POR: LAURA AROYO GARATE
Algunas equidistancias son parte del discurso no oficial, pero oficioso en su complicidad con el régimen. Esa, por ejemplo, que dice que no hay que estar ni con las balas ni con las pancartas. La que iguala en responsabilidad a quienes disparan contra el cuerpo y a quienes lo ponen en su ejercicio de un derecho. Esa es una equidistancia que además de denunciable resulta obvia. De ahí que su rechazo sea también mayoritario. Es clave nunca caer en ese “ni con los que disparan ni con los que protestan” que en buena cuenta iguala a quien ejerce abuso desde el poder y a quien se subleva contra el abuso de ese poder.
Pero hay equidistancias más sutiles. Esas que casi ni se ven. Que en muchos casos, con razonamientos que parecen sensatos, terminan por cumplir el mismo objetivo. Equiparar lo inequiparable. Igualar lo inigualable y, en ese camino, sumar a la defensa de argumentos indefendibles. Estas equidistancias, hay que decirlo, al ser sutiles son también un poco más perversas pero a la vez, pueden ser enunciadas sin la plena noción del objetivo que consigue por parte del mensajero o mensajera que la enuncia.
¿En qué se diferencia equiparar a quien dispara un arma desde una postura de poder contra un manifestante, de equiparar un escrache a una autoridad institucional y política de un acoso a una persona individual y concreta? En realidad en nada. He leído, preocupada, cómo desde algunos espacios se ha buscado equiparar la acción contra el ahora exembajador de Perú en España con los actos fascistas de La Pestilencia. Repito: con los actos fascistas de La Pestilencia. ¿Se puede equiparar el acoso contra sujetos concretos por sus defensas políticas por parte de un grupo que ostenta el apoyo y la complicidad de la arquitectura del poder peruano (partidos como el fujimorismo, poder mediático que no los denuncia, fuerzas del orden que no los detienen) con la participación política en un espacio contra el máximo representante político de un país en suelo extranjero? Evidentemente no. Hacerlo es caer en la equidistancia sutil que lo que señala es que lo que cuentan son las acciones y no las motivaciones de las acciones ni sus finalidades ni a quiénes van dirigidas. Esto es falaz.
Pero además, en el caso concreto del ahora, por suerte, exembajador Maúrtua, ¿es posible ejercer su defensa tras no haber nunca emitido un comunicado político durante su periodo como embajador (al igual que sus predecesores) y sólo hacerlo en este contexto de dictadura en que tomó la decisión de defender los actos violentos contra peruanos y peruanas, utilizar el discurso del terruqueo y la difamar institucionalmente a una lider campesina como Lourdes Huanca? No lo creo tampoco. En todos los plantones realizados frente a la embajada peruana en Madrid o frente a otras instituciones en esta ciudad, el grito “Maúrtua traidor” ha sonado fuerte y eso se debe a su postura política ejercida desde un puesto de poder. Del mayor poder de representación del Perú en suelo extranjero.
Ahora bien, se puede discrepar de las formas, sin duda. Se puede discrepar del mensaje, también. Se puede discrepar incluso de la postura de peruanos y peruanas que no nos sentimos representados por una embajada que ha tomado partido por la dictadura y por tanto no es legítima para nosotros con toda la desprotección que eso significa (lo saben bien quienes migran). Pero una cosa es la discrepancia y otra es la utilización de la misma para construir equidistancias peligrosas. Y lo digo porque creo que algunos que las hacen no lo tienen tan claro. Seguramente reflexionarán si lo desean y podrán también enmendar esos peligrosos discursos.
A la dictadura la equidistancia le supone mucho aire. Permite poner el dedo acusador en las formas de resistencia en lugar de quién fuerza a que esa resistencia exista. A los poderes que reprimen la equidistancia les supone una celebración. Permite sostener un “todos somos iguales” que legitima sus acciones contra quienes NUNCA hemos sido iguales porque sabemos muy bien que hay luchas contra las opresiones y reacciones que buscan sostenerlas. Lamentablemente, esta claridad política no es habitual en todos nuestros espacios. Hagamos pedagogía.
Si eres capaz de denunciar la falsa equiparación entre las aciones del poder y las que impugnan al poder, ¿puedes realmente equiparar el fascismo con una denuncia del mismo porque las formas no te gustan? Creo que no. En la misma línea, también estaría bien evaluar qué formas de lucha se legitiman desde ciertos lugares de enunciación porque un argumento delo tipo que aquí comento está a dos doritos de decir que bloquear las carreteras justifica que determinados cuerpos sean asesinados por ello obviando que existe una tradición histórica de invisibilización de ciertas demandas que sin medidas que fuercen a que se mire a determinados sujetos nunca jamás hubieran logrado siquiera una mesa de diálogo.
Necesitamos una academia que sepa poner la política en sus ejes de análisis. Una academia que sepa impugnar también en la práctica los discursos hegemónicos que muchas veces se le cuelan por debajo de la puerta hasta llegar a sus posts de Facebook.