Por: Róger Rumrrill
La elección de Luiz Inácio Lula da Silva (77 años) por tercera vez a la presidencia del Brasil (2003-2010) y su exposición en la COP27, en Sharm el-Sheij, Egipto, realizada entre el 6 y 18 de noviembre, ha tenido el efecto de un giro copernicano: ha librado al gigante sudamericano de su condición de paria internacional en materia ambiental a la que le había condenado el ultraderechista Jair Bolsonaro, a una nueva imagen de líder ambiental y defensor de los pueblos indígenas e incluso a ser una nueva ficha en el ajedrez de la geopolítica en América Latina y también a nivel global por su rol entre las cinco economías más importantes, después de la de EEUU: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS).
El líder y fundador del Partido de los Trabajadores (PT) ha ofrecido y prometido frenar a cero la pavorosa deforestación del bosque amazónico brasileño hasta el año 2030, respetar los derechos de los pueblos indígenas creando un Ministerio de Pueblos Indígenas, gestionar que la COP30 del año 2025 se realice en la Amazonía, entre otros anuncios que han creado ilusiones, expectativas y también dudas. Para el físico brasileño Pablo Artaxo, miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), “el discurso del presidente Lula ciertamente indica que ahora sí hay una agenda ambiental brasileña”.
Pero no solo eso. Lula apunta a cambiar el modelo primario exportador y extractivista brasileño, la causa principal del desastre ambiental. “Demostraremos que es posible generar riqueza sin destruir el medio ambiente”, ha afirmado en la COP27. Sin embargo, tal como han señalado los analistas tanto brasileños como internacionales, el gran reto del líder brasileño es que para lograr estas transformaciones tendrá que romper e incluso demoler los dogmas y los poderes del neoliberalismo y terminar de derrotar a las fuerzas del bolsonarismo y sus poderosos aliados fundamentalistas cristianos y fascistas del capitaloceno. Para ello, señalan los analistas, el gobierno de Lula tendrá que unir y cohesionar a todas las fuerzas políticas para la gobernabilidad: sindicatos, movimientos populares, feministas, ecologistas, LGBT, negros, indígenas; avanzar hacia una renovación política e institucional y aislar al autoritarismo bolsonarista.
El triunfo de Lula fue, según el analista Luis Fernando Novoa Garzón, “un voto plebiscitario contra la necropolítica” y el proceso que debe seguir es construir convergencias de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo e iniciar la deconstrucción de los imaginarios neoliberales y ultraliberales que persuadieron a millones de brasileños que los instrumentos de regulación social y económica impiden la “prosperidad individual”.
“La composición del nuevo gobierno, especialmente en lo económico, debe garantizar espacios de decisión soberana, para que las fuerzas populares tengan capacidad de influir en los procesos de toma de decisiones. La tecnocracia financiera ya no puede apoderarse de esas posiciones”, agrega el analista.
La Amazonía que está dejando Bolsonaro
La cuenca amazónica sudamericana es una superficie territorial de 8 millones y 470 mil kilómetros cuadrados. Brasil tiene soberanía sobre el 68 por ciento y el Perú, con el 14 por ciento es el segundo con mayor superficie amazónica. Ocho países, que integran la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), tienen soberanía sobre ese territorio que es la mayor fábrica de agua dulce del mundo y el más importante banco genético del planeta. Aproximadamente 47 millones de personas habitan esa inmensa y riquísima Amazonía. La población indígena u originaria, los verdaderos guardianes de ese banco de biodiversidad, son 2.2 millones de habitantes correspondientes a 410 familias etnolingüísticas diferentes.
En las últimas décadas, la minería, la tala forestal, los mega latifundios agrarios y ganaderos, la instalación de hidroeléctricas, la extracción hidrocarburífera y gasífera, la construcción de carreteras, el crecimiento del narcotráfico, la expansión urbana, entre otras actividades, han puesto en riesgo la conservación de ese bioma planetario. La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) ha estimado que 188,374 kilómetros cuadrados de este territorio vital para la estabilidad ecológica mundial están lotizados por la minería; cientos y miles de lotes petroleros ocupan el 9.4 por ciento de la superficie amazónica, 369 de esos lotes están en Bolivia, Colombia, Eucador y el Perú; los monocultivos de soya y la ganadería son la causa de la deforestación en un 84 por ciento; se han instalado 177 hidroeléctricas y represas, 75 usinas y se han construido 18.7 kilómetros de carreteras por cada 1000 kilómetros cuadrados. Los países que lideran la construcción de carreteras con un altísimo costo ambiental en la Amazonía son Colombia, Perú y Venezuela. En total, el 26 por ciento de la superficie de la cuenca amazónica tiene una presión alta de ocupación extractiva y el 7 por ciento tiene presión muy alta.
