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Opinión

Edgar Linares Huaco: El Gran Julio César

Según la tradición, Roma fue fundada por Rómulo y Remo alrededor del año 750 a.C. Al principio fue un conjunto de aldeas etruscas que se unificaron y conformaron un reino, siendo su primer rey Servio Tulio. En el siglo VI a.C, Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquino se sublevaron en contra de la monarquía e instalaron la república siguiendo el modelo griego. El gobierno contaba con un Senado conformado por 300 patricios (representantes de las familias nobles fundadoras – “Los patris conscriptis”), y como ejecutivo, dos cónsules elegidos anualmente por el senado, los que eran los más altos funcionarios encargados de la administración política y militar de la ciudad. Ellos tenían “imperium”, es decir la potestad de comandar las legiones militares, tanto para la defensa como para la conquista.

Si bien inicialmente los romanos se declaraban protectores de Grecia, de quien decían descender, al final la sometieron militarmente, convirtiéndola en una provincia del imperio. Se dice que el primer griego que llegó a Roma fue Eneas, un sobreviviente de la guerra de Troya, y que se casó con la hija del rey latino. La familia de Julio César se consideraba descendientes de Eneas.
Pero culturalmente Roma fue continuadora de Grecia. La organización política que fue adoptando, sus dioses que son los mismos con diferentes nombres, su arte, así como su forma de vida, sí tienen una relación de continuidad con la herencia griega.

Tiempo después, crearon otro órgano de gobierno típico de la democracia griega: “La Asamblea de la Plebe”, que era presidida por los llamados “Tribunos de la Plebe”, la que, si bien no tenía el mismo poder que el senado, servía sin embargo como una valiosa instancia para escuchar y canalizar los problemas, planteamientos y reclamos del pueblo pobre de Roma, e incluso aprobar propuestas de reformas y leyes que eran puestas a consideración del senado y los cónsules.

Son famosos los “Tribunos de la Plebe”: los Hermanos Graco (uno de ellos, el que hizo huir para salvar a la mujer de Espartaco y su pequeño hijo cuando fue sofocada la rebelión), Gayo Mario (el tío de Julio Cesar), Gcina, Sartorio, Julio César, y su sobrino Marco Antonio. Planteaban la reforma de la propiedad de la tierra, fijando un límite máximo para los nobles y que el área que excedía ese límite sea repartida a los veteranos de las guerras y a los Sin Tierra; la justa distribución de las riquezas y tesoros conseguidos en las guerras de conquista, que en su mayor parte terminaban en manos de los jefes militares, sus familiares, y sus amigos nobles, que cada vez incrementaban más sus riquezas dejando al pueblo en la miseria; y que se otorgue la ciudadanía a todos los habitantes de Roma – no solo a los nacidos en ella- y a los “socis”, es decir a los habitantes de las provincias vecinas y aliadas de Roma.

En la práctica había dos partidos políticos: Los “Optimates” (“los mejores”) que defendían los intereses de la nobleza y que constituían una amplia mayoría en el senado; y los llamados “Populares”, liderados por los “Tribunos de la Plebe”, que eran la minoría. Éstos luchaban por las reformas, a las que los primeros se oponían radicalmente. Los líderes de los “Optimates “o “conservadores” eran Lucio Cornelio Sila, Craso, Pompeyo, Metelo y Marcio Porcio Catón (el Joven).
La lucha entre ambos bandos fue intensa, a veces en el senado contando con la participación de brillantes oradores como Cicerón, pero otras veces también en los campos de batalla.

La niñez de Julio César que desde un principio se destaca por su extraordinaria inteligencia, transcurre en este ambiente. La madre que le hablaba siempre de su condición de descendiente de Eneas y el tío Gayo Mario, que, al percatarse también de sus cualidades, se dedica a prepararlo política y militarmente desde niño, contratando desde las Galias a un tutor de amplia cultura: Marco Antonio Gniflo.

