Juan Manuel Santos, ex presidente de Colombia, ha escrito sus memorias sobre el largo, complejo, difícil y exitoso proceso de negociación con las guerrillas de las FARC – EP. Seis meses de trabajo secreto, clandestino para ponerse de acuerdo en la agenda y cinco años de negociaciones culminaron con la firma de los Acuerdos de Paz, en un marco de reconocimiento nacional y mundial(1).
No fue un proceso fácil. Estuvo permanente dinamitado por la oposición de las derechas colombianas y los grupos intransigentes de las guerrillas que ya habían hecho fracasar el anterior proceso de negociación conocido como “las negociaciones del Caguán” o “Diálogos de paz en El Caguán” (1997 y 2002).
El personaje Gaviria
Uno de los ideólogos del “uribismo”, el más duro, recio, desenfrenado y alucinado activista contra el proceso de diálogo y todo intento por construir la paz en Colombia fue José Obdulio Gaviria. La trayectoria de este personaje es sorprendente: era un converso que venía de las filas del clandestino Partido Comunista de Colombia – Marxista Leninista (PCC-ML), había apoyado al Ejército Popular de Liberación, brazo armado del PCC-ML, integrante de los comités de izquierda del movimiento estudiantil, fundador del movimiento marxista Firmes, asociado a la revista Alternativa a principios de la década de 1980.
¿Cómo así un militante comunista se convirtió en un converso y activista del uribismo, cazador de brujas y perseguidor de fantasmas? Unos señalan que su conversión fue un intento de eliminar parte de su trayectoria comunista; otros, que era una forma de desvincularse de sus innegables vínculos con el narcotráfico (era familiar del patrón Pablo Escobar Gaviria)(2).
El tránsito hacia la derecha extrema se produjo cuando empezó a asesorar a Álvaro Uribe, entonces alcalde de Medellín (1982), y apoyarle en su recorrido político como senador de la República y luego gobernador de Antioquia (1995 – 1997) y, finalmente en las dos elecciones presidenciales que le permitió gobernar por ocho años Colombia (2002 – 2010).
Gaviria se convirtió en el principal asesor político, creador de una nueva doctrina política: “el uribismo”. Elaboraba los discursos políticos, le asesoraba en las entrevistas, escribía panegíricos cada cual más estrambóticos, todo con el propósito por convertir a Uribe en el nuevo mesías de la derecha colombiana. Por supuesto que Gaviria también buscaba lo suyo: ser elegido senador, y lo consiguió: fue elegido senador por el Partido Centro Democrático (2003) y luego reelegido para el periodo 2014 – 2018.
Indudablemente era un prolífico escritor, infatigable polemista, provocador profesional, difamador indesmayable. Sus odios y fobias las dirigió exclusivamente a todos los involucrados en las negociaciones para la construcción de la paz en Colombia: personalizó sus ataques especialmente contra el presidente Juan Manuel Santos y todo el equipo que participó en las negociaciones con las FARC-EP. Denostó y mintió sobre los Acuerdos de Paz.
