Desde principios de la década de 1980, los pescadores de langostas americanas de Maine (en Estados Unidos) han experimentado todo un boom de abundancia de este preciado marisco e ingrediente principal del famoso bocata de langosta o lobster roll.
La principal causa ha sido el clima, debido a que el cambio climático ha calentado el Golfo de Maine más de tres veces más rápido que el 99% del océano. Al principio, las aguas más cálidas significaban tener más bogavantes, pero para 2050 las condiciones podrían suponer un reto para la supervivencia misma del Homarus americanus, también se conoce como bogavante del norte.
“Pueden soportar bastante calor, pero no creo que les guste especialmente”, afirma Lennie Young, pescador de bogavante de octava generación de Corea (Maine). “Es sólo un bicho que vive en el agua, pero te mantiene en la incertidumbre. No siempre hace lo que esperas”.
Los bogavantes mudan a medida que crecen: mudan su caparazón viejo y les crece uno nuevo más blando. Son especies ectotérmicas, lo que significa que sus procesos corporales dependen de la temperatura del agua que las rodea: cuanto más caliente esté el agua, más probable es que los bogavantes muden antes.
Los bogavantes recién mudados impulsan la temporada alta, que es cuando se captura y vende la mayor parte de los que luego van al mercado y a la pescadería. Gracias a las aguas más cálidas, las langostas americanas suelen frecuentar las trampas en abril, en pequeñas cantidades, y empiezan a abundar a principios de julio, lo que permite a los mariscadores de bogavante prolongar sus meses de mayores ganancias. Este año, como las aguas han sido más frías que la media, la temporada alta del bogavante se ha hecho de rogar hasta casi principios de agosto.
Young lleva décadas midiendo por su cuenta la temperatura de la superficie y esta no ha cambiado mucho en comparación con años anteriores. Asegura que es probable que las temperaturas más frías de las profundidades sean la causa de que los bogavantes se hayan mudado (y trasladado a las trampas) más tarde este año, teoría confirmada por Katherine Mills, científica del Instituto de Investigación del Golfo de Maine (GMRI).
Se trata de un raro año frío en el que se han registrado temperaturas en aguas profundas que no se habían visto en los últimos 15 años, una anomalía en un golfo que se calienta rápidamente y otro obstáculo en un sector cada vez más impredecible.
“Creo que lo que este año pone de relieve es la necesidad real de reflexionar sobre la incertidumbre”, afirma Mills.
Las temperaturas del Golfo de Maine están controladas por la interacción entre el agua fría que se desplaza hacia el sur a través de la corriente del Labrador, y el agua cálida que se desplaza hacia el norte a través de la corriente del Golfo. Los últimos seis meses de aguas profundas más frías y frescas han sido el resultado de aguas con un poco más de Labrador que de Corriente del Golfo, un fenómeno que ha dejado perpleja a la comunidad científica. Desde la ola de calor marino en 2012, las temperaturas de las aguas profundas han sido un grado más cálidas que la media, pero este año, las temperaturas han vuelto a niveles no vistos desde antes de 2011.
Pero todavía es difícil poder saber si las aguas más frías de este año beneficiarán a los bogavantes de Maine, sobre todo si persiste la tendencia al calentamiento en los próximos años. Un agua más fría significa más grasa en la presa preferida de las larvas de bogavante, el zooplancton, algo que es bueno para el crecimiento y la nutrición de las crías de bogavante.
Por el contrario, las aguas más cálidas podrían reducir la nutrición del zooplancton. Además, las temperaturas elevadas y sostenidas debilitan el sistema respiratorio e inmunitario de los bogavantes.
Predecir con exactitud los cambios de temperatura en el golfo es todo un reto. Aunque la región se está calentando rápidamente, las fluctuaciones naturales de las corrientes oceánicas mundiales cambian cada pocas décadas, y aún podrían introducir temperaturas más frías, mitigando algunos de los efectos del cambio climático.