Pero los descendientes de las familias reales incas no solo siguieron existiendo, sino que mantuvieron ciertos privilegios durante el virreinato y desde 1980 fueron elegidos para cargos públicos.
Afortunadamente, algunos historiadores le han seguido la pista a estos herederos del linaje inca, la mayoría en la época colonial.
El neerlandés Ronald Elward Haagsma lo hizo ahora.
En 2009 llegó a Perú con la intención de averiguar qué había pasado con los herederos de los gobernantes incas durante los últimos años de la colonia y las primeras décadas de la independencia.
Como resultado de su investigación escribió el libro “Los incas republicanos”, publicado en 2020.
Elward es ingeniero, pero en Perú es más conocido por este trabajo, para el que revisó más de 150.000 documentos y entrevistó a cerca de 35 familias que sobreviven cerca a Cusco, la antigua capital del Imperio Inca.
En esta entrevista con BBC Mundo comparte algunos de sus hallazgos.
A pesar de que Machu Picchu es una de las maravillas mundiales, no hay tanta información sobre los incas y sus descendientes, y lo que había terminaba con la Independencia, en 1821.
Así que aquí pude usar mi experiencia para analizar fuentes en los archivos del Cusco, que contienen tesoros documentales desde el siglo XVI.
¿Qué descubriste sobre cómo era percibida la élite inca por la población indígena no noble durante la Colonia?
Esa pregunta no es fácil de responder porque no sabemos qué pensaba directamente la gente. No hay diarios, cartas o testimonios de la época colonial.
Lo que sí existe de ese periodo son muchos datos sobre litigios, donde “indios tributarios” no solo se quejan de los españoles, sino también de los caciques.
Así que uno puede deducir que no todos estaban satisfechos con sus líderes.
Pero, al mismo tiempo, también hay documentos que muestran que había caciques que pagaban los tributos de los indígenas de sus propios ingresos.
¿Por qué dices en tu libro que algunos indígenas paradójicamente tuvieron más libertad durante la Colonia que durante la República?
La población indígena, en cierta medida, tenía más autonomía en la época colonial porque tenía sus propios líderes, que mantuvieron una identidad más independiente.
No hay que olvidar que en el siglo XVII se dio un renacimiento inca, donde surge la pintura cusqueña, se expande la platería, se desarrolla la arquitectura, se crean obras de teatro en quechua, se empieza a exportar arte y productos con identidad indígena a toda la región, y esto daba trabajo a mucha gente.
En esa época Cusco llegó a ser la tercera ciudad del virreinato después de Lima y Quito.
Pero tampoco debemos romantizar ese periodo, porque el abuso existía. Ahí tenemos la mita, que institucionalizó el trabajo forzado, y el pago del tributo obligatorio.
En todo caso, con la Independencia pierden a sus líderes o representantes, los caciques, y se da inicio, entre otras consecuencias, a un periodo de despojo de tierras ancestrales, que pasan a manos de criollos y mestizos.
Dices también que con la Independencia recrudeció el racismo.
Fue más bien un proceso que tomó casi todo el siglo XIX.
Tras la Independencia, varios miembros de estas familias nobles indígenas apoyaron activamente la nueva República y durante los primeros años participaron de la política nacional.
Fue quizás el único momento en el Perú cuando indígenas, mestizos y criollos blancos comparten un proyecto conjunto de nación, pero por varias razones los indígenas terminaron siendo excluidos e invisibilizados.
Hacia fines de siglo la población indígena, ya desvinculada de la continuidad de su pasado, casi no tenía derechos [por ejemplo, no podían votar] y ese racismo, que se articula políticamente entonces, lamentablemente no desaparece.
Recuerdo que al empezar a publicar unos artículos en un diario peruano me impactó mucho recibir el mensaje de una persona aconsejándome que “sería mejor no publicar más sobre este tema, porque no queremos que los indios vayan a pensar que son importantes”.
Uno piensa que el fin de la época colonial se dio en 1821 (en Lima) o 1824 (después de la Batalla de Ayacucho) con la creación de la nueva república, pero hay historiadores que argumentan que después de España, Perú pasó a depender de Inglaterra y Francia, y después, de Estados Unidos. Una dependencia no solo material y política, sino también mental.
