La ola de criminalidad en los países de América Latina se ha acrecentado y con ello la búsqueda de medidas que puedan frenar a estos delincuentes. Asimismo, en su afán por la implementación de mano dura, el líder del país salvadoreño, Nayib Bukele, desarrolló en su régimen el controversial método Bukele, caracterizado por la violencia y autoritarismo de este para combatir la criminalidad.
Por ello, el politólogo Alonso Cárdenas, coordinador de Ciencias Políticas en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, nos comentó en una entrevista para La República su punto de vista tras el ‘boom’ de este fenómeno en Latinoamérica.
—¿Por qué los Gobiernos autoritarios son aclamados en los países de Sudamérica?
—Bueno, no todos los Gobiernos, pero podríamos señalar que hay cierta predilección en la ciudadanía de América Latina por las figuras de los líderes mesiánicos, megalómanos y los regímenes autoritarios (…). Se debe a que el sistema democrático en América Latina no ha tenido buenos resultados en materia del combate a la desigualdad. Es la región más desigual del mundo y tampoco ha tenido resultados en temas de lucha contra la violencia, siendo el continente más violento del mundo en términos de homicidios.
Nuestra región es básicamente de procedimientos, pero no de contenidos, es decir, no se materializan a través de bienes y servicios públicos los derechos fundamentales, como la seguridad, la salud, la educación, (por eso) se busca de alguna manera la imagen del líder mesiánico, que pueda sacar adelante a los países y no a través de un proceso de política pública, institucional, democrático. Porque en líneas generales la ciudadanía está buscando una respuesta, que desgraciadamente los sistemas democráticos no nos han dado, o no han estado a la altura de las expectativas de la población y por eso se gira hacia el rasgo autoritario.
—¿Qué opina de la popularidad de las metodologías del Gobierno del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que buscan ser aplicadas en Latinoamérica?
—Considero que esa popularidad tan alta hay que tomarla con pinzas porque descansan en la figura del líder autoritario y no en un proceso institucional, ya que efectivamente el presidente Bukele tiene más de 90% de aprobación, pero en su momento Alberto Fujimori también la tuvo, y Hugo Chávez, porque estas figuras descansan en un vínculo emocional con las personas, mas no con un proceso institucional de política pública.
Además, estas popularidades suelen ser efímeras. Sin embargo, el fenómeno de los caudillos, que se repiten por años en América Latina, no dudo que se vuelva a presentar.
—¿Cuáles son las diferencias entre un Gobierno autoritario y una dictadura?
—La dictadura no guarda ningún maquillaje de régimen democrático, está comandada por una persona que concentra en sus manos todo el poder, no hay división de poderes; se controla a los medios, etc. Mientras que en los regímenes autoritarios hay atisbo de división de poderes, de pluralismo político, de libertad de los medios de comunicación, se permite la crítica, la oposición formal, a diferencia de las dictaduras, donde esto no sucede.
—¿Son necesarias la aplicación de medidas autoritarias en Gobiernos de Sudamérica?
—Yo creo que son realidades no equiparables, porque, si quisiéramos aplicar el modelo Bukele en Sudamérica, primero, tendríamos que arrasar con la institucionalidad. El presidente concentraría todo el poder, la Corte Suprema y el Congreso serían adláteres de la figura presidencial; segundo, toda oposición sería completamente censurada como en El Salvador; tercero, se aplicaría una política donde no se respete el debido proceso, la presunción de inocencia y tampoco los derechos humanos más básicos; cuarto, el Estado no sería responsable de las muertes, las torturas, las desapariciones forzadas, que suceden dentro del sistema penitenciario.
Por ende, no hay presunción de inocencia, es decir cualquier persona por tatuajes es detenido y hay muertes bajo la custodia del estado, por ello, estos elementos serían inaplicables.
Porque, además, básicamente en varios países de Sudamérica, la complejidad del crimen es un poco más alta que en El Salvador. Por ejemplo, en el caso peruano, la figura más importantes del crimen no es la pandilla, sino la minería ilegal, el narcotráfico, la trata de personas, el sicariato, robo de autopartes, tráfico de terrenos, etc. Es decir, la industria criminal del Perú y la de varios países de América Latina es mucho más sofisticada, diversificada que en El Salvador.
—¿Se está debilitando la democracia en Sudamérica ante la popularidad de las medidas autoritarias de estos Gobiernos?
—La democracia en Sudamérica se ha venido debilitando más allá de la figura del presidente Bukele (el cual tomo de referente), porque la ineficiencia de la gestión pública, la corrupción generalizada han hecho que si usted ve Latinobarómetro la decepción con la democracia sea cada vez mayor. Entonces yo creo que hay un proceso de autodestrucción del sistema democrático por su ineptitud.
La gestión pública no funciona, las políticas públicas son muy débiles y la corrupción es generalizada y eso genera una relación causa-efecto, que se busquen de manera desesperada alternativas caudillistas ante la implosión de un aparato público que claramente no está funcionando y no está a la altura de las expectativas de la gente.
Fuente: La República