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¿Podrán Puerto Rico y Bad Bunny salvar a las ranas coquíes, uno de sus iconos?

Entre las verdes y exuberantes montañas de Puerto Rico, las ranas coquíes canta una serenata nocturna tan emblemática como los ritmos de salsa y los cócteles de ron de la isla. Pero ahora, la aguda y rítmica llamada de este diminuto anfibio “¡ko-kii! ko-kii!” se está haciendo eco de una petición más profunda: proteger los frágiles ecosistemas y el patrimonio cultural de Puerto Rico de los cambios radicales a los que se enfrentan.

En su último álbum, DeBÍ TiRAR MáS FOToS, la estrella del reggaetón Bad Bunny (Benito Antonio Martínez Ocasio) transforma el canto de las coquíes y del sapo concho puertorriqueño (Peltophryne lemur), en peligro crítico de extinción y que aparece como la mascota del álbum, en símbolos de resiliencia, instando a la acción para salvaguardar los tesoros naturales y culturales de la isla.

Para Bad Bunny, cuya música es a menudo una carta de amor a Puerto Rico, estos anfibios representan el espíritu perdurable de su tierra natal. A través de sus evocadoras letras y vídeos, llama la atención sobre la disminución de sus hábitats, al tiempo que celebra la identidad cultural que encarnan.

“Bad Bunny nos ha dado una oportunidad única, y espero que nuestra gente sepa aprovecharla”, afirma Rafael Joglar, profesor de biología en la Universidad de Puerto Rico, campus de Río Piedras, y fundador del grupo de conservación sin ánimo de lucro Proyecto Coquí. “Esto es lo mejor que nos ha pasado en mucho tiempo en términos de conservación”.

Durante generaciones, las ranas coquíes ha sido un emblema cultural de Puerto Rico, celebrada en las cerámicas, pinturas y poesías de los indígenas taínos. Según la leyenda taína, una diosa creó a la coquí para que gritara eternamente el nombre de su amor perdido. El significado del anfibio está tan arraigado que muchos puertorriqueños suelen proclamar: “Soy de aquí como el coquí”, como orgullosa expresión de pertenencia.

El sapo concho de Puerto Rico, aunque menos célebre, tiene su propia importancia cultural y ecológica. Es una de las dos únicas especies de anfibios autóctonos de Puerto Rico que no son coquíes, que constituyen 14 de las 16 especies autóctonas. El sapo concho, que se creyó extinguido durante más de cuatro décadas, fue redescubierto en la década de 1970, reclamando su lugar como único sapo autóctono de Puerto Rico.

El aumento de las temperaturas y el cambio de los patrones climáticos han alterado el hábitat de estos anfibios, amenazando los bosques que resuenan con su canto. Huracanes como María, que asoló Puerto Rico en 2017, han causado importantes daños en estos ecosistemas, mermando aún más las poblaciones de coquíes.

Aunque algunas especies, como la coquí de montaña (Eleutherodactylus portoricensis), se están adaptando trasladándose a altitudes más elevadas en bosques nubosos como el Bosque Nacional El Yunque, sus opciones son limitadas. Estos hábitats están restringidos a los picos más altos de Puerto Rico, y una vez que las ranas alcanzan estas elevaciones, no hay otro lugar a donde ir, creando un fenómeno que la comunidad científica llama “extinción de la cima de la montaña”.

“Los anfibios son el grupo de animales vertebrados más amenazado de la Tierra. Solíamos tener 17 especies de coquíes, y ya hemos perdido tres de ellas”, afirma Joglar. “El sapo concho, como otras especies de anfibios de Puerto Rico, ha sido desatendido por falta de financiación, compromiso serio, experiencia, o todo lo anterior”.

Las coquíes y los sapos crestados puertorriqueños no son los únicos que están desapareciendo de Puerto Rico. La inestabilidad económica, los desastres naturales y el aburguesamiento han provocado cambios significativos en la población de la isla. Desde 2010, la población de la isla se ha reducido en más de un 11%, con más de 130 000 residentes que se marcharon sólo después del huracán María.

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