Una privilegiada red de transporte público, 48 parques, 13 millones de metros cuadrados de vegetación y una auténtica cultura del reciclaje hacen que el milagro iniciado hace medio siglo perdure
Brasilia salió del lápiz del arquitecto Oscar Niemeyer como una vanguardista ciudad del futuro en los años cincuenta. Construida en solo cuatro años (1956-1960), los hoteles se alzan juntos, tiene un sector de hospitales, otro de embajadas, los residenciales (casi sin tiendas)…, unidos todos por unas majestuosas avenidas. Los conductores no sufren los atascos que martirizan a sus compatriotas, pero pocas ciudades son tan hostiles con el peatón. Las distancias son tan gigantescas que nadie se plantea caminar o ni siquiera la bici. La capital de Brasil fue planificada a mayor gloria del automóvil. Pese a su incuestionable belleza y singularidad, el modelo Brasilia quedó obsoleto.
Pero Brasil sí que tiene una ciudad del futuro. Se llama Curitiba. La inauguración de Brasilia aún estaba fresca cuando esta urbe ubicada 1.400 kilómetros al sur de la capital implantaba un innovador sistema de transporte público —el metro sobre ruedas— con unas futuristas paradas en forma de tubo transparente gracias a la valentía de un alcalde colocado por la dictadura, Jaime Lerner (Curitiba, 1937-2021), arquitecto y urbanista. Comenzaba una revolución. De alto impacto y bajo coste.
En este medio siglo, la población se ha triplicado, hasta 1,8 millones de habitantes, mientras las políticas públicas convertían Curitiba en icono verde, capital sostenible, un espacio amable con el peatón y la envidia de todo el país porque sus calles están impolutas. Una ciudad con 48 parques y 13 millones de metros cuadrados de vegetación nativa. Bastante desconocida en el extranjero más allá de los círculos medioambientales, donde acumula premios, o entre quien siguió en detalle la peripecia judicial del ahora presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, que estuvo encarcelado en una comisaría curitibana.
Bastan dos palabras para resumir el secreto de la fórmula que convirtió Curitiba en modelo de sostenibilidad: crecimiento ordenado, una anomalía en el país que dio al mundo la palabra favela, esa barriada que brota en medio del desorden de las periferias de las ciudades que acoge la mano de obra pobre. El flanco más débil ante los eventos climáticos extremos, como las lluvias torrenciales, que cada año matan a cientos de brasileños en sus precarias casas.
Curitiba —a 100 kilómetros de la costa, casi 700 de las cataratas de Iguazú y capital del Estado de Paraná— escuchó a urbanistas para decidir cómo quería crecer. Y, más llamativo aún, los políticos cumplieron lo recomendado.
Caminar por esta ciudad fundada a finales del siglo XVII, que nació como poblado de buscadores de oro y creció gracias a los arrieros que llevaban mulas a las minas, significa no dejar de ver árboles ni un instante. Aunque el primer parque es de 1886, el resto fue creado en los últimos 50 años. Las áreas verdes suman 60 metros cuadrados por habitante, cinco veces más de los 12 recomendados como mínimo por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los curitibanos están orgullosos de su conciencia medioambiental y, en todo caso, piden más, reforzar la fórmula para ser más verdes. “Las ideas que en los setenta eran sensacionales no fueron mejoradas”, lamenta Grasiela Azevedo, una analista de procesos de 41 años. Pertenece a esa primera generación del alumnado convertido al ecologismo en la escuela, que enseñó y fiscalizó a sus padres. “El transporte público en horario pico es tan caótico que voy en bici”, cuenta durante un paseo. La red ciclista tiene 250 kilómetros y el plan es llegar a 400 en dos años.
