se le acusa de un total de 91 delitos. Los casos de Washington y Georgia son por sus intentos de anular la victoria de Joe ­Biden en las elecciones de 2020, un comportamiento que desembocó en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por parte de sus seguidores. Trump aún mantiene esa mentira que le ha permitido esquivar la imagen de perdedor y volver a presentarse así a las elecciones, algo que no había hecho nunca ningún otro presidente derrotado en su intento de reelección.

Es decir, Trump vuelve a las urnas sin que se haya depurado su responsabilidad por sus actos para subvertir el resultado electoral de 2020, lo que somete a la democracia estadounidense a una tensión enorme. “Votaremos para preservar nuestra república”, escribe en su libro Juramento y honor, recién publicado, la excongresista republicana Liz Cheney. “Como nación, podemos soportar políticas perjudiciales durante un mandato de cuatro años. Pero no podemos sobrevivir a un presidente dispuesto a acabar con nuestra Constitución”, añade la congresista, alertando del riesgo de que Estados Unidos se deslice a un régimen dictatorial por primera vez en su historia.

Los abogados de Trump tienen como una de sus estrategias de defensa poner trabas a la instrucción de los casos y es posible que con sus recursos y cuestiones previas logren diferir algunos de los juicios, pero, de momento, en su agenda está marcado en rojo el 4 de marzo. La jueza federal Tanya Chutkan ha fijado para ese día el comienzo del juicio de Washington por el intento de alterar los resultados de las elecciones de 2020, que perdió frente a Joe Biden. Trump ha alegado inmunidad presidencial con el argumento de que estaba ejerciendo las funciones propias de su cargo. Aunque la jueza ha rechazado su petición de archivar el caso (y le ha dicho que haber sido presidente no le concede una carta de salida de la cárcel), sus abogados han recurrido al tribunal de apelaciones. El fiscal ha pedido al Supremo que se pronuncie cuanto antes al respecto, pero el juicio va camino de retrasarse.

“Si eso ocurre, los votantes acudirán a las urnas sin saber si uno de los candidatos de las elecciones actuales es penalmente responsable de intentar anular las últimas y subvertir la voluntad de los votantes”, señalaba recientemente Randall Eliason, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad George Washington y autor del blog Sidebars.

El inicio del juicio el lunes 4 de marzo marcaría las primarias del día siguiente, el supermartes, el día que se eligen una mayor cantidad de delegados para la designación del candidato presidencial en la convención republicana del 15 al 18 de julio del año próximo.

Hay otro juicio agendado para marzo, el de su primera imputación, por las falsedades mercantiles en los pagos para ocultar escándalos que temía que arruinasen su campaña de las presidenciales de 2016 (uno de ellos a la actriz porno Stormy Daniels, para silenciar una supuesta aventura extramatrimonial). Este está programado ante un tribunal del Estado de Nueva York, durante cinco semanas a partir del 25 de marzo de 2024. Luego llegaría el caso penal por delitos contra la ley de espionaje y obstrucción a la justicia por retener en su poder de manera ilícita material clasificado tras su marcha de la Casa Blanca. La jueza del Distrito Sur de Florida ha programado un juicio de cinco semanas desde el 20 de mayo de 2024, aunque también es probable que se retrase. Y está pendiente de fecha el juicio en Georgia por el intento de robo electoral en ese Estado, el caso que inmortalizó la foto de la ficha policial de Trump.

Entre medias de esas fechas se irían celebrando las elecciones primarias. Aunque habrá votaciones hasta junio, lo previsible es que en marzo o abril la nominación esté cantada. Por ahora, a Trump le ha ido bien con los casos judiciales. Pese a las pruebas en su contra, palmarias en algunos de los casos, ha conseguido presentarse ante sus votantes como víctima del sistema, casi un mártir perseguido políticamente de forma injusta en lo que él denomina una “caza de brujas” con propósitos de interferencia electoral.

No solo eso. En una deriva autoritaria, Trump ha prometido abiertamente perseguir a sus rivales políticos si vuelve a la Casa Blanca, como venganza por sus imputaciones. “Sí. Si hacen esto, y ya lo han hecho, pero si siguen adelante con esto, sí, ciertamente podría suceder al revés”, dijo en una entrevista concedida a Univision en noviembre. “Lo que han hecho es soltar al genio de la botella”, continuó. “Han hecho algo que permite al próximo partido…, si por casualidad soy presidente y veo a alguien que lo está haciendo bien y me está ganando, digo: ‘Ve y acúsalo’. Estarían fuera de juego. Estarían fuera de las elecciones”, añadió.

