La moneda no es solo un instrumento de pago, es el operador de la totalización social en un mundo moderno que camina rápido hacia la digitalización y la globalización acelerada
Los actuales gobiernos socialistas de Brasil y Argentina están comprometidos con la idea de “sur”, una nueva moneda que busca integrar el continente y ser utilizada en el comercio internacional por los países de la región que comulguen con los regímenes de Luiz Inácio Lula da Silva y Alberto Fernández, y las demás economías satélites del socialismo del siglo XXI, tales como Venezuela, Nicaragua, Cuba, y por qué no, la Colombia de Gustavo Petro y el Chile de Gabriel Boric. La idea del novísimo proyecto monetario es que el peso argentino y el real brasileño circulen en los dos países paralelamente, en una primera fase, con el objetivo de alinear dos economías muy dispersas y diferentes.
Lo que olvidan los pioneros es que para llegar a una moneda única es fundamental que los países cumplan ciertas condiciones básicas como la integración plena económica, comercial, financiera y bancaria. Para llegar al euro, los países del viejo continente tuvieron que establecer tratados de libre comercio plenos, tarea que empezaron en la década de los 50 y que maduraron bien entrado este siglo, luego de salvar cientos de asimetrías sociales, políticas y armamentísticas; incluso varios países clave en el proceso, muy a pesar de las bondades de la idea, nunca avanzaron en una moneda única como Gran Bretaña y Suecia.
En términos del economista francés, Bruno Théret, las monedas son un trípode sustentado en la deuda de un país, su soberanía y la confianza internacional, y no hay una región más asimétrica que América Latina, que depende del flujo de capital extranjero para mantener una balanza comercial adecuada que equilibre su balance de pagos y acceso a dólares. La función de las monedas en los distintos países dejó de ser algo emparentado con el mapa y la bandera nacional; no se trata de identidad sino de confianza, acceso a mercados y competitividad en términos de devaluación y revaluación.
Al igual que Centroamérica, Venezuela está dolarizada, uno por su dependencia de las remesas y el otro de facto por la inflación y la estrepitosa pérdida de confianza de los bolívares hasta en el mercado interno; en Perú existen las cuentas en dólares, al igual que en Chile, y Ecuador hasta ahora es una demostración de que la dolarización les funciona a países estropeados por la variación de precios y la inestabilidad política. Pero hay un elemento inédito en las consideraciones futuras de adopción de una moneda única y es que la cuarta revolución industrial basada en monedas digitales y criptomonedas. Los ejercicios tecnológicos, blockchain y econométricos del dólar, euro y yuan digitales, cambiarán la función local de las monedas y reconfigurarán la geopolítica monetaria que borrará las fronteras profundizando la globalización; de tal manera que comprar la idea de una nueva moneda tercermundista llamada “sur”, no deja de ser una quimera regionalista que no reconoce la historia ni mucho menos se adecua a la prospectiva.
El medio de pago en una economía está determinado por el uso de un efectivo confiable que soporte transacciones, facilite el intercambio de bienes y servicios, pero que sobre todo tenga movilidad. En términos monetarios el mundo más que diverger, como recomiendan algunos expertos, es convergente por la confianza. Estos nuevos aires de socialismo que soplan en la región deberían concentrarse en políticas públicas para reducir la pobreza más que en sueños de monedas únicas.