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Opinión

Tribuno: ¿Adónde nos conduce la paranoia belicista de los líderes europeos?

Europa, cuna de la diplomacia moderna y del multilateralismo tras la Segunda Guerra Mundial, parece hoy caminar al borde de un abismo que muchos se niegan a ver con claridad. La respuesta militarista a la guerra en Ucrania, sostenida por discursos cada vez más agresivos, presupuestos de defensa desbocados y una narrativa de amenaza existencial rusa, podría no solo agravar el conflicto sino arrastrarnos a una nueva catástrofe global.

La pregunta de fondo es: ¿realmente los líderes europeos creen en la inminente amenaza de una invasión rusa al corazón de Europa? ¿O estamos, más bien, ante una estrategia concertada que utiliza el miedo como justificación para adoptar una economía de guerra y reorganizar el modelo económico-social del continente?

La paradoja del rearme

Desde 2022, los gobiernos de Alemania, Francia, Polonia y los países bálticos han incrementado sustancialmente su gasto militar. Se habla de reintroducir el servicio militar obligatorio, de movilización industrial, de rearmar al continente. El canciller alemán Olaf Scholz declaró el “Zeitenwende” (un cambio de era), destinando 100 mil millones de euros a las fuerzas armadas, mientras que Emmanuel Macron propone “una economía de guerra en tiempo de paz”.

Esta militarización responde en apariencia a la amenaza rusa. Sin embargo, Rusia, con todos sus recursos y ambiciones geopolíticas, no es la Unión Soviética. Su economía, sancionada y debilitada, no puede sostener una guerra prolongada con la OTAN. La amenaza existe, sí, pero la narrativa de una invasión rusa a Berlín o París no se sostiene sin el filtro del miedo o de ciertos intereses políticos.

¿Y la conferencia de seguridad?

En lugar de buscar una solución diplomática, basada en una conferencia de seguridad europea que considere los intereses de todas las partes —incluidos los legítimos temores de seguridad rusos—, Europa parece haber apostado por una única vía: la disuasión militar. Esta negativa a abrir un espacio de negociación sustantiva y multilateral solo profundiza las tensiones y cierra las puertas a la paz.

Incluso durante la Guerra Fría, los canales diplomáticos permanecieron abiertos. Hoy, hablar de diplomacia parece una traición, una rendición o una ingenuidad. Sin embargo, sin diplomacia no hay paz duradera, solo equilibrios precarios sostenidos por arsenales nucleares.

¿Una salida a la crisis?

El trasfondo más inquietante es que esta carrera armamentista puede ser, también, una forma de responder a la crisis estructural del modelo europeo. Estancamiento económico, pérdida de competitividad industrial, tensiones sociales por la inflación y la migración, y un sistema político que se aleja de sus ciudadanos: todos estos elementos han llevado a una pérdida de legitimidad que busca compensarse con una narrativa externa de amenaza.

La economía de guerra no solo moviliza recursos, sino que disciplina a la sociedad, impone una jerarquía de prioridades y canaliza el malestar hacia un enemigo exterior. Es una fórmula vieja, pero efectiva… hasta que deja de serlo.

Una apuesta extremadamente peligrosa

Estamos jugando con fuego. La Federación Rusa, guste o no, es una potencia nuclear. Y no se trata de un régimen con pistolas de fogueo. El riesgo de errores de cálculo, provocaciones, escaladas mal gestionadas o decisiones desesperadas es real. La historia está llena de guerras que comenzaron creyendo que serían cortas, manejables o contenidas.

Los líderes europeos tienen la responsabilidad histórica de frenar esta espiral. Dejarse arrastrar por una lógica de bloques, reviviendo la Guerra Fría en una Europa multipolar, interdependiente y vulnerable, es un acto de profunda irresponsabilidad.

La paz no se logra negando los conflictos, sino enfrentándolos con coraje, inteligencia y visión. Y la visión que Europa necesita hoy no es la del cañón, sino la del diálogo firme, basado en el respeto mutuo, la seguridad compartida y la conciencia de que no hay victoria posible en una guerra nuclear.

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