En un país en donde los proyectos de izquierda no han contado con apoyo popular, la candidata parece encarnar una alternativa esperanzadora.
El penúltimo debate presidencial en Perú, el domingo pasado, lo ganó la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, solo por ser una persona normal. No es broma. Entre sus rivales, hay un señor que afirma que la covid se cura con cañazo y sal, otro que no cree en el uso de las mascarillas y un exfutbolista que asegura que sobran vacunas en el mundo. También aspira a la presidencia la hija del dictador Alberto Fujimori, Keiko, imputada por corrupción y deseosa de indultarlo.
En el debate de ante ayer, que volvió a ganar según varias encuestas, vimos lo mismo: la sensatez y el sentido común son ahora mismo bienes escasos en la campaña electoral peruana. El 11 de abril, cuando serán los comicios por la presidencia, los peruanos tendremos demasiadas alternativas. Y creo que solo una, la que de manera más clara ha logrado trasmitir su plan de gobierno, es la opción para no retroceder: Mendoza. Su propuesta se resume en poner por delante la vida y la salud de la gente; defender que la educación, la sanidad y la vivienda son derechos y no negocios, y reconocer a todos los peruanos como iguales.
En los debates hemos visto una parte de la retórica que están usando los candidatos para desacreditarla: buscan retratarla como una mujer radical y chavista, los demonios de una izquierda anacrónica que ella no representa. El problema es que semejante estrategia del miedo puede que sirva para ganar votos pero no para mantener la gobernabilidad del país. El Perú vive una crisis política eterna. Y tras décadas de gobiernos neoliberales esa crisis es imposible de ocultar.
La elección de candidatos de derecha no ha servido para evitar la plaga de la corrupción o salvarnos de una pandemia global. Ante este escenario catastrófico, tenemos solo dos vías: optar por la corriente continuista y conservadora en políticas económicas y sociales o dar un salto de fe y elegir, por primera vez en décadas, una opción progresista.
Así que el 11 de abril, los peruanos tendremos la opción de optar por esa posibilidad inédita en nuestra historia reciente: salir de las opciones de derecha. Y sería también histórico tener a una mujer al mando en un país en el que ninguna mujer ha llegado a la presidencia por elección popular.
Hemos probado en el Perú décadas de populismo, de proyectos empresariales, de planes de centro que se quedan en el discurso, de derecha y más derecha económica. Aún quedan por probar el progresismo real, la democracia participativa, el feminismo, los derechos sociales. Quizá se avance poco a poco pero solo algo está claro: Verónika Mendoza es la única opción para no retroceder.
Todo empieza con la Constitución de Fujimori de 1993 que precariza el sistema público, entrega el Estado a los grandes poderes económicos y lo hace con suficiente margen para la proliferación de la corrupción. La sensación es de estar viviendo la democracia como farsa. Los mandatarios de los últimos años —salvo uno que se suicidó para evadir la justicia— están procesados, vacados o presos. Y solo en el último año (¡en el trascurso de una semana!) el Perú tuvo tres presidentes.
En este escenario de desencanto, más de un tercio de los peruanos sigue indeciso y el voto se reparte lenta y tímidamente con una media bajísima por candidato, incluso para quien encabeza los escrutinios: Yonhy Lescano, el candidato del cañazo y la sal, congresista eterno, líder de uno de los partidos golpistas que hace pocos meses vacaron al expresidente Martín Vizcarra en plena crisis pandémica. Como se sabe, dicha maniobra ilegítima fue rechazada por la población y las manifestaciones fueron objeto de una feroz represión. Dos jóvenes fueron asesinados y Lescano sigue lavándose las manos de lo ocurrido.
El segundo lugar lo disputan cuatro aspirantes a los que distancia muy poco margen: el exfutbolista George Forsyth, hombre de derecha liberal con una docena de fujimoristas en su lista parlamentaria; la propia Keiko Fujimori, quien no necesita mayor presentación: requiere de una orden judicial para moverse por el territorio; el ultraderechista Rafael López Aliaga, empresario millonario moroso, alguien que se flagela todos los días por Cristo. Y, finalmente, Verónika Mendoza, la única candidata de izquierda y cuyo lema personalista y rítmico es: “Con Vero, el cambio verdadero”. Una idea que, sin embargo, parece empezar a calar en la población a menos de dos semanas de las elecciones.
“Puedo comprender que en este doloroso contexto haya temor al cambio”. Hay más de 50.000 muertos—aunque se sospecha que la cifra real podría ser mucho mayor— por la pandemia en Perú y “hay quienes lo aprovechan para atizar el odio, pero también hay más claridad en que las cosas no pueden seguir como hasta ahora”, me dijo Mendoza desde su pequeño departamento en el clasemediero distrito de Jesús María en Lima por Zoom.
La candidata de Juntos por el Perú me cuenta que prepara un “juguito de mango” en su primera mañana libre después de tiempo. Todos duermen en casa mientras conversamos pero en breve, dice, los despertará.
¿La primera presidenta peruana?
Sería histórico tener por primera vez a una mujer como presidenta del Perú, más aún si es una mujer que no nació en Lima, la capital, sino en Cusco. Es hablante fluida del francés y el quechua. Hija de una profesora francesa que vino del mayo de 68 siguiendo la ruta del Che y de un profesor de filosofía cusqueño, “Vero”, como la llaman, también es nieta de la partera y curandera del pueblo de Andahuaylillas. Estudió psicología y antropología en Francia y se metió muy joven a hacer política, fue congresista y postuló hace cinco años por primera vez a la presidencia.
