Los combustibles fósiles y el calentamiento global son dos dos conceptos que están en boca de muchos medioambientalistas desde hace muchos años. Además, están intrínsecamente relacionados ya que la quema de los primeros es una de las causas del aumento de lo segundo.
Llamamos calentamiento global a las consecuencias que generan la liberación de esos gases de efecto invernadero, pero este fenómeno en realidad está provocando una serie de cambios en los patrones meteorológicos de la Tierra a largo plazo que varían según el lugar. Conforme la Tierra gira cada día, este nuevo calor gira a su vez, recogiendo la humedad de los océanos, aumentando aquí y asentándose allá y cambiando en definitiva el ritmo del clima al que todos los seres vivos nos hemos acostumbrado.
Llamamos combustibles fósiles a los depósitos ricos en carbono creados tras la descomposición de plantas y otros organismos enterrados bajo capas de sedimentos y rocas hace miles de años. Estos combustibles no renovables, que incluyen el carbón, el petróleo y el gas natural, suministran alrededor del 80 % de la energía mundial. Proporcionan electricidad, calor y transporte, al tiempo que alimentan los procesos de fabricación de una enorme variedad de productos, desde el acero hasta los plásticos.