Hace algunos meses le comentaba a una amiga, con la frustración que esto supone, que sentía que estábamos en medio de una espiral profundamente peligrosa. Una espiral que no sólo se encuentra atravesada por la violencia (política, racista, clasista, represiva y, en última instancia, asesina) sino que en esa espiral sostenida ya por seis meses a día de hoy, empiezan a surgir también sentidos comunes oscuros.
Que en el Perú que fue precedente internacional por condenar y tener en la cárcel a un Presidente por crímenes de lesa humanidad como Alberto Fujimori, sea hoy el país en que un gobierno dictatorial que ha masacrado y ejecutado extrajudicialmente se mantenga, ha habido sin duda un desplazamiento de los sentidos comunes o, de los principios de consenso que nos hacían construir valores colectivos.
Habrá quien nos diga que la identidad peruana está tocada. Tiene razón. Que está fracturada, que está en disputa o que nunca existió. La tres afirmaciones coexisten. Pero no me interesa en este momento plantear un debate académico sobre ello que es, eso sí, necesario. Hay días en que es mejor escribir desde la simpleza de la emoción. Esa sensación que se nos cuela en los huesos cuando oímos o vemos ciertas cosas.
Como cuando vimos los vídeos de los asesinatos de hermanos en Ayacucho, o los vídeos de la represión feroz en Juliaca, o los vídeos de hermanos aymaras rescatando cerca del río Ilave a soldados que días anteriores les habían reprimido y asesinado a otros hermanos, o las imágenes de una tanqueta rompiendo la puerta 3 de San Marcos, o el vídeo del desfile amenazador de las FFAA en el Centro de Lima, etc. Todos estos hechos rechazados desde la razón y con las leyes de nuestro lado, son antes rechazados por la emoción. Por el dolor, el espanto, el terror, la empatía, la impotencia…
Pienso en todo esto mientras oigo una y otra y otra vez las amenazantes declaraciones de la dictadora Boluarte. Boluarte, quien ha demostrado no tener una pizca de compasión ni de decencia, ha dado un paso más allá. Un paso más allá en la crueldad. Un paso que demuestra que sigue acorralada por el poder popular del Perú movilizado, pero que está dispuesta a recrudecer su política de la muerte para mantener su protección, su impunidad y su poder. Este paso adelante reconfirma no sólo la crueldad del régimen, sino la fortaleza que le da ser una dictadura de poderes y no sólo de un espacio de poder.
Un paso que ratifica que la performance de Keiko Fujimori no es un anuncio de separación o ruptura con Boluarte (como algunos analistas sugieren), sino, por el contrario, un anuncio de lo que se viene. De esa segunda fase de esta dictadura donde ya no basta sólo garantizar quedarse siempre ocupando las instituciones que así lo permitan , sino que busca ahora recrudecer el modelo con una suerte de paquetazo de políticas concretas que Fujimori exige como parte del acuerdo que hizo a Boluarte presidenta. Boluarte está ahí por su pacto con diablos. Y los diablos reclaman. Pero también cobijan a quienes le son útiles. La crueldad de Boluarte y su desvergüenza sólo se explica por lo segura que se siente, de momento, en que los diablos siguen de su lado.
“¿Cuántas muestre más quieren?” Nos dice la asesina. No es un lapsus, no es un error político. Es una amenaza explícita. “Si marchan, los matamos.” Del Perú donde vivimos un argumento político tan vergonzoso como “nosotros matamos menos” (Fujimorismo 2016) ahora vemos el “nosotros matamos más” como motivo de orgullo. El discurso fascista está completamente desatado. La dictadura fascista lo enuncia y lo pone en práctica. Matar no importa porque “está justificado” y, por si fuera poco, la culpa es de quien marcha exigiendo precisamente eso: el derecho a vivir. El derecho a hacer política. El derecho a ser. Esos son los “culpables”, los violentos, los responsables de esos 60 hermanos y hermanas que ya no están y que Boluarte revictimiza y pisotea con sus palabras.
Cuando las declaraciones amenazantes y las mentiras ensordecedoras se normalizan, el terreno ha virado del todo.
Se está colando un sentido común turbio en el Perú de hoy donde Boluarte dice lo que dice, pero también donde lo dicen algunos peruanos y peruanas que justifican que se dispare a quien marcha, que se terruquee a quien protesta, que se elimine a quien incomoda, que se mate a quien reclama. No es Boluarte, es todo lo que ella representa. Es una minoría, es un 14% (y tal vez menos), pero es. Lo que resulta alucinante es que sea ese exiguo y racista 14% el que gobierna un país donde el 80% rechaza a quienes lo hacen precisamente por lo que están normalizando. La barbarie. Claro que no es democracia, pero tampoco lo había sido antes. Ahora es el fascismo desatado en forma de gobierno, de argumento y de política.
En julio se marcha por la democracia, sí, pero no sólo por eso. Marchamos por la vida frente al fascismo gubernamental que se está impregnando en algunas capas sociales gracias al discurso de la dictadora y sus secuaces que, como sabemos, no están sólo en Palacio de Gobierno. Esta disputa es difícil y es dura. Y hay que decirlo así. Hay temor, hay terror. Lo que ha hecho Boluarte es enunciar una amenaza desde ese terrorismo de Estado que ha implementado hace meses. Los verdaderos terroristas están en Palacio de Gobierno y en las FFAA y la PNP que se prepara para disparar y no para proteger.
La dictadora ha amenazado desafiante con el objetivo de aterrorizarnos, pero también, con el otro objetivo de fondo: normalizar la barbarie. Sólo si se normaliza la barbarie podrá gobernar. Sólo entonces podrá sentirse del todo protegida. Sólo entonces podrá garantizar que nadie la toque. Necesita que la barbarie sea norma. Necesita que la muerte sea aceptada como política de estado. Necesita que su necropolítica se asiente como sentido común.