No se detuvo ante nada. Ya no tenía escrúpulos que guardar; tampoco honra, los había perdido en su tránsito hacia la ultraderecha. Su relación con los paramilitares fue más que evidente, en uno de los procesos judiciales se le acusó de ser “Uno de los hombres cercanos a los hermanos Castaño, Rodrigo Alberto Zapata, ante las autoridades, dijo que el entonces comandante paramilitar Vicente Castaño buscó en varias ocasiones a Jose Obdulio Gaviria para comentarle inconvenientes sobre el proceso de paz”. Acusó a un colectivo de Abogados; de estar vinculado con la guerrilla y a tres sindicatos de empresas de Cali de apoyar y tener vínculos con la guerrilla. Tres años después la Fiscalía lo acusó de injuria y calumnia. Para evitar ir a juicio, Jose Obdulio se retractó públicamente en 2014
El pensamiento Gaviria
La esencia del pensamiento de José Obdulio Gaviria es muy simple. Negaba la existencia de “un conflicto armado interno en Colombia”; consideraba que negándolo el conflicto armado dejaba de existir. No hay guerrilleros, decía porque si los hubiera, “los subversivos serían considerados prisioneros de guerra en vez de terroristas”. “No hay bases guerrilleras sino sitios donde se ocultan terroristas”. “No hay guerrillas sino bandas criminales”. Una de sus mayores infamias fue el giro semántico al negar la existencia de los desplazados por la guerra interna: son “migrantes internos”, decía. Se oponía a toda declaración sobre los derechos humanos, a todo reconocimiento de víctimas del paramilitarismo y de los crímenes del Estado, porque “condenar los ‘crímenes de Estado’, cuando no existe ninguna política atribuible a las instituciones legítimas sino unos casos e individuos que deben y están siendo condenados por la justicia”, le parecía un “despropósito con la autoridad que vela por la vida” de todos los ciudadanos”. “El Estado – decía – no hace la guerra, sino que impone la Constitución y la ley, y persigue a quienes se levantan contra ellas”. Quizá la manifestación más deleznable de este sujeto fue cuando se refería a los asesinatos de líderes y militante de la Unión Patriota que se habían acogido al proceso de paz y se habían integrado a la vida política. Fueron cerca de cinco mil asesinatos. Gaviria acusó que ese hecho “fue una mortandad entre criminales”(3).
Gaviria, cual fanático converso, no quería la paz en Colombia. Poco le importaban las reglas democráticas para la resolución de conflictos. Sea como periodista o como Senador (de Antioquía), sus métodos siempre fue la confrontación: “el único camino frente a las FARC y el ELN era el de la confrontación” Juan Manuel Santos denunció que el “uribismo” y sus acólitos “nunca quisieron avanzar en una agenda real de paz con las FARC”, consideraban que la negociación era la “legitimación del terrorismo”; inventaron el término “castrochavismo” y que “la negociación con las FARC llevaría a Colombia al castrochavismo”. Santos 2019, página 267) Por su lado Gaviria, clamaba la necesidad de seguir el conflicto con las FARC “los años que sean necesarios”. Los calificativos que usaba para no admitirlo como sujeto político eran muy duros: los calificaba de matones, hienas furiosas, fieras, desestabilizadores, insensatos, carceleros…”
Era toda una lucha por el significado, ubicado en el terreno de la ideología. Era una cruzada contra los infieles comunistas, socialistas, recatados, reformistas, contra los cuales no había pausa ni tregua. Todas estas expresiones se encuentran en sus artículos, entrevistas y libros que ha publicado (en un autor muy prolífico), el más controversial es “Sofismas del terrorismo en Colombia” (2005)(4)
El Estado de Opinión
Sin duda que una de las ideas más extravagantes que salió de la cabeza de Gaviria fue el concepto “Estado de Opinión” que lo integró como piedra angular del “uribismo”, por encima del Estado de Derecho. Según esta teoría “los distintos órganos del Estado están sometidos al control de la opinión pública, y en esa medida, resta legitimidad y pone en duda la legalidad y validez de las funciones que cumplen los verdaderos controles constitucionales, de los cuales apenas reconoce que son respetables” Pero, como era de esperar, las referencias que hacía a la “opinión pública” solo era válidas para los que le apoyaban, porque cuando se refería a las protestas sociales contra las medidas de gobierno o contra los paramilitares, Uribe y Gaviria no vacilaban en estigmatizarlos como “sospechosos o criminales”. “Para el Presidente Uribe la opinión pública es la buena opinión pública en el sentido de que coincida con las políticas gubernamentales, es decir, en cuanto se encuentre en estado de convergencia con las perspectivas del gobernante, y en último término, en tanto no sea crítica”(5)
