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Política

Mario Riorda: “Existe un perfil autoritario en el Gobierno en el Perú”

El politólogo argentino analizó estado de la democracia en América Latina y las amenazas que esta enfrenta. “No hay un patrón ideológico dominante. Estos problemas de alto nivel de expectativas y castigo rápido le pasa a izquierdas y derechas por igual”, señaló.

Llamado. Riorda insiste en que es necesario cuidar a las instituciones electorales (ONPE, JNE y Reniec). En su mirada, son posiblemente los “últimos mohicanos” de la democracia peruana. Foto: difusión

Mario Riorda es un politólogo bastante reconocido en América Latina.  En la siguiente entrevista, responde sobre el estado de la democracia, no solamente en Perú, sino en la región. Es una entrevista que atraviesa distintos liderazgos: el de Dina Boluarte, el de Nayib Bukele y el de Javier Milei.

— La figura de un presidente como Bukele es muy popular, a pesar de sus varias denuncias no solo por corrupción, sino por violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, es el mandatario con una de las mejores aprobaciones en América Latina. ¿Qué dice eso de la relación con la democracia en la región?

— Particularmente, que la eficacia prima por encima de la pretensión democrática propiamente dicha. En el caso de Bukele y El Salvador, en términos de democracia, podríamos ubicarlo sin temor como una democracia iliberal. Vale decir, con formas y pretensiones democráticas, pero con un fondo, claramente, no democrático. No solo por la violación de derechos humanos, que es por sí misma gravísima, sino por un proceso de cooptación que elimina toda chance de equilibrio de poderes en el marco de una república. Ese carácter iliberal anuncia, sobre todo para un núcleo de votantes desencantados, que se podría llegar a ceder en libertades en tanto y en cuanto haya efectividad.

— Seguridad.

— En este caso, seguridad.

  — ¿Es un caso particular el de El Salvador? ¿O puede ser extrapolado a la región?

— Si es extrapolado, debe serlo con mucho cuidado. El Salvador no es un país que se precie de una institucionalidad histórica que haya hecho frente a este tipo de cooptación, como actualmente se ve. Uno puede imaginar que hay países en los que el funcionamiento de las instituciones es mucho más sólido, en los que se podría ponerle, con contundencia, un límite a excesos de esa naturaleza. Una cosa es el desencanto, una cosa es la aspiración y otra es la chance real de que un liderazgo iliberal pueda tener la fuerza suficiente en cualquier país. Pensemos en Brasil. Hubo un liderazgo atípico (de Bolsonaro) que estuvo limitado, que a pesar de sus excesos tuvo serios problemas y límites, incluyendo una derrota electoral en el intento de reelección.

— ¿Es Bukele el ejemplo por antonomasia de la personalización de la política?

— Sí. Posiblemente sea el ejemplo de la hiperpersonalización de la política. Los liderazgos hiperpersonalizados no lo son tanto por lo que se ve en las campañas. Finalmente, ahora se elige más a personas que a partidos. La hiperpersonalización, ya en el ejercicio de gobierno, significa un acomodamiento o amoldamiento de las instituciones a quien gobierna.

  — Hace un año me dijo que la democracia en América Latina estaba estresada. ¿Ha cambiado algo desde entonces?

— Si antes estaba estresada, ahora diría que está muy estresada. Al contrario, probablemente se haya acentuado la sensación de inestabilidad, lo que se explica por una serie de razones. Primero, porque la aceleración de la pérdida de popularidad de los nuevos liderazgos es preocupante en toda la región. Y hay debilidades institucionales que ponen en jaque a la paz social. Veamos lo sucedido en Perú o lo sucedido en Ecuador. Si la situación ha cambiado, es para peor. Hay que tener en cuenta que hay un descontento generalizado. La pandemia ha afectado a la región seriamente y ha producido una especie de reacción social en contra de los Estados. El Estado, como actor garante de la respuesta final, está seriamente puesto en duda. La representación también está siendo cuestionada. Los movimientos que se articulan en torno a causas concretas no suelen ser satisfechas, por lo que el consenso es precario y la estabilidad a largo plazo de los gobiernos es muy difícil de ser sostenida. Hay una dinámica política y social en la demanda.

