“Los que pelean separados,
siempre son derrotados juntos”
-Tucídides
(Historiador griego)
Como en otras ocasiones, agrupaciones y movimientos de izquierda hablan de unidad. Y ahora, también, como en muchas otras ocasiones, en lugar de propugnar primero una unidad programática, se anticipan candidaturas.
La unidad es necesaria sobre todo para transformar el país, no solo para ganar las elecciones. Por eso mismo, antes que candidaturas, como punto de partida requerimos una agenda programática de origen múltiple por sus varios convocantes y por las razones que la promueven. No se agota en los partidos y movimiento políticos de la tendencia. Emerge también desde los movimientos sociales y también desde los gobiernos locales alternativos, desde el ecologismo y el feminismo, tanto como desde los sectores populares del campo y la ciudad. Se trata de construir una agenda que responda a los retos del momento y que plantee, simultáneamente, propuestas de acciones de mediano y largo plazo.[1] Este esfuerzo plural y múltiple demanda un claro compromiso con el cambio.
En síntesis, sin minimizar la importancia de las candidaturas, ni marginar los nombres propuestos hasta ahora, lo que precisamos es una propuesta de cambio radical, es decir que busque las respuestas desde las raíces. No más parches. Se trata de una unidad que definitivamente no le puede hacer el juego al sistema.
Es más, sabemos lo que sucede cuando los gobernantes, que llegan con un discurso de izquierda, se suben al tren que va hacia la modernización del capitalismo y se contentan en caminar en dirección opuesta caminando por los pasillos de dicho tren, creyendo que están impulsando cambios hasta revolucionarios… Esto ya lo vivimos. Y no solo eso, quienes no se cansan de aplaudir esos ejercicios seudo-revolucionarios están siempre prestos a vituperar y agredir a quienes no aceptan esos procesos, cuya dirección real no cambia para nada las condiciones estructurales que generan pobreza, desigualdad, exclusión, marginalidad.
Si las izquierdas no pueden convivir con el sistema capitalista, menos aún pueden convertirse en simples administradoras del capitalismo. Sin embargo, nos toca reconocer que de este sistema se saldrá arrastrando muchas de sus taras. Necesitamos, entonces, centrar la discusión alrededor de las propuestas y alternativas para hacer realidad esa salida, sin olvidar las demandas de corto plazo. Las grandes mayorías necesitan políticas y acciones que les permitan acceder a educación, salud, alimentación, vivienda y, por supuesto, seguridad en sus territorios, barrios y comunidades. Por otro lado, concentrarse solo en las urgencias del momento consolidaría prácticas voluntaristas, que no contribuirían a cristalizar los cambios estructurales indispensables teniendo en la mira la vocación utópica de futuro.
Esta unidad, en un permanente ejercicio de superación de los errores del pasado, debe demostrar, en la práctica, que está dispuesta a dejar atrás el dogmatismo y la intolerancia que muchas veces caracterizaron a las izquierdas. Este es, sin duda, un gran reto de este esfuerzo unitario. Es decir, la unidad debe articularse sobre esquemas de democracia real y participativa, superando lógicas jerárquicas de organización.
La sociedad diseñará y aplicará sus propios programas sin aceptar mensajes y normas emanadas de alguien que pretender asumir el papel de un iluminado. Esta no es una tarea de “expertos”. La experiencia nos enseña que no requerimos liderazgos que conduzcan a la configuración de estructuras verticales y caudillescas, sino en liderazgos colectivos sustentados en la autocrítica, en la toma colectiva y horizontal de decisiones, en el respeto a otras opiniones y en la humildad. Esto conduce necesariamente a respetar las diversidades para la construcción de una sociedad democrática, en ningún caso su uniformización totalitaria. Estos deben ser principios que guíen la estructura orgánica y la dirección de esta unidad de las izquierdas.
De suerte que la construcción de una sociedad democrática, de una sociedad igualitaria, distinta a la actual, requiere de un proyecto que sea esencialmente democrático, desde su concepción y desde su práctica. Del mismo modo que los olmos no dan peras, los proyectos autoritarios no pueden producir sociedades democráticas.
De lo anterior se desprende la urgencia por entender la multiplicidad de luchas inmersas en este proceso unitario. Es preciso asumir este reto plural. Cada una de las inequidades y desigualdades existentes -económica, social, intergeneracional, de género, étnica, cultural, regional, ecológica-, propias de la modalidad de explotación y dominación del capital, plantea respuestas específicas y conjuntas. No hay luchas solo de las mujeres o solo de los pueblos y nacionalidades o solo de los trabajadores y trabajadoras o solo del campesinado o solo de la juventud o solo de ecologistas… Es preciso entender este reto histórico para tejer conjuntamente las resistencias y la construcción plural de alternativas concretas, en el marco de luchas compartidas en su comprensión y en su gestión. Por lo tanto, si la unidad se da, no debe ser en en base a acuerdos superficiales o simplemente electorales, menos aún para satisfacer apetitos personales.