Tras varios años en que los alcaldes dejaron de priorizar el crecimiento sostenible y la cuestión ambiental, un urbanista dirige de nuevo el municipio. Rafael Greca (Curitiba, 67 años), discípulo de Lerner (el hombre que plantó la semilla de la transformación), está embarcado en actualizar el legado mediante un ambicioso plan para que Curitiba se adapte y mitigue el cambio climático. “El calentamiento global es tendencia, no el destino de la humanidad. Podemos cambiarlo. Tenemos que convencer a la gente. Y [actuar] no solo en la selva, también en nuestras ciudades. Aquí estamos plantando 100.000 árboles al año”, proclama el regidor en su despacho, el mismo en el que cuatro décadas atrás se decidió que era crucial llevar el reciclaje al último rincón del municipio.
La educación ambiental entró con tal fuerza en la escuela que los vecinos reciclan el 22% de su basura. ¿La media nacional? Un 3%. Los curitibanos separan religiosamente sus residuos y presumen de no tirar un papel al suelo. Para incentivar el reciclaje entre los más pobres, pueden canjear cartón y otros desechos reciclables por frutas y verduras. Esta historia de éxito colectivo nació con la primera calle peatonal de Brasil. Retrocedamos a 1972. Los comerciantes están furiosos ante la delirante idea del alcalde de vetar los coches en una animada artería comercial, la calle XV. Lerner echa mano del ingenio: la obra empieza un viernes por la noche para que el lunes a primera hora sea una realidad. Y cuando llega la hora de abrir las tiendas, coloca a unos niños a dibujar en medio de la calzada para neutralizar cualquier boicoteo.
Aquello no era un acto aislado, sino parte de una hoja de ruta meticulosamente diseñada por un equipo de jóvenes osados. Al multiplicar los parques, reducían el riesgo de inundación y ocupaban espacios propicios para chabolas que pronto serían favelas. Expropiaron bosques privados a las grandes familias; pasaron a ser de disfrute general. Las playas de Curitiba, que bromean los locales.
El cambio germinó en una institución pública, en unas condiciones a primera vista adversas porque esta es una ciudad conservadora y porque los militares aún gobernaban Brasil. Pero la efervescencia mundial de finales de los sesenta se sentía también en el lugar donde en 1912 se fundó la primera Universidad brasileña. “Curitiba vivía una explosión de ideas, el plano director [urbanístico] fue fruto de una discusión pública muy amplia, los primeros arquitectos acababan de graduarse y el alcalde Lerner tuvo coraje de aplicarlo”, explica Rosane Popp, arquitecta y urbanista del Instituto de Investigación y Planificación Urbana de Curitiba (el Ippuc, por sus siglas en portugués). Un organismo que ha dado tres alcaldes, incluidos el mítico Lerner y el actual, que entró en el Ippuc a los 17 como becario.
Extender a los barrios lo mejor de la receta original es parte del plan para frenar la crisis climática. El ingrediente principal, sazonado con el reciclaje, los parques, etcétera, es el revolucionario sistema de transporte público que 250 ciudades de todo el planeta —incluidas Bogotá, Estambul, Marraquech o Seúl— fueron adoptando. Se llama BRT (Bus Rapid Transit).
Y supuso un radical rediseño para descentralizar las líneas de autobús. Un eje norte-sur y otro este-oeste, más una red circular que une los barrios, estructuran el sistema de transporte. Una veintena de terminales facilita las conexiones entre líneas porque funciona como un metro, pero terrestre. Por seis reales (poco más de un euro o un dólar) viajas por toda la red.
La gran invención fue crear un carril central y exclusivo por el que autobuses articulados de tres cuerpos que se mueven como lombrices circulan a toda velocidad; son más de 80 kilómetros; y a cada lado, una vía para automóviles y motos con un límite de 30 kilómetros por hora para que el peatón pueda cruzar sin agobio.
Suely Hass, la directora de planificación del Ippuc, donde medio centenar de arquitectos diseñan el futuro de la ciudad, recalca que las líneas maestras del plan original aún se aplican con las pertinentes actualizaciones. Acaban de permitir más comercio en las zonas residenciales, para reducir desplazamientos. Siguiendo el guion ideado por los urbanistas, la ciudad creció gradualmente en torno a esos ejes de transporte sin que las infraestructuras se resintieran. Los rascacielos se concentran a lo largo de los ejes principales y, cuanto más lejos de ellos, menos plantas