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El Gobierno venezolano avanza en lograr acuerdos con sectores de la oposición. Los diálogos entre ambos sectores han permitido conformar un nuevo Consejo Nacional Electoral y convocar elecciones regionales y municipales para el 21 de noviembre.
Casi una semana después de que el Parlamento venezolano nombrara e instalara el nuevo Consejo Nacional Electoral, que tendrá representación del chavismo y de la oposición, el dirigente Juan Guaidó hizo un llamado para dialogar con el Gobierno.
“La gravedad de la crisis, nuestros aliados y la comunidad internacional y lo que hemos construido durante años nos indican que debemos lograr un acuerdo para salvar a Venezuela”, aseguró Guaidó, a la vez que planteó un cronograma de elecciones “libres y justas” presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales, y “ofrecer incentivos” al Gobierno”, como un “levantamiento progresivo de sanciones”.
El presidente Maduro no tardó en responder. Le recordó que ya el diálogo entre sectores de la oposición y el Gobierno estaba avanzado, pero que, si Guaidó quería incorporarse, sería bienvenido. Aseguró estar listo para dialogar con cualquiera para que ese sector de la oposición abandonara “el camino de la guerra, la invasión, los atentados y los golpes de Estado”.
El portavoz de Exteriores de la Unión Europea, Peter Stano, aseguró que el bloque europeo respaldaría “todos los esfuerzos de diálogo” porque la “única manera segura de salir de la crisis actual consiste en unas negociaciones políticas que conduzcan a elecciones presidenciales, legislativas y locales creíbles, inclusivas y transparentes”
¿Qué esperar de este nuevo capítulo de la política venezolana? El politólogo William Serafino comparte con Sputnik su análisis sobre el tema.
—Muchos se preguntan, ¿por qué Guaidó pasó de pedir el derrocamiento de Maduro a dialogar con él?
—Lo que se ve en el escenario, objetivamente hablando, es que luego de los acuerdos que han dado pie a la elección de un nuevo Consejo Nacional Electoral, Guaidó ha quedado en una posición de irrelevancia y de aislamiento del terreno político. Obviamente hay una posición totalmente defensiva, en una situación de no saber bien dónde está parado y, lógicamente, quedó atrás en este conjunto de acuerdos a los que ha llegado el Gobierno venezolano con un sector de la oposición que tiene representación en el Parlamento nacional.
En vista de esto, ha tenido que darle un giro de 180 grados a su postura, prácticamente reduciendo al mínimo las principales demandas y los principales reclamos del cambio de régimen a partir del año 2019 y justamente para tratar de no perder la poca influencia de capital político que le queda a escala nacional y tratando de no perder los puntos de contacto, de influencia y credibilidad frente a lo que ellos consideran que son sus aliados internacionales, concretamente EEUU y la Unión Europea, que han marcado una línea de apertura, de flexibilidad con respecto al diálogo en Venezuela y justamente esto lo deja en una situación a la defensiva y con un riesgo de caer en la irrelevancia absoluta.
—Guaidó planteó ofrecerle “incentivos” al Gobierno, como el levantamiento de sanciones. ¿Cómo valorar ese ofrecimiento?
—Marca una línea de continuidad con otros momentos en los que las sanciones contra Venezuela se han colocado como una especie de chantaje o maniobra de extorsión para tratar de sacar ventajas políticas concretas.
Hay distintas lecturas a raíz de este nuevo pronunciamiento que ha hecho el exdiputado Juan Guaidó, pero creo que la más coherente ha sido la de entender el uso de las sanciones como un arma, una maniobra de chantaje, de extorsión y colocando que a partir de determinadas ventajas que puedan ser logradas, se daría un levantamiento de las sanciones.
Primero, esto parte de una premisa falsa en el entendido que Guaidó no tiene la posibilidad de autorizar el levantamiento de las sanciones, aunque, sí es cierto, que después de su pronunciamiento algunas vocerías del Departamento de Estado y del Gobierno de los Estados Unidos, apoyaron la propuesta.
Esto quiere decir que el replanteamiento y el cálculo sobre el tema de las sanciones se está discutiendo en la Casa Blanca y que, ciertamente ahora, hay un cambio de escenario total, estratégico, donde también el Gobierno venezolano ha impuesto su marco de interpretación y su relato, dejando en desventaja las bases de apoyo de la campaña de máxima presión.
— Guaidó insiste que en ese diálogo deben tener una presencia importante las potencias extranjeras, que él califica como aliados. La Unión Europea ya dijo que apoyaría este posible diálogo que debe llevar a unas elecciones presidenciales y parlamentarias. ¿Qué esperar de este nuevo capítulo que se abre y de la posible participación de estos países que reconocieron a Guaidó como presidente encargado?
—Hay un cambio en la forma de abordaje de la cuestión venezolana, sobre todo en el caso de la Unión Europea, que ya en enero de este año dejó de reconocer a Guaidó como presidente interino, sino como un interlocutor de la oposición venezolana, y aunque Estados Unidos mantiene el reconocimiento de esta figura, algo alocada, del Gobierno interino, ciertamente no atacó con fuerza la elección del nuevo Consejo Nacional Electoral y tampoco, que es lo más importante, no intensificó su narrativa contra la legitimidad de la nueva Asamblea Nacional.
Evidentemente no la reconoce porque podría quitarle todo el apoyo a Guaidó, pero tampoco tomó la decisión de atacar frontalmente a la Asamblea Nacional que eligió a este nuevo CNE.
Es evidente que hay una ruta electoral que se ha impuesto en términos prácticos en el país, que tiene el apoyo de todas las instituciones venezolanas y que afuera está siendo reconocida como un primer paso hacia la reinstitucionalización del país.