En lo concreto habrá que asumir compromisos históricos como lo es la construcción de un Estado plurinacional, entendido como un nuevo Estado, diseñado y transformado desde abajo, que debe incorporar otros elementos clave: el Buen Vivir y los Derechos de la Naturaleza, la descolonización y la despatriarcalización, desde donde consolidar y ampliar los derechos colectivos y también los individuales. Es urgente hacer realidad el mandato popular expresado en las urnas para frenar la destrucción petrolera en el Yasuni y la minera en el Chocó-Andino, Cuenca y Girón, como un primer paso para impulsar transiciones eco-sociales sostenidas por la acción comunitaria con el fin de superar nuestra dependencia como economía primario exportadora. Precisamos una política económica reactivadora sustentada en la justicia social y la justicia ecológica, que empiece por romper las estructuras oligopólicas existentes, fortaleciendo las capacidades internas. Nos urge volver los ojos al campo a través de una profunda revolución agraria, basada en la soberanía alimentaria y en la redistribución de la tierra y el agua. En línea con procesos de redistribución de los ingresos y de la riqueza asoma en una primera etapa la necesidad de una política tributaria que parte del principio de que quien más gana y más tiene, más tributa. Debemos cristalizar una transición energética realmente sustentable en base a profundos procesos de democracia energética, que no pasan por ampliar los espacios de control burocrático estatal menos aún corporativo. Replantearse de forma estructural el sistema financiero, en función del bien común, es, pues, otra urgencia. Por igual, entre tantas otras tareas, precisamos garantizar plenamente los derechos laborales y sindicales, así como los derechos de las mujeres y las minorías sexuales. La seguridad social sustentada en la solidaridad es por supuesto otro de los tantos puntos prioritarios de atención.
En la actual coyuntura precisamos definir con claridad una acción que permita construir una sólida y genuina seguridad ciudadana. Las raíces estructurales de la actual ola delincuencial en el Ecuador nacen de un negocio altamente lucrativo, basado en la violencia y el control de la sociedad y en la articulación con carteles internacionales. Este negocio puede reproducirse porque se asienta en un vínculo íntimo de las mafias con los grupos de poder económico-político, locales y transnacionales, y con las estructuras del Estado. Para desmontarlo hay que partir de una estrategia integral, teniendo presente que el consumo de drogas es ante todo un tema de salud pública. Incluso debemos propugnar la despenalización controlada de la producción y el tráfico de drogas, e impulsar una sostenida ofensiva en contra de la acumulación de capitales ligada a estas actividades mafiosas.
En paralelo, requerimos una cultura comunitaria de paz, reconstituir el tejido social, crear poderes comunitarios propios, y una auténtica reinserción-rehabilitación de las familias cooptadas por las bandas criminales. Insistamos, la educación, salud, la vivienda, la alimentación y oportunidades de empleo para los jóvenes, son fundamentales. Hay que reorganizar el sistema carcelario bajo control de la sociedad y el Estado. Depurar la fuerza pública es una tarea ineludible. La solución a los problemas de inseguridad no pasa por más represión o militarización de la sociedad, sino por más justicia social. Todo lo anterior demanda una profunda reestructuración de la justicia, para garantizar que sea independiente y autónoma, en la que nadie pueda “meterle la mano”.
La unidad de las izquierdas, desde estas perspectivas, apenas esbozadas en las líneas precedentes, debe tener una clara vocación internacionalista, que parta por fortalecer los procesos de integración regionales. Los cambios en el mundo reclaman solidaridad activa, a partir de estrategias comunes de los países de la región, sin tolerar violaciones a los derechos, a las libertades, a la integridad territorial de los países y menos aún a la vida de los pueblos; esto implica, reconociendo la gravedad de la situación actual, condenar enérgicamente el genocidio al pueblo palestino.
Esta unidad de las izquierdas debe convocar a amplios segmentos de la población con el fin de recuperar y fortalecer sus capacidades de indignación y compromiso, para reposicionarse en la vida política a través de diversas y nuevas organizaciones y prácticas democráticas. Esta unidad, entonces, no puede transformarse en un mecanismo para simplemente aumentar el número de quienes militan en cada una de las organizaciones convocantes. Su objetivo será crear y ampliar todos los canales posibles de participación popular propiciando la redistribución del poder estatal para minimizar los poderes particulares, oligárquicos y transnacionales.
La fortaleza de esta unidad radicará en acuerdos políticos sólidos y en la forma en que se los realiza. Toda simplificación resultará peligrosa. El reto es complejo y difícil. Se trata no solo de consolidar posiciones en el corto plazo. A largo plazo es necesaria la construcción de una nueva civilización que recoja lo mejor de la memoria del pasado, pero que sea capaz de reinventar el futuro. Inteligencia, creatividad, respeto, transparencia, equilibrio y mucha alegría deben ser acompañantes permanentes en este proceso unitario, que debe ser asumido apenas como un medio para cambiar el mundo y no como el fin último.
Ganar elecciones es importante, pero no suficiente.
[1] Recordemos el esfuerzo por construir la Unidad Plurinacional de las Izquierdas en los años 2012 y 2013, que se formó con un gran esfuerzo de confluencia de fuerzas partidistas y sociales de las izquierdas. Sus propuestas programáticas se plasmaron el libro “El país que queríamos”, escrito por Juan Cuvi, Edgar Isch, Decio Machado, Esperanza Martínez, Francisco Muñoz, Darwin Seraquive, María Fernanda Solíz y el autor de estas líneas.
Alberto Acosta: Economista ecuatoriano. Presidente de la Asamblea Constituyente 2007-2008. Candidato presidencial de la Unidad Plurinacional de las Izquierdas 2012-2013.