Al llegar a Arrakis, el Duque Leto tiene claro que, para garantizar la supervivencia de la familia Atreides es necesario hacerse con el ‘poder del desierto’. De una forma similar a este personaje de Dune, en China han llegado a la conclusión de que, a fin de lograr la neutralización de carbono en 2060 y, paralelamente, garantizar el desarrollo tecnológico, es preciso aprovechar las posibilidades de sus regiones desérticas ubicadas en la zona oeste del país. Allí se están construyendo una serie de instalaciones generadoras de energía solar y eólica que permitirán al gigante asiático alcanzar sus objetivos medioambientales y, al mismo tiempo, desarrollar su plan tecnológico ‘Datos del este y computación del oeste’.
Según cálculos de ingenieros y científicos chinos, la capacidad de las actuales instalaciones solares y eólicas ubicadas en las áreas desérticas de las provincias occidentales del país, como Xinjiang, Qinghai Gansu, Ningxia y Mongolia Interior alcanza los 600 GW. Se trata de la primera fase del plan de Pekín que busca incrementar su capacidad de energía solar y eólica hasta los 1.200 GW para 2030. Se trata de cifras muy ambiciosas: a finals de 2022, Estados Unidos produjo 1.160 GW de energía.
China comenzó a aprovechar los desiertos del noroeste en 2021, año en que levantó una instalación de 100 GW. Ahora, el 30% de estas plantas se ubican en el desierto del Gobi, lo cual indica que el plan de Pekín se acerca más al cumplimiento de su objetivo de carbono dual. China, principal emisor de CO2 del mundo y mayor consumidor de energía renovable del planeta, tiene dos metas principales: alcanzar el punto álgido de las emisiones de carbono en 2030 y lograr, en 2060, la neutralidad de carbono. Es decir, que China tiene que reducir en ese periodo un 65% más del volumen de emisiones expulsado entre 2005 y 2030, así como incrementar, para 2060, la proporción de energía generada por fuentes alternativas hasta el 80%
Según el Foro Económico Mundial, para lograr este objetivo, China “necesita construir un nuevo sistema energético basado en fuentes de energía no-fósiles como el viento y el sol”. Esto es precisamente lo que el gigante asiático está llevando a cabo, haciendo realidad, así, el sueño Qian Xuesen, el padre del programa espacial chino. Xuesen soñó en los años ochenta con aprovechar la energía eólica y solar del desierto del Gobi, algo muy difícil en aquella época debido a la falta de medios tecnológicos. Solo ahora, cuando los científicos chinos están impulsados una colosal red de transmisión energética, es posible poner en práctica el sueño de Xuesen.
Un ejemplo de este avance es la planta de transmisión energética UHV (Ultra-High Voltage, en inglés) ubicada en el desierto del Tengger, en la provincia de Ninxia Hui. Está previsto que la instalación tenga 9 GW de energía fotovoltaica, 4 GW de energía eólica y 4,64 GW de energía suplementaria a partir del carbón. Cuenta con una conexión directa de 1.634 km de longitud, la cual atraviesa las regiones de Gansu, Shaanxi, Chongqing y Hubei hasta llegar a la provincia sur de Hunan, cercana a Hong Kong. Con un coste de 3.900 millones de dólares, las autoridades prevén que esta planta de transmisión esté operativa en 2025, permitiendo eliminar más de 16 millones de toneladas de CO2 anuales.
Naturalmente, todo ello incrementará la soberanía energética de China. El gigante asiático podrá disponer de grandes reservas de energía sin necesidad de depender de países externos, lo cual le confiere una mayor capacidad para eludir las sanciones occidentales que procuran interrumpir el desarrollo tecnológico chino. Concretamente, China puede utilizar este nuevo sistema energético para la producción de semiconductores avanzados a partir de microchips de generaciones anteriores, tal y como hizo SMIC con el chip integrado en el Mate 60 Pro de Huawei, el cual dejó descolocado a Estados Unidos.
Por el momento, en Pekín están concentrados con el proyecto ‘Datos del Este y Computación del Oeste’ , lanzado en 2022. El objetivo es ampliar la red computacional y de centros de datos a nivel nacional, distribuyéndola por todo el territorio. De esta forma, el gobierno de Xi Jinping conseguiría resolver la falta de espacio para construir más centros de datos en las regiones orientales, donde se ubican la mayor parte de estas instalaciones.
Así, el proyecto contempla la construcción de ocho ‘hubs’ computacionales, ubicados en las provincias de Gansu y Guizhou; las regiones autónomas de Mongolia Interior y Ningxia Hui; la región de Jing-Jin-Ji (formada por Pekín, Tianjin y Hebei); la región del Delta del Yangtsé; el área de la Gran Bahía de Guandong-Honkg Kong y Macao, así como el círculo económico de Chengdu-Chongqing. La idea es que esta red alimente la mayor parte de la capacidad computacional doméstica en 2025, para lo cual organismos como la Administración Ciberespacial china, el Ministerio de Industria y Huawei están trabajando conjuntamente.
Por su parte, la Administración Nacional de Datos aseguró que el plan ‘Datos del Este, Computación del Oeste’ permitirá a China potenciar el desarrollo de tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial. De hecho, uno de los usos de los centros de datos es el aprendizaje de algoritmos de IA empleados en plataformas como YouTube o ChatGPT.
En suma, el cambio climático y la guerra comercial entre EEUU y China han interconectado la transición verde y la carrera tecnológica. A largo plazo, si ambas potencias quieren seguir alimentando su desarrollo técnico y científico, deberán emplear energías renovables. Para ello, eso sí, deben concentrar sus esfuerzos tecnológicos en la construcción de un nuevo sistema energético que permita desacoplarse de los combustibles fósiles. China, principal emisor de CO2 y, al mismo tiempo, primer país consumidor de energías renovables, lo sabe muy bien y confía en sus desiertos para conseguirlo.