Las elecciones que están puestas en el cronograma son las elecciones regionales y municipales, y ahí, obviamente, el terreno y el margen de maniobra se le estrecha mucho al sector que representa Juan Guaidó, viéndose obligados o a participar en estas elecciones, que tiene unas consecuencias políticas y electorales notables dado que hay un costo enorme de cambiar la postura a estas alturas, o seguir arriesgando con maniobras de fuerza, de amenazas con la búsqueda de imponer unas elecciones presidenciales y legislativas, que ya se han hecho. Se ve muy lejano que se impongan por la fuerza.
En ese sentido creo que hay sectores de la oposición que han ganado mayor prestigio, mayor reconocimiento no solo a escala nacional, sino internacional y, obviamente esto ha provocado el cambio de postura y, sobre todo, cierto desespero en volver a poner sobre la mesa un conjunto de elecciones que no están en discusión y que no tienen tanto respaldo internacional como lo tiene la ruta electoral que se ha dispuesto desde la convocatoria del CNE para el 21 de noviembre.
—Pero, si estas elecciones presidenciales y parlamentarias no están en discusión ¿se puede tener esperanzas con este posible diálogo o ya está comprometido su futuro?
—Veo que está bastante comprometido su futuro porque hay muchos sectores de este llamado G4, que es este sector de la oposición que lidera entre comillas Juan Guaidó, que están pensando participar en estas elecciones de gobernadores y de alcaldes.
Primero porque ofrece una oportunidad de acumulación de poder, tanto territorial como institucional, de mejorar y de contribuir a un mejoramiento de la infraestructura de partidos políticos, porque luego de tantos años de haber optado por la vía de cambio de régimen han descuidado su maquinaria, su formación interna, su selección de cuadros. Entonces creo que muchos partidos, viendo que va a haber elecciones presidenciales en el año 2024, podrían estar viendo esta oportunidad para entrar en juego otra vez, entrar en calor, foguearse otra vez en la disputa electoral y buscar de una forma reconstruir el tejido de los partidos en miras a las próximas elecciones presidenciales.
Hay muchos sectores que están viendo que estas exigencias de Guaidó, aunque implican en términos de esta negociación muy atravesada por una lógica de chantaje por el tema del levantamiento de sanciones, improbable que estos puntos se lleven a cabo, que estos puntos entren realmente en discusión, y ven en esta oportunidad de las elecciones del 21 de noviembre, una oportunidad más creíble para poder reinsertarse en el juego político, ganar espacios territoriales de poder y, a partir de ahí, buscar mejores expectativas para las próximas elecciones.
Pero las exigencias de Guaidó, más allá del levantamiento propio de las sanciones, no ofrecen muchos incentivos para un sector de la oposición que se ha mantenido amarrada a esta estrategia del G4 en el entendido de que el golpe estaba en veremos, pensando que iba a ser una realidad automática, pero ahora con estas elecciones cambia el juego.
—En febrero el presidente del Parlamento venezolano denunció que Leopoldo López y otros actores de la oposición se reunieron con funcionarios del Gobierno de Estados Unidos en Colombia. Según los documentos que presentó, en esa reunión se trazó una hoja de ruta que planteaba la táctica del “palo y la zanahoria” para sacar a Maduro de la presidencia. Hablaron sobre el papel que debería jugar EEUU y la UE, ofrecer incentivos a Maduro y del mensaje que había que enviar a los venezolanos. Muchos de estos puntos se ven reflejados en la reciente propuesta de Guaidó. ¿Es casualidad o habría alguna relación?
—A mí me parece que sí hay una relación. Evidentemente en esta nueva etapa que se abre hay que ser muy cuidadosos porque sabemos que ya ha sido probado en otras áreas de conflicto que cuando hay momentos de flexibilización, donde pareciera que hay una tregua, realmente lo que sucede es que los factores del conflicto se rearman para una nueva operación de cambio de régimen. Eso puede estar ocurriendo y puede estar presente en este nuevo ofrecimiento, entre comillas, que hace el exdiputado Juan Guaidó.
También considero que es un síntoma interesante de cómo se está moviendo el contexto internacional en torno a la situación venezolana, de cómo hay un movimiento de los actores porque creo que hay un reconocimiento tácito de dos cosas: primero, que la campaña de máxima presión que combinaba amenazas de uso la fuerza militar con un componente de sanciones destructivo muy alto fracasó y hay que buscar un nuevo abordaje y una nueva perspectiva.
Segundo, que estas propias sanciones están generando unas cuotas de responsabilidad muy altas entre los actores que las aplican. Es decir, ya no estamos hablando del escenario de 2016 o 2017 donde las sanciones tenían algún tipo de respaldo a escala internacional o estaban investidas de una narrativa benévola en la que supuestamente esto estaba ayudando a restaurar la democracia. Ya, por ejemplo, los informes de la ONU son cada vez más contundentes.
Otras vocerías internacionales que podrían estar en la esfera de influencia de los Estados Unidos comienzan a levantar críticas y cuestionamientos cada vez más duros con respecto a estas sanciones, y Estados Unidos va perdiendo la ofensiva simbólica y de relato con respecto a estas sanciones.
Se está tratando de desdibujar el tema de las medidas coercitivas unilaterales tras un supuesto ofrecimiento cuando en realidad se están discutiendo flexibilizar algunas de estas medidas porque, evidentemente, según la lectura que hacen algunas personas en Washington, esto ha fortalecido la cohesión del chavismo, le ha permitido ganar credibilidad a las denuncias sobre que la situación económica tiene un alto componente externo y eso, obviamente, deja debilitado a muchas vocerías de la oposición y a muchos actores que han montado su capital político y su estrategia sobre la base del descontento y del deterioro de las condiciones de vida a partir de estas sanciones.