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La batalla por el alma del Líbano: Mientras EEUU juega sucio, la Resistencia sigue firme

Su hogar en Tayr Harfa, cerca de la frontera entre Líbano y Palestina, fue minado con explosivos.

Haidar no era un combatiente cualquiera. Como soldado devoto y valiente del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá), desempeñó un papel clave en las legendarias emboscadas contra las fuerzas de ocupación israelíes en Chamaa, en el sur del Líbano, contribuyendo a la humillante derrota de la ocupación sionista.

Horas después de su asesinato, un inquietante espectáculo tuvo lugar: la embajadora estadounidense Dorothy Shea y la ultrasionista adjunta del presidente de EE.UU., Donald Trump, para Oriente Medio (Asia Occidental), Morgan Ortagus, llegaron al sur del Líbano para inspeccionar ubicaciones cerca de Tayr Harfa y Chamaa.

Sus intenciones eran desconocidas, pero el momento era imposible de ignorar. Haidar había sido blanco de un despiadado acto de venganza, y ahora los funcionarios estadounidenses inspeccionaban la escena.

¿Casualidad? Difícilmente. Siempre hay un método detrás de la locura.

Las huellas de Washington están presentes no solo en Líbano, sino en toda la región. La reunión del expresidente de EE.UU. Joe Biden con el liderazgo del régimen israelí en enero de 2024 dejó en claro los objetivos estadounidenses en Gaza: reemplazar al Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS) con un liderazgo sumiso al estilo de la Autoridad Palestina (AP).

Ahora, las brutales redadas y asesinatos, antes asociados con la represión de la resistencia en Cisjordania ocupada, están siendo probados en Líbano.

La infiltración de espías alineados con la Autoridad Palestina en Gaza, coordinada por el jefe de inteligencia de la AP, fue un descarado plan respaldado por EE.UU. para sofocar la Resistencia palestina.

Sin embargo, HAMAS frustró el intento, manteniendo su control sobre el territorio a pesar del genocidio israelí, los asesinatos selectivos y la destrucción total de la infraestructura de Gaza.

El manual de operaciones es el mismo. El 5 de enero, fuerzas de la Resistencia palestina confiscaron un lanzagranadas usado por la Autoridad Palestina para volar casas en Yenín, uno de los muchos ejemplos de la disposición de la AP a actuar como ejecutora de Israel sobre el terreno.

Milicianos respaldados por la AP irrumpen en casas y barrios de combatientes de la Resistencia, haciendo el trabajo sucio de Israel mientras la ocupación desata la destrucción desde el aire.

Y cuando se trata de ejecuciones, EE.UU. ha dejado clara su postura. La misión de Ortagus se alinea perfectamente con la campaña incesante de asesinatos de Israel contra miembros de Hezbolá y sus familias, incluso después de supuestos ceses al fuego.

Un alto funcionario de Hezbolá en Machghara, un pueblo en Bekaa Occidental, fue abatido a tiros frente a su hogar.

Como demuestra la historia, Israel nunca actúa solo. La cuestión no es si EE.UU. intensificará sus tácticas sucias en Líbano, sino cuándo y cuánta destrucción está dispuesto a tolerar en el proceso.

No es casualidad que Benjamín Netanyahu eligiera un “buscapersonas dorado” como regalo para Trump en su reciente visita a EE.UU., montado sobre un tronco de olivo antiguo, un símbolo de triunfo sobre la esencia natural y social del Líbano.

Este no fue un regalo cualquiera; era una burla dorada, un mensaje incrustado en la profanación del ícono más sagrado del Líbano. El olivo, característico del sur del país, fue elegido deliberadamente en lugar del más emblemático cedro del norte, tal vez un recordatorio sutil de Netanyahu a Trump sobre el papel que se espera que desempeñe.

Mientras tanto, en medio de la creciente tensión regional, la nueva enviada de Trump para Asia Occidental, Ortagus —cuyo fervor sionista supera incluso al de su predecesor, el exmilitar israelí Hochstein— lanzó un mensaje provocador desde el Palacio de Baabda.

Durante una conferencia de prensa, declaró que Israel había derrotado a Hezbolá y expresó su gratitud. Además, manifestó su esperanza de que Hezbolá desaparezca del panorama político libanés, afirmando que no debe formar parte del nuevo gobierno.

Ortagus tuvo la osadía de exigir un gobierno libanés sin la dupla política, junto con sus aliados, que ha mantenido la mayoría parlamentaria durante años.

Estos líderes, respaldados por la comunidad chiita, siguen siendo el pilar político del Líbano. En realidad, EE.UU. ha manipulado durante mucho tiempo el escenario político libanés, presionando para garantizar que ni Hezbolá ni Amal ocupen ministerios clave.

A medida que el campo de batalla se traslada de Palestina a Líbano, EE.UU. persigue su objetivo de larga data: eliminar a Hezbolá tanto de la arena política como militar.

Con la campaña israelí dirigida a los líderes de Hezbolá, la embajadora estadounidense en Líbano advirtió ominosamente que el país debía “prepararse para una era post-Hezbolá”.

Sus palabras recordaron las promesas vacías de Condoleezza Rice sobre un “Nuevo Oriente Medio”, una visión de dominación y sumisión que Ortagus parece decidida a materializar.

Sus declaraciones, insultantes y provocadoras, fueron apenas un llamado velado a la guerra. Y en este momento de alta tensión, no se limitó a la retórica.

Desde el Palacio de Baabda, con un anillo de la Estrella de David en su mano durante su apretón de manos con el presidente libanés, su mera presencia sirvió como recordatorio de la imposición del colonialismo estadounidense-israelí sobre el país.

Durante décadas, las iniciativas financiadas por USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) y la Fundación Ford para erradicar la influencia de Hezbolá en la sociedad libanesa han fracasado. A pesar de estos esfuerzos, la fortaleza ideológica de Hezbolá, arraigada en la educación política y la cultura de la comunidad chiita, ha demostrado ser resiliente.

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