Cómo el ataque a las minorías y a la naturaleza están conectados en la ofensiva de los extremistas
Las decisiones del Tribunal Supremo de Estados Unidos, el mayor emisor de carbono junto con China, señalan que el cambio de presidente está lejos de garantizar que se recuperen derechos y se avance en temas cruciales como el sobrecalentamiento global. El intento de golpe de Estado de Donald Trump, con la invasión del Capitolio, le ofreció a la derecha un ejemplo de qué hacer cuando pierda las elecciones. El primer año y medio del Gobierno de Joe Biden demuestra que no basta hacer valer el resultado de las urnas. Aunque haya un presidente demócrata, lo que llevó a la extrema derecha al poder sigue activo y corroe la democracia, no solo dentro de las instituciones, sino también al insuflar el desamparo de las clases populares con el acelerado deterioro de una vida que ya no tiene promesas de futuro.
Lo más significativo en la precampaña electoral brasileña no es tanto los aciertos de los partidos, sino los ataques “morales”. En las últimas semanas, una jueza impidió que abortara una niña de 11 años que se había quedado embarazada tras ser violada y un periodista expuso que una actriz había dado en adopción a un bebé fruto de una violación. Esta es la precampaña de las bases, con la que el país tendrá que lidiar mucho más allá de las elecciones.
No es casualidad que el Supremo de EE UU haya protagonizado un tercer retroceso en el mismo período, al autorizar que los civiles puedan llevar armas en público. No es casualidad que en Brasil el registro de armas haya aumentado un 473% durante el Gobierno de Bolsonaro. Si los retrocesos “legales” no bastan para controlar los cuerpos insurgentes, las armas sirven para destruirlos. Es lo que demuestra la ejecución de defensores de la naturaleza en la Amazonia, día tras día.