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Opinión

Laura Arroyo Gárate: Democratizar el poder mediático

Ayer ocurrieron dos hechos vinculados entre sí por lo que revelan con elocuencia. Por un lado, el nefasto “reportaje” (valgan las comillas) de Latina, vídeo que no compartiré en este muro por razones obvias, donde se difamó directamente a los y las peruanas que conforman las brigadas de apoyo y ayuda organizada en las manifestaciones. El “reportaje” señalaba como un problema, como un obstáculo y como posible evidencia de acciones delincuenciales que hubiera un conjunto de ciudadanos y ciudadanas que se organizaran entre sí para proteger a quienes se manifiestan legítima y pacíficamente de la represión del Gobierno. Básicamente llamaban a denunciar a quienes se protegen de las bombas lacrimógenas validando así no sólo los actos represivos en contextos de marcha pacífica como es evidente que fue la manifestación del 4, sino estigmatizando a quienes, en realidad, están llevando sobre sus espaldas el cuidado de la democracia al garantizar con sus acciones el ejercicio de un derecho.
Hay que señalar también que estos mismos medios de comunicación -y los pongo en plural pues el “reportaje” responde a un discurso que promueven tanto Delta en Latina como Oxenford en ATV y más de un programa en Canal N, América TV, RPP, etc.- bautizaron a los y las brigadistas que en las movilizaciones del 14N se organizaron para lo que hoy vuelven a hacer, “generación del bicentenario” y los presentaban como heroicos actores juveniles en dicho proceso político. ¿Qué ha cambiado de entonces a ahora? Sólo el tipo de demanda política y, por supuesto, que las manifestaciones tienen su epicentro fuera de Lima y no en la capital. El componente racista es fundamental para entender por qué unos son una “generación” heroica y otros son “vándalos que obstaculizan la labor de las fuerzas del orden”.
El otro hecho fue la entrevista que le hizo Jaime Chincha (Canal N) a Gustavo Gorriti (IDL-Reporteros) en la que el entrevistador destina buena parte de la misma a defender al grupo de poder para el que trabaja. Para Chincha resulta muy necesario dejar claro que el grupo El Comercio “no merecía la generalización” de “mal periodismo” que hizo Gorriti en un artículo previo, pues con ello sólo se fomentan “acciones contra de los periodistas”. Resulta importante oír las respuestas de Gorriti quien, como corresponde, no retrocede en la denuncia a un grupo de poder económico que ha hecho de su poder mediático el principal altavoz de sus intereses financieros que, por lo mismo, dejan al periodismo como ejercicio en segundo o tercer plano.
Pero también confieso que me hubiera gustado todavía más determinación a la hora de defender al periodismo de discursos como el de Chincha que generalizó siempre que pudo cualquier acción en el Gobierno de Castillo, generalizó testimonios sin pruebas hasta hoy sobre corrupción en ese gobierno, generalizó calificativos en contra de quienes proponían cosas válidas por más que pueda estar en contra como la Nueva Constitución, generalizó el apelativo de “castillista” a cualquiera que pidiera democráticamente que se le investigue como corresponde y no en base a dichos o, peor aún, con una Fiscal de la Nación con sospechas alarmantes, etc. Al periodismo, según Chincha, no se le debe generalizar. Pero este discurso encierra una trampa perversa para el ejercicio de una profesión tan importante.
Lo que hace Chincha al exigir esa diferenciación es presentar la labor irresponsable del poder mediático, su papel antidemocrático en las últimas elecciones y su orquestación disciplinada para posicionar una serie de temas en agenda, como casos aislados. Y si son casos aislados entonces el problema no es el poder mediático, sino el periodista o la periodista de turno que hizo “mal” un trabajo concreto. Y esto es falaz. El papel del poder mediático claro que es generalizable porque es una norma. Si algo es excepcional en Perú es el buen periodismo y no viceversa.