— Ha dicho en una reciente entrevista que las opciones electorales de Javier Milei en Argentina han crecido. ¿Él es una especie de producto de este desencanto?

— Eso no significa que vaya a ganar, claro, pero una estructura de tercios que pone en jaque el “bicoalicionismo”, que desde hace años es protagonista en Argentina, le da chances.

— ¿Qué le ven los argentinos?

— Al inicio, la consideración pública de Milei estaba muy sostenida en la perspectiva ideológica de una derecha conservadora, con una estética disruptiva muy particular.

— ¿En qué sentido?

— Como una crítica al sistema en su expresión dada por la palabra “casta”. Es decir, todo aquel que estuvo o es parte de la política tradicional es “casta”. Es un insulto, queda claro. Pero creo que eso ya ha quedado bastante viejo y a Milei no hay que entenderlo desde un posicionamiento ideológico en el marco de sus votantes. Creo que Milei constituye, claramente, una especie de cauce de la catarsis social. Es un posible receptor del desencanto. En unos estudios cualitativos, que hace poco vi, lo elegían a él para que rompa todo.

Pretenden que “víctimas en protestas pasen a calidad de investigados”

— ¿Qué significa romper todo?

— Significa romper un sistema, un status quo que provoca desánimo y que no ha dado respuestas. No lo buscan necesariamente para solucionar, sino para romper el estado de la situación actual que genera ese desencanto.

— ¿Milei podría convertirse en un líder hiperpersonalizado?

— No lo sabemos, aunque ha expresado cosas que generan preocupación, al menos a mí. Una de ellas es una estructura de gestión plebiscitaria, muy a lo Bukele. Esto es, saltar los límites que imponen las instituciones, como el Congreso, y legitimar sus medidas mediante plebiscitos. Lo ha dejado entrever para una idea muy polémica en Argentina, como la dolarización. Es de mucho cuidado.

— Estaba viendo cifras del Latinobarómetro: el 80% de los latinoamericanos considera que en sus países no se gobierna para el pueblo, sino para los poderosos y que los políticos son corruptos. ¿Somos unos decepcionados de la democracia?

— Diría que es la aparición tardía de lo que se denominan visiones escépticas. Esta noción del escepticismo tuvo origen en Europa. A la gente le preguntaban cómo iban a vivir sus hijos y la respuesta, en los dos tercios, era que peor. Partían más o menos bien y se veían en un declive. En América Latina uno está mal y se ve igual de mal. Lo que se ha cortado acá es la noción del ascenso social.

— ¿Somos unos escépticos de la democracia, entonces?

— Bueno, además, las tasas de emigración, Perú incluido, explica mucho de esto. Entendamos algo. Citaste el Latinobarómetro. Cuando empezó a usarse, los problemas en América Latina eran pobreza, corrupción y desigualdad. Hoy son esos tres más inseguridad. En décadas, los problemas no solo no se han solucionado, sino que han aparecido otros.

— Lo que también se nota es una ausencia de convicción democrática de parte de las élites políticas. Los perdedores de elecciones alegan fraudes antes que aceptar su derrota. 

— Por supuesto. Con ocasión de lo que pasó en Perú, le denomino fraude preventivo. Es decir, grito fraude por las dudas vaya a perder. La última gran expresión del fraude preventivo en América Latina fue Perú, que jaqueó no solo la estabilidad del que ganó, sino de las instituciones que, a mi entender, son los últimos puntos de la garantía de la democracia peruana: la ONPE, el JNE y Reniec. Es gravísimo. Son los últimos mohicanos de la democracia en Perú.

— El fraude preventivo también se vio en Brasil.