En esos años la confrontación entre Gayo Mario, líder de los “populares”, y Sila, líder de los “Optimates”, era encarnizada. Ambos eran Cónsules. Sila sale de Roma en expedición militar para enfrentar al rey Mitrídades de Ponto, Gayo Mario se queda a cargo del gobierno de Roma. Cuando Sila emprende el regreso triunfal a Roma, Gayo Mario muere de causa natural, y cuando Sila llega, desconoce y anula todas reformas aprobadas, devuelve las tierras a los nobles, confisca los bienes del cónsul fallecido y desata una cruenta persecución contra los partidarios y familiares de Gayo. Gcina, su sucesor, trata de enfrentar a Sila, pero es rápidamente derrotado. Sila triunfante se proclama Dictador de Roma.

El joven Julio César de 18 años, que acababa de casarse con Cornelia, hija de Gcina, seguramente para fortalecer la unidad partidaria, se ve obligado a huir de Roma y pasa a la clandestinidad. Se desata una feroz búsqueda y persecución, pero temeroso Sila de un levantamiento popular, astutamente hace conocer un decreto de perdón y César regresa a Roma.
En ese lapso nace su primera hija, Julia, y fallece su padre por lo que a los 20 años asume el papel de “pater familis”.

Cesar se dedica a la abogacía, asumiendo la defensa de los agraviados en casos emblemáticos como el juicio contra el gobernador de Macedonia Cornelio Dolabela, amigo y protegido de Sila, acusado de horrendos crímenes como asesinatos, violaciones y graves hechos de corrupción. Ante un jurado presidido por el senador Pompeyo, uno de los principales cuadros de Sila, Cesar sorprendió con una brillante defensa donde demostró una vasta cultura y conocimiento jurídico. Según los historiadores, había dicho que “…la grandeza de Roma no se logra abusando, saqueando e incendiando. Hay que seguir el ejemplo de Alejandro que cuando conquistaba un pueblo, no abusaba ni saqueaba, sino que era generoso y respetuoso con los pueblos conquistados, a tal punto de ser querido y apreciado en todas las provincias de su vasto imperio”. “Un demócrata tiene miedo de incumplir la ley y ese temor es lo que lo mantiene alejado de la corrupción, en la que personas viles como Dolabela se solazan felices como un cerdo en su chiquero”.

El fallo fue obviamente favorable a Dolabela, pero la impresión que produjo su alegato le habría hecho decir a Sila: “Este hombre es sumamente peligroso, en él hay 30 Gayos, tenemos que deshacernos de él, pero en su momento”. Por la noche una multitud se acercaba a la casa de César, se pensó que podría ser una turba de los matones de Dolabela y Sila, pero cuando la multitud ya estuvo cerca, grande fue la sorpresa para César y su familia al contemplar que venían a vitorearlo. ¡César! ¡César! Gritaba la gente. Era el pueblo de Roma que ese día consagró a su nuevo Tribuno.
El astuto Sila fingiendo que su perdón era auténtico, invita a César para ingresar al ejército.

Pensaría César que esa preparación le faltaba y aceptó, sometiéndose a la disciplina y entrenamiento militar. En la expedición que iba a comandar Pompeyo para liberar a la isla de Lesbos en el mar Egeo sitiada por Mitrídates, se le encomendó liderar una división encargada de una operación casi suicida para romper el cerco, pensando seguramente en la mayor probabilidad que muera en combate; pero César y sus soldados heroica y brillantemente logran el objetivo, y ello fue decisivo para una gran victoria y para que Pompeyo, escuchando el clamor de sus propios soldados, lo condecore en el mismo campo de batalla.

De regreso a Roma, dueño ya de un prestigio militar, comienza a pensar en cosas mayores. Y aquí también se verá su genialidad política para tejer una estrategia que lo lleve al objetivo del consulado para el cual se había preparado desde la infancia. Pensó que contando solamente con los votos de sus compañeros “populares” era imposible alcanzarlo, por lo que era imprescindible construir alianzas que eran antes consideradas impensadas. Muerto Sila, según se contó – cuando participaba en una orgía-, comienza por acercarse a Pompeyo y sella una alianza con éste, aceptando el pedido de matrimonio con su jovencísima hija Julia, y con el apoyo de éste es nombrado gobernador de Hispania. Al año siguiente, amplía la alianza convocando a Craso, personaje sumamente codicioso, considerado el hombre más rico de Roma, y de esta forma lanza su candidatura al consulado integrando un triunvirato – César, Pompeyo y Craso – con lo que fue fácil conseguir los votos de la mayoría del senado.