La Independencia no tuvo como consecuencia una nación mestiza, sino que un pequeño grupo de origen europeo, y los terratenientes de origen mestizo y europeo, tomaron el control total del Estado y crearon jerarquías sociales basadas en el color de la piel, apellidos, costumbres, idioma, todos relacionados a Occidente y vistos como algo superior.
La cultura local termina siendo estigmatizada como inferior, lo que significa una colonización mental.
¿Por qué crees que no hay mucha conciencia entre los peruanos de que el linaje indígena sigue entre ellos? ¿Es por la narrativa de los historiadores que hablan de los incas como algo muerto?
Creo que esa colonización mental resultó en una invisibilidad de la población indígena como ciudadanos.
Porque lo que sucedió es que su identidad y su historia dejaron de existir, fueron convertidas en objetos de colección o en folklore, y dejaron de ser gente de carne y hueso con sentimientos, pensamientos, opiniones, derechos e historias que viven en el presente.
La misma historiografía peruana, en las pocas ocasiones que investigó el tema, prefirió verlo como algo perdido o extinto, sin continuidad alguna, cuando generaciones de descendientes siguieron manteniendo posiciones de influencia en sus comunidades y varios de ellos desempeñan cargos públicos hasta el día de hoy.
¿Los descendientes actuales de los incas que conociste son reconocidos como tales por su entorno?
Sí. De las casi 50 familias que existen hoy, he conocido y conversado con representantes de 35 de ellas.
En lo que hoy conocemos como los distritos de San Sebastián y San Jerónimo, a 15 y 20 minutos de la ciudad del Cusco, mantuvieron posiciones de prestigio a lo largo del tiempo, en una señal de sobrevivencia de la memoria.
En otros lugares, su ascendencia imperial poco a poco pasó a ser una leyenda familiar, hasta perderse.
En 2014 participé en una investigación del ADN de los incas, a cargo de la Universidad San MartÍn de Porres y auspiciada por National Geographic, y los resultados fueron publicados en un artículo científico.
Resultó que representantes de cinco familias distintas de San Jerónimo y San Sebastián tenían un ancestro común que había vivido en el siglo XV, en pleno imperio inca.
¿Por qué estos descendientes de los incas no han tratado de reivindicarse a sí mismos o de crear conciencia de que existen?
Hay y ha habido varias iniciativas, pero generalmente de un grupo limitado, sin generar mucho interés.
Pero imagino que no se hizo más porque no existía evidencia documental de sus linajes.
En un contexto donde la narrativa oficial del país les decía que no existían, era difícil que cualquier movimiento pudiera tener legitimidad alguna.
¿Cómo son percibidas ahora las élites incas en sus comunidades?
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI las familias imperiales incas fueron expulsadas de sus palacios en lo que hoy es el centro de la ciudad del Cusco, y enviadas a reducciones alrededor.
En dos de ellas (en los distritos de San Sebastián y San Jerónimo) se concentraba la mitad de los linajes de los gobernadores inca.
Aquí, a lo largo de unos 500 años se mantuvo un sorprendente nivel de continuidad. Tanto así que cuando los indígenas reciben el derecho al voto en 1980, empiezan a elegir como alcaldes a varios descendientes de los antiguos emperadores.
Eso significa no sólo una continuidad de liderazgo sino además de cierta popularidad. Como digo en mi libro, los incas regresaron al poder por las urnas, aunque esta vez a nivel local.
En tu libro, uno de los descendientes cuenta que no era del todo consciente de su origen noble. ¿Cómo se sintió al descubrirlo?
Las reacciones al ser reconectados con su pasado son diversas.
En San Sebastián y San Jerónimo todos se ponían muy felices, pero en Cusco a veces necesitaba explicar en mucho detalle la conexión con ancestros de origen inca y les tomaba tiempo adaptarse a esa idea.
Para mí fue inesperado. Al inicio yo vi el tema como una investigación histórica, pero fue tomando bastante rápido elementos muy personales y relacionados a la identidad y exclusión.
Varios descendientes que entrevisté hablaban de las burlas sobre sus apellidos cuando iban al colegio en Cusco y la discriminación en muchos niveles.
¡Imagínate que en Cusco un apellido español o de otro origen europeo es mejor visto que un apellido inca o indígena!