El gobierno del negacionista, ultraderechista, misógino, fascista y racista de Jair Bolsonaro ha llevado esta crisis amazónica al borde del abismo, a un punto de no retorno. Sus ecocidios han sido seguidos a pie juntillas por otros gobiernos amazónicos. Sería interminable señalar y enumerar todas las tropelías que ha cometido Bolsonaro sobre la Amazonía brasileña. Pero anotemos por lo menos algunas de ellas, además de la reducción del presupuesto ambiental y de conservación en un 71 por ciento: ha desmantelado la legislación ambiental y ha debilitado hasta la agonía la institucionalidad de protección y conservación de la naturaleza y de los pueblos indígenas. Ejemplos: Ricardo Salles, un activista y enemigo del ambiente, fue nombrado ministro del Medio Ambiente y Eduardo Bim, un extractivista a ultranza, fue designado por Bolsonaro como presidente del Instituto Brasileño del Medio Ambiente (IBAMA). La otra aberración bolsonarista fue el nombramiento de Marcelo Augusto Xavier, un racista y anti indígena, nada menos que como presidente de la Agencia Brasileña de Asuntos Indígenas (FUNAI). A tono con estas absurdas decisiones, Bolsonaro y sus secuaces han empezado a eliminar las ordenanzas de protección de los territorios de los indígenas no contactados. “Si Bolsonaro pone fin a las restricciones en uso, será un desastre más y un atentado con la vida de estos pueblos”, ha señalado Ángela Kaxuyana, una de las líderes de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (COIAB).
Como no podría ser de otra manera, el resultado de las políticas bolsonaristas de modificaciones y desregulaciones de las leyes han promovido el acaparamiento de tierras, han desatado una feroz violencia contra los líderes y defensores de la naturaleza (342 líderes indígenas fueron asesinados en la última década según Global Witness) y un incremento exponencial de deforestación con la tala masiva y los incendios: entre el año 2001 y el año 2019, ya con Bolsonaro en el gobierno, el fuego consumió el 13 por ciento de la Amazonía: 1.1 millones de kilómetros cuadrados. En el año 2021, en 4 meses, Brasil perdió 580,550 kilómetros de bosque. Solo en dos años de gobierno bolsonarista, entre 2019 y 2021, la deforestación del bosque brasileño aumentó en 56.6 por ciento.
Los desafíos de Lula en la Amazonía
Como hemos señalado, el tercer gobierno de Lula que se inaugura el 1 de enero del 2023 y su discurso en la COP27 han concitado ilusiones y esperanzas y también dudas con relación a sus ofertas y promesas sobre la Amazonía. Todavía sus críticos recuerdan la polémica que provocó durante su segundo mandato la construcción de la hidroeléctrica de Bello Monte, una de las más grandes del mundo, con una capacidad de producción de 11 mil megavatios y que causó catastróficos impactos ambientales en el río Xingú y sus habitantes indígenas. Asimismo, señalan que hasta ahora Lula no se ha comprometido cabalmente con el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas. Y también denuncian su acuerdo con la construcción de la BR-319, una carretera que unirá Manaus y Porto Velho y sus vías asociadas, la AM-366, AM-248 y otras, que podrían causar verdaderos desastres en el boque amazónico.
Según los expertos brasileños, entrevistados por la red ADITAL, Lula tiene una tarea de romanos por delante con respecto a la Amazonía. Marcelo Dutra Da Silva, ecologista, cree que lo primero que tiene que hacer Lula es restaurar las competencias del Ministerio del Ambiente y utilizar el Fondo Amazonía para combatir la deforestación. Por su lado, el botánico Paulo Brack, sostiene que Lula tiene que repensar en un nuevo modelo económico, social y ambiental para enfrentar los desafíos del cambio climático. “Construir una mueva matriz productiva basada en la agroecología y en una reconversión de la matriz industrial”. Pero más son las certezas que las dudas sobre el proyecto amazónico de Lula. “Es la oportunidad de convertirnos en la economía verde más grande del mundo”, se ilusiona el ecólogo Marcelo Dutra da Silva.
El liderazgo político y social de Lula, también a nivel de América Latina y global, con el rol que cumple en los BRICS y el apoyo y las coincidencias políticas con los gobiernos de Gustavo Petro de Colombia, y de Gabriel Boric de Chile y los otros gobiernos progresistas de América Latina en un proceso urgente e irreversible de integración para enfrentar la distópica realidad social, política, ambiental, económica y cultural del siglo XXI, sumarán a favor de su nuevo gobierno y sus propuestas amazónicas.
Para el Perú, el proyecto amazónico de Lula puede ser decisivo. No solo para sacudir la indiferencia tanática de Pedro Castillo con relación a la Amazonía y los pueblos indígenas y también los suicidas proyectos de ley del Congreso de la República, empeñado en su viaje de descenso a los infiernos y en su canibalismo político. Como el proyecto sobre la Ley 29763 de Forestal y de Fauna Silvestre, que obedeciendo el úkase de los mega latifundistas de la palma aceitera, pretenden modificarlo para que estos angurrientos entren a saco partido a arrasar el bosque amazónico, entre otras barbaridades. Porque la naturaleza funciona como una unidad perfecta y, por tanto, la Amazonía es un mundo cosmocéntrico y lo que ocurra en el Perú, como la desglaciación y extinción del nevado Mismi, en la cordillera arequipeña, el origen y el nacimiento del mayor río del planeta, el Amazonas, se sentirá en todos los países amazónicos y, sin duda, el más afectado será el Brasil.
El advenimiento de un gobierno como el de Luiz Inácio Lula da Silva, que quiere hacer de la Amazonía el epicentro mundial de la lucha contra el cambio climático, por ahora una verdadera cuadratura del círculo porque sigue controlada y dominada por las dictaduras del petróleo, el gas y el carbón, nos aproxima al sueño utópico de hacer de la Amazonía Peruana el espacio estratégico geopolítico, geoeconómico e hidro político del Perú en el siglo XXI.