Los tres se dividieron el imperio: Pompeyo se encargó del gobierno de Roma e Hispania; César se hizo cargo de la conquista de las Galias (lo que corresponde a lo que hoy es Francia, Bélgica, Holanda, Suiza y Alemania); y Craso, eligió el oriente para conquistar el reino de los Partos (hoy Irán), del que se podía traer abundante y valioso botín. César desarrolló una brillante campaña para dominar a las numerosas tribus celtas que se habían juntado formando un gran ejército, casi el doble de las tropas cesarianas, pero finalmente logra la victoria final en la batalla de Alesia (año 52a.C) recibiendo la rendición total del Verangetrix, jefe de las Galias, y de esta forma logra integrar esta vasta área a los dominios del imperio. Pompeyo se quedó en Roma y Craso, que su pericia militar corría en relación inversa a su codicia, cometiendo “crasos errores”, fue derrotado catastróficamente por los partos, cayendo prisionero y luego ultimado, obligándosele primero a beber “oro fundido”.

Habiendo culminado la campaña de la Galias, César se enteró que su hija, esposa de Pompeyo, había fallecido de parto. Llegó seguro a la conclusión de que ya nada lo ataba al acuerdo del triunvirato y toma la decisión de marchar sobre Roma. Cruza el río Rubicón con la famosa frase “Alea iacta est” (la suerte está echada). Cuando está en la puerta de Roma, Pompeyo huye de Roma y se dirige a Grecia. Fue cuando dijo “vini, vide y venci” (vine, vi y vencí). Roma lo recibe apoteósicamente y de inmediato emprende campaña hacia Grecia, donde derrota a Pompeyo en la batalla de Farsalla. Pompeyo huye a Egipto, donde es asesinado por supuestos partidarios de César, pero cuando éste llega y le presentan la cabeza de Pompeyo clavada en una pica, César se indigna y ordena castigos para los responsables, porque siempre pregonó el respeto a los vencidos y además porque, al margen de las diferencias políticas, siendo Pompeyo Cónsul del imperio, no merecía tan bárbaro trato.

César, el único sobreviviente del Triunvirato, se queda un tiempo en Egipto, convirtiéndose en protector y amante de la reina Cleopatra, de 16 años.
De regreso a Roma el pueblo lo aclama, el senado se pone a sus pies y lo nombra “Dictador Vitalicio”. Corrían rumores que César buscaba hacerse coronar como rey y hasta emperador, lo que originó el resquemor de los republicanos. Un grupo de éstos, encabezados por Bruto Mayo Junio, descendiente de Lucio Junio Bruto, uno de los fundadores del régimen republicano, asesina a César de 30 puñaladas el 14 de marzo del año 44 a.C, cuando justamente se disponía a ingresar al senado.

Tenía 56 años. Bruto y los conjurados, varios de los cuales eran senadores, huyen y se esconden. Asume el mando un nuevo triunvirato (Octavio, sobrino de César, que había sido adoptado por éste; Marco Antonio, otro sobrino; y Lépido). Luego de la derrota y suicidio de Marco Antonio en la batalla de Accio, al final quedó Octavio, el que, con el nombre de Augusto Cayo Julio Cesar Octavio, se proclamó El Primer Emperador de Roma. Bruto y los republicanos, con su conspiración, no sólo no lograron preservar la república, sino que la liquidaron para siempre.
El magnicidio de César es uno de los grandes hechos de la historia y sus cualidades de genio político y militar son solo comparables con otros grandes como Alejandro Magno y Napoleón Bonaparte.

La fama de César se transmitió en todo el mundo, tratando de emularlo e imitarlo. Casi un milenio después, cuando se construía Rusia, un rey llamado Iván el Terrible, se declaró César de Rusia, pero la palabra “César” por las dificultades del idioma quedó convertida en “Zar”, título con el cual se nominaron a los siguientes emperadores rusos hasta 1917.

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