Bajo esta singular “teoría” el Estado de Opinión era el ordenador de los otros poderes del Estado: “los jueces son sustituidos por la opinión pública”; la prensa debía alinearse a “las perspectivas interpretativas del gobierno”, de no hacerlo “podrían estar sujetos a la censura de la opinión pública”. Pero en la cúspide del Estado de Opinión estaban los denominados “consejos comunitarios” mediante los cuales el presidente Gaviria establecía la relación directa con los ciudadanos para “resolver los problemas de las comunidades”(6). Así, la labor de información y crítica periodística entraba a la situación de sospechosa e ilegal puesto que la vocería de las verdades quedaba circunscrita y monopolizada por el gobierno. Las declaraciones del propio presidente Uribe no dejan lugar a duda: “La Fuerza Pública y el Gobierno en el Estado de opinión tiene que anticiparse con la verdad, no esperar que vengan los medios de comunicación con ganzúa para publicar que fue lo que realmente ocurrió.”(7)
Todo esto no era sino un intento de un converso (Gaviria) y su mesías (Uribe) por construir un Estado autoritario y unipersonal. No hay nada nuevo en estas intenciones; no es la primera vez que en la historia política de los países de América Latina existen proyectos de esta naturaleza. Como manifiesta el periodista Segura, había notables coincidencias entre el uribismo y el pensamiento fascista: “Quizá hay un poco de Joseph Goebbels, de Hitler y de Mussolini, pero ni siquiera mucho, porque estas personas no son demasiado leídas. Son un grupo de hacedores de ‘politiquitas’ y de politiquería”(8).
“Si el uribismo – dice Santos – es para muchos de sus seguidores una religión en la que el presidente Uribe funge como mesías y salvador, José Obdulio, sin duda, es su san Pablo” (Santos, 2019, página 269).
¿Qué es un converso y cómo actúa?
Se define a un converso como aquel que ha adoptado nuevas creencias políticas o religiosas aborreciendo las que tenía previamente. Lo que más se destaca de un converso es su radicalización y la manera agresiva cómo enfrenta a sus anteriores compañeros de lucha, pero sobre todo la manera tan fanática y alucinada en que abraza su nueva fe o ideología.
Se puede entender que un militante de izquierda, torturado por sus captores, puede, finalmente ser “quebrado” y denunciar a sus camaradas; pero ¿Cuándo no hay una amenaza a su seguridad personal y familiar qué explica esa conducta? Salvo que requiera abjurar de su antigua creencia y abrazar fervorosamente la buena nueva. Pero hasta ahí no hay nada malo ni grave; lo grave es cuando el converso busca demostrar que su pasado no existe, y que sus antiguos amigos o camaradas ya no lo son más, que ahora son “enemigos”, desconociéndolos como sujetos; ya no los llama por su nombre sino se refieren a ellos como: “terrorista – narcoterrorista – castrochavista – individuos – delincuentes – bandidos… deshumanizándolos completamente.
En el caso que nos ocupa, el proceso de negociaciones por la paz con las FARC, el enemigo feroz e intransigente a ese proceso era un antiguo militante comunista, como se ha visto. Abjuró de su pasado comunista y creo una nueva doctrina: “el uribismo” y un nuevo Mesías: Álvaro Uribe. Pero no es un caso único ni singular. Similares historias se han presentado en otros países. Quizá por la trascendencia y la naturaleza de los hechos, el caso más relevante es lo que pasó en Chile con dos exmilitantes comunistas: Roberto Ampuero y Mauricio Rojas.
Roberto Ampuero Espinoza. Militante de las Juventudes Comunistas de Chile, exiliado en La Habana durante la dictadura de Pinochet; recibió un premio Lautaro de Cuentos por el Comité de la Resistencia Chilena en Cuba; estudiante de la Escuela Juvenil Superior Wilhelm Pieck (“El Monasterio Rojo”, como se la llamaba) de Alemania del Este, donde continuó su formación marxista. Regresó a Chile el 1993 cuando se recuperó su democracia. A partir de ahí inició su tránsito hacia la derecha más conservadora: apoyó la candidatura de Sebastián Piñera a la presidencia de Chile, quien lo nombró luego embajador en México (2011) y Ministro de Cultura (2013). En 2018 durante el segundo gobierno de Piñera fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y luego embajador de Chile en España el 2019 (9).