Su retórica violenta y autoritaria ha sido comparada con la de dictadores fascistas y populistas. Entre los ejemplos, la deshumanización de los rivales políticos a los que Trump se ha referido como “alimañas” que hay que “erradicar” o sus afirmaciones de que los inmigrantes indocumentados están “envenenando la sangre del país”, expresiones con ecos de la Alemania nazi o la Italia fascista, como han puesto de manifiesto los historiadores y el propio Biden. “No es una palabra usada a menudo, excepto en la Alemania nazi, una frase específica con un significado específico. Y es un eco del lenguaje que se escuchaba en Alemania en los años 30″, dijo el presidente en un acto en Boston. Trump ha atacado a jueces y fiscales, ha sugerido que el que fue su jefe de Estado mayor Mark Milley merecía ser ejecutado y se ha mostrado partidario de disparar a quienes roben en las tiendas.

“Las fake news difaman al presidente Trump como ‘fascista’ y en el siguiente párrafo señalan cómo el régimen actual lo ha arrestado, a su principal oponente político, cuatro veces”, se defendía la portavoz de Trump, Liz Harrington. “El autoritarismo está aquí”, añadía.

Documentos clasificados hallados por el Departamento de Justicia de EE UU en un cuarto de baño de la residencia  de vacaciones de Trump, Mar-a-Lago, en Florida.
Documentos clasificados hallados por el Departamento de Justicia de EE UU en un cuarto de baño de la residencia de vacaciones de Trump, Mar-a-Lago, en Florida.DEPARTAMENTO DE JUSTICIA DE ESTA

Trump, sin embargo, ha encendido él mismo las alarmas. En una entrevista en Fox News dijo que si salía elegido sería “dictador” por un día para tomar algunas medidas y luego ya dejaría de serlo. La jefa de campaña de Biden, Julie Chávez Rodríguez, reaccionó de inmediato: “Donald Trump nos ha estado diciendo exactamente lo que hará si es reelegido y esta noche ha dicho que será un dictador el primer día. Los estadounidenses deberían creerle”.

Pese a las imputaciones y los excesos verbales (o en parte gracias a ellos), Trump encabeza las encuestas no solo de las primarias de su partido, sino también las que le medirían a Joe Biden. En particular, Trump se sitúa por delante en la gran mayoría de los Estados clave en los que se decidirá el resultado: Pensilvania, Georgia, Wisconsin, Míchigan, Nevada y Arizona.

El actual presidente, Joe Biden, ha visto cómo le dan la espalda parte de los votantes de sus caladeros tradicionales, como los jóvenes, los negros y los latinos. El apoyo de Biden a Israel tras el ataque de Hamás se ha percibido como demasiado cerrado y le ha pasado factura entre las minorías, especialmente los árabes americanos, y los jóvenes.

Una victoria de Trump tendría enormes consecuencias para la geopolítica mundial. Una hipotética segunda presidencia estaría marcada por el proteccionismo económico y el nacionalismo político, pero probablemente sin preocuparse mucho del papel de Estados Unidos en el mundo. El expresidente se ha mostrado reacio a seguir apoyando a Ucrania frente a la invasión rusa. Ni siquiera su compromiso con la OTAN está asegurado. También es una incógnita la relación con China, más allá de aranceles y vetos comerciales.

El riesgo de crisis constitucional se agrava ante la perspectiva de que Trump pueda ser elegido presidente, pero también declarado culpable de algunos de los delitos por los que está acusado y condenado a prisión. Desde la presidencia podría tratar de frenar la persecución de los casos que le afecten, conceder indultos y perdones a los asaltantes del Capitolio y a los que cooperaron con él para intentar anular los resultados de 2020 y, como se ha dicho, tratar de perseguir a los rivales políticos instrumentalizando el Departamento de Justicia.

“Si un presidente puede indultarse a sí mismo por delitos federales —­como probablemente intentaría hacer Trump—, entonces podría escribir su indulto por adelantado y disparar a los visitantes de la Casa Blanca. (Para el caso, la vicepresidenta podría asesinar al presidente en el Despacho Oval y luego indultarse a sí misma inmediatamente)”, reduce al absurdo David Frum en The Atlantic en el número de enero y febrero de 2024, un especial dedicado a imaginar una segunda presidencia de Trump.

Según César Martínez, que ha sido estratega para el voto latino en varias campañas presidenciales, “que ganase Trump en 2016 fue un accidente de la democracia y del colegio electoral, pero si gana en 2024 sería masoquismo”. Muchos politólogos advierten del riesgo de que un segundo mandato de Trump sin tener que guardar las formas con vistas a una reelección, conociendo los resortes del poder y habiendo sido elegido a pesar de sus imputaciones y excesos, pueda ser más nocivo que el primero.

“Las probabilidades de que Estados Unidos caiga en una dictadura han crecido considerablemente porque muchos de los obstáculos que había para ello se han despejado y solo quedan unos pocos”, según Robert Kagan, de la Brookings Institution. “En solo unos años, hemos pasado de estar relativamente seguros de nuestra democracia a estar a pocos pasos, y en cuestión de meses, de la posibilidad de una dictadura”, añadía en un artículo publicado en The Washington Post.

Las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 son las primeras desde el fatídico 6 de enero de 2021. Dependiendo de si Trump acaba el año más cerca de la cárcel o de la Casa Blanca, sabremos si quienes asaltaron el Capitolio ese día se salen finalmente con la suya.

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