Hoy vuelve a intentarlo a sus 40 años y, según algunas encuestas, se disputa el segundo lugar de la intención de voto y su pase a la segunda vuelta. De llegar al poder encarnaría por fin el esperado relevo generacional en la política peruana. “Nosotras estamos aquí para hacer que caigan las caretas”, anuncia Mendoza, aludiendo al puntero de las encuestas, Lescano, quien promete cambios, se autoproclama como alguien de centro, pero cuyo partido ha participado en la última marcha “provida”.
Mendoza no despertó de la noche a la mañana convertida en el proyecto de líder de la izquierda peruana que es hoy. Forma parte de esa ola de renovación de la izquierda global liderada por mujeres. La suya es una izquierda moderna y progresista, muy distinta de la izquierda populista que ha recorrido América Latina en los últimos años.
Su visión de país está en sintonía con las gestiones de otras líderes políticas en el mundo, como la ministra de Trabajo española y viceministra, Yolanda Díaz, impulsora de la reforma laboral más importante en la historia reciente de ese país. Le dijeron que el comunismo es una antigualla. “No, antigualla es que haya pobres”, contestó Díaz mientras la Vanity Fair le hace un perfil en el que habla de su origen obrero y lo bien que le queda el color rojo. O la senadora demócrata estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, quien ha abanderado un proyecto político de izquierda impulsando banderas como la salud pública universal y el Green New Deal, uno de los proyectos medioambientales más ambiciosos del mundo; o Jacinta Arden, la primera ministra de Nueva Zelanda, abiertamente feminista y con una agenda progresista desde la centroizquierda.
La candidatura de Mendoza se inserta en esa línea de políticas que han pujado por crear transformaciones que socialicen beneficios para los más vulnerables al tiempo que plantea una fuerte agenda de inclusividad y una plataforma medioambiental en contra de proyectos extractivistas. “No se trata de fortalecer este Estado decrépito sino de construir uno nuevo”, dijo. Y añadió: “La pandemia ha roto el mito de la empresa privada eficiente y sacrosanta que hoy sabemos puede llegar a cobrar 2000 dólares por un balón de oxígeno y 60.000 por una cama UCI. No tienen reparos en dejar morir a las personas”.
Frente al sálvese quien pueda de las élites, Mendoza destaca la solidaridad entre mujeres, también entre las que sostienen las ollas comunes para paliar el hambre pandémico. De ahí su propuesta de un Plan Nacional de Cuidados para sostener ese trabajo común.
El cambio en el Perú
El “cambio verdadero” consiste en empezar a transformar el Perú el año de su bicentenario hacia una verdadera independencia, porque hace 200 años la ejecutaron las élites sin escuchar a las mayorías. Por eso, en el corazón de su apuesta política están los derechos, la justicia social, fiscal y económica. Para no retroceder, Mendoza propone una minería responsable con reglas claras, reducir la deforestación al 50 por ciento y diversificación productiva; reconocimiento también de la pluralidad de pueblos indígenas y afroperuanos; y ha prometido introducir leyes como la despenalización del aborto, la del matrimonio igualitario y el reconocimiento de la identidad de género.
Es la única candidata con posibilidades que ha ofrecido vacunación universal, gratuita y ordenada, así como incrementar el presupuesto para garantizar salud de calidad para todos. Concibe la educación, las pensiones y la vivienda como derechos borrados por la Constitución del 93. Y dice que buscará que internet sea un derecho universal. Pondrá en marcha, además, un impuesto a las grandes fortunas y una reforma tributaria. A mediano y largo plazo, Mendoza ha lanzado la idea de iniciar un proceso constituyente y una asamblea para sustituir la carta magna de la dictadura de Fujimori por una plurinacional (sería la primera vez que los pueblos indígenas sean incluidos en este proceso) y paritaria.
¿Nos atreveremos?
Sospecho que solo hay dos razones por las que muchos peruanos aún no se deciden a votar por la única candidata que es una persona normal.
Una es el cordón sanitario que ha rodeado durante tantos años a la izquierda peruana. Para alejarla del poder, los sectores de derecha no han dejado de alimentar el imaginario colectivo de su peligrosidad ideológica y no han dudado en usar para ello sistemáticamente el fantasma de Sendero Luminoso, el grupo terrorista, y el de Venezuela. Si a eso le sumas la segunda razón, que Verónika es una mujer que —a diferencia de Keiko, la única otra candidata de los veinte—, sí está posicionada por los derechos de las mujeres, podemos hacernos una idea de por qué Mendoza no está a la cabeza de las encuestas. En el Perú el machismo es transversal y hay muchos conservadores moderados capaces de optar por un candidato progre como “mal menor” pero a los que pedirles votar por una candidata progresista y feminista podría ser demasiado.
¿Se atreverán los que votan a partidos de derecha liberal a apoyar un voto útil por Verónika como votó la izquierda por la derecha en las elecciones pasadas para bloquear al fujimorismo? También está la duda de por quién votarán los miles de jóvenes que salieron hace un año a defender la democracia y tumbaron al gobierno usurpador del partido de Manuel Merino y Lescano.
Aunque los poderes fácticos intentan mantener el statu quo a toda costa, la situación es tan grave a un año del inicio de la pandemia que ya no se puede disimular el desgaste del modelo socioeconómico y la crisis de nuestro sistema político. Por eso voy a votar por Verónika Mendoza, porque siento que representa ese impulso honesto y solidario por lograr ponernos en el camino del cambio estructural que necesita el Perú. Es un momento para ser valientes, para no retroceder, para tomar decisiones históricas.
Por Gabriela Wiener
Es periodista y escritora.