Mauricio Rojas Mullor. Militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en los años 1967 y 1969. Tras el golpe militar de Pinochet su familia consiguió asilo en Suecia donde se nacionalizó sueco. En Suecia, participó en el Grupo de Apoyo al MIR hasta 1975; “se enlistó en cursos de mecánica (con el objetivo de construir armas) …habría intentado viajar a Cuba para recibir entrenamiento guerrillero, pero no habría podido por temas burocráticos”(10). Su conducta en Suecia fue cuestionada por los exiliados chilenos por xenófoba. A su regreso a Chile apoyó abiertamente a la derecha extrema, fue incorporado al directorio de la Fundación Internacional para la Libertad presidida por Mario Vargas Llosa, desde donde se convirtió en activo militante de la ultraderecha continental. En el 2018 fue nombrado por Sebastián Piñera como ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, pero solo duró cinco días porque fue renunciado por sus escandalosas declaraciones políticas contra el Museo de la Memoria de Chile.
Ambos personajes, ya declarados conversos y enemigos del comunismo, pero sobre todo de su pasado izquierdista, publicaron el libro “Diálogos de Conversos”, para más señas. En ella dan cuenta de su trayectoria y de las motivaciones que los llevó hacia la extrema derecha; pero, en ese diálogo, sus frases más duras fueron contra el Museo de la Memoria erigido en Santiago de Chile para recordar a las víctimas de la dictadura pinochetista . Ese Museo que se financia con recursos de todos los chilenos, “tiene un narrador partidista e interesado”, (hace una) «distorsión de la verdad histórica» debido a que levanta «víctimas inocentes, blancas palomas de la paz, luchadores idealistas por la democracia» …”no es un museo nacional, es un museo de la mala memoria”… “no explica bajo qué circunstancias estalló el horror”. dijo Roberto Ampuero. Manuel Rojas, por su lado, más duro aún llega a decir (que el Museo de la Memoria). “se trata de un montaje cuyo propósito, que sin duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar” . En otra entrevista repitió que el Museo de la Memoria es “algo para que la gente no piense, para atontarte” (entrevista, en 2016, con Camilo Egaña de CNN en Español).
¿Por qué esos personajes dirigieron toda su furia contra el Museo que rememora la época trágica que vivió Chile? Sin duda, es la lucha contra su pasado, como si trataran de expurgar con sus declaraciones sus creencias, imponer una nueva narrativa de los hechos: negando las persecuciones, represión y muerte de ciudadanos de la dictadura. Peor aún: justificando el golpe militar y el tiempo que duró con el argumento de que el gobierno de Salvador Allende fue el causante de esa tragedia que vivieron los chilenos por casi dos décadas.
Sin duda, los casos mencionados no son únicos; se repiten en diferentes experiencias y en distintos momentos. Acá, en el Perú, el converso más famoso fue Eudocio Ravines, fundador del Partido Comunista, militante de la Tercera Internacional que luego fue el ideólogo de la Superconvivencia ultraconservadora. Los nuevos conversos que hoy buscan protagonismo político llegan al nivel intelectual de los mencionados; sus escritos son demasiados mediocres, no pasan del insulto, han cambiado el debate por el insulto, y no analizan nada solo insultan como si adjetivando al oponente quisieran deshumanizarlo y quitarles su condición de ciudadanos. El efecto que producen es contrario a lo que buscan, se deshumanizan ellos y se quedan como que lo son: canallas sin escrúpulos que buscan socavar todo intento de conciliar al país y construir la democracia sobre las bases de la tolerancia y el diálogo de ideas. Sin embargo, no dejan de ser un peligro para la Democracia y la Paz en el Perú.
Fuente: La Otra Mirada
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