— No solo en Brasil. Sucedió en Colombia, Paraguay, Chile, Argentina. Y no hablo de liderazgos alternativos. Quien denunciaba fraude en Perú era Vargas Llosa. Nada menos. Quiero decir, no son voces menores. En Argentina fue Macri. En Brasil, Bolsonaro. La diferencia es que más allá de la voz, existieron límites; sin embargo, en Perú fue algo mucho más dramático. No solo porque horadó al Gobierno más allá de la gran cantidad de errores que cometió, sino que jaqueó la legitimidad del sistema democrático en sí. Y produjo una cosa rara: que alguien gana por la izquierda, gobierna por la derecha y al final no tiene el apoyo de ninguno. La presidencia actual en Perú, con Dina Boluarte, tiene el récord de desaprobación en la región.

— ¿Cómo percibe la democracia peruana en estos momentos?

— Es obvio pensar que la ausencia del sistema de partidos le da a Perú una muy frágil institucionalidad. Eso es evidente. Lo que también resulta interesante es que el nivel de atomización posiblemente se replique en nuevas elecciones. Por eso, insisto en la enorme importancia de cuidar a las instituciones electorales que son el último reducto de la existencia de la democracia -o no- en el Perú.

—  ¿Ve el peligro de una deriva autoritaria en Perú?

— No es que veo. El peligro ya está hoy. Cómo se gestionó la crisis social, es un ejemplo.

 En menos casi tres meses del inicio de su gestión, el Gobierno de Dina Boluarte cuenta con más de 50 muertos en su haber. Foto: María Pía Ponce/ URPI-LR

En menos casi tres meses del inicio de su gestión, el Gobierno de Dina Boluarte cuenta con más de 50 muertos en su haber. Foto: María Pía Ponce/ URPI-LR

— ¿…de que existe un perfil autoritario en el Gobierno?

Existe un perfil autoritario en el Gobierno en el Perú, un intento de cooptación institucional a modo de una mancha de aceite que se esparce.

“La idea de un consenso nacional está bastante lejos”

— ¿Sirven los criterios de izquierda y derecha para analizar la política latinoamericana?

— Totalmente. Si entendemos a la derecha como la mantención de ciertos valores dominantes, como la tradición y la herencia. Y a la izquierda como aquellas ideas que intentan pujar contra la desigualdad entendida como natural y esperable. Lo que ocurre es que ninguna de esas visiones es perfecta. Quiero decir, la izquierda va produciendo nuevas desigualdades, nuevas élites asociadas a la corrupción. Lo que también pasa es que hay expresiones, “ismos” en la región, que muchas veces atraviesan a esa dualidad. ¿Qué es el etnocacerismo, por ejemplo? Tiene nociones de izquierda y derecha. Lo mismo el discurso de Pedro Castillo.

— ¿Observa algún patrón ideológico en la región?

— No hay un patrón ideológico dominante. Estos problemas de triunfo, alto nivel de expectativas y castigo rápido o consenso precario le pasa a las izquierdas y derechas por igual.

— Lo que hay es un castigo a quien está en el poder.

— Así es. El nivel de escrutinio no es paciente, no da paz. Se exige básicamente desde el momento de ganar y esto explica los deterioros inéditos. Los ejemplos de Castillo, luego de Boluarte, de Boric en Chile, lo del propio Petro en Colombia, son interesantes ejemplos de caídas abruptas de las expectativas.

— Uno de los debates de moda tiene que ver con la polarización, aunque usted la diferencia de la radicalización. Plantea que hay países no necesariamente polarizados, sino radicalizados. ¿Cuáles son las consecuencias de esa radicalización sobre la democracia?

— Me parece que la más importante es la tribalización de la política, la atomización de la política y la ausencia de chances para gestar grandes consensos. Nuevamente, un gran ejemplo de esto es el Perú. La idea de un consenso nacional, o por lo menos de un consenso de mayorías, está bastante lejos.

— Perú se está convirtiendo en ejemplo para lo malo, me parece.

Hace rato, lamentablemente.

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