Decirlo es la mejor defensa que se puede hacer del periodismo actualmente. Decirlo y denunciar estos hechos como práctica estructural de nuestra gran prensa y no como casos aislados es la mejor forma de recuperar los lazos entre este cuarto poder y la ciudadanía. Si se quiere recuperar la legitimidad como voces de información y mensajeros de ella, lo primero que toca es aceptar que su labor ha sido negativa y denunciable, y que la deslegitimidad que tienen se la han ganado a pulso. La gente no es idiota. No es que no les crea porque no les gusta lo que le dicen, sino que saben que tras lo que se les dice existe un “por qué se lo dicen” y “por qué se lo dicen de esa manera” y “cuándo se lo dicen”. Reconocer que el poder mediático es político no es negativo, es un avance en la construcción de instituciones que necesitan nuevas legitimidades tras el destrozo que han hecho de ellas, ellos mismos con sus acciones.
Y esto es de lo que no quieren hablar quienes buscan hacer antes un falso espíritu de cuerpo que proteger la profesión a la que se deben. No es normal, ni debería serlo, que en una democracia un grupo de poder económico sea dueño del 80% de los medios. No es normal, ni debería serlo, que ese mismo grupo de poder económico utilice su oligopolio mediático para instalar una perspectiva monocorde respecto a los temas que le interesan. No es normal, ni debería serlo en una democracia, que se valide que el periodismo se ejerza desde un único lugar de enunciación y que las voces legitimadas en las vitrinas informativas sean siempre las voces de la capital mayoritariamente y con ciertas excepciones donde el trato es claramente diferenciado por parte de los periodistas de este grupo de poder.
Dicho con ejemplos, no es normal ni debería serlo, que para hablar de las demandas en las protestas actuales se hable con dos o tres congresistas que no participan en ellas y apenas con una persona que participa en ellas a quien le cortan el micrófono en el momento en que dice algo sobre Pedro Castillo. No es normal, ni debería serlo que se terruquee desde una palestra de poder a quien protesta en lugar de oírlo en un set de televisión. ¿Cuántas familias de quienes se manifiestan y recibieron una represión inhumana en Ayacucho, por ejemplo, han estado en el set de Chincha? ¿Cuántas han sido entrevistadas por RPP? ¿Cuántas portadas hemos visto con sus mensajes como titular? ¿Cuántos nombres de los 28 muertos -en cifras oficiales- hemos visto abriendo los periódicos o las notas informativas de los principales programas de la gran prensa?
¿Eso es democracia mediática?
Cuando hablamos de democratizar el poder hablamos de esto. No sólo de una democratización profunda de la arquitectura que sostiene al Estado, de una democratización económica que deje de disociar el mal llamado “crecimiento” de su impacto real en las vidas de peruanos y peruanas o de una democratización de los derechos que acabe con la práctica dolorosa donde hay vidas, voces y demandas que reciben reflectores y vidas, voces y demandas que reciben balas. También significa hablar de democratizar los lugares de enunciación, las perspectivas de bienestar distintas que coexisten en nuestro país, las diversas lenguas, los diversos rostros, las diversas demandas y las diversas formas de hacer oír estas demandas.
Democratizar el poder mediático es por ello tan urgente para iniciar cualquier proceso democratizador profundo que lo toque todo. Porque en el acceso a los medios hay un acceso al poder y ese acceso ha estado históricamente vetado para quienes hoy se movilizan en contra de esa concentración de poder que también tiene su correlato en el gran grupo que concentra el poder mediático.
Dice Jaime Chincha que hay algunas cosas que dichas de una forma pueden traer como consecuencia agresiones a periodistas. Habría que decirle que las verdades cuando se dicen siempre traen consecuencias y que no es la verdad la que debe ser amordazada, sino el mal ejercicio de una profesión cuya finalidad debería ser justamente esa: la búsqueda de la verdad. Pero para eso corresponde que los y las periodistas dejen de ser tan empáticos con el poder y de trabajar para limpiar sus malas acciones, y sean empáticos con la gente que no les paga el sueldo, pero en realidad es a la que el periodismo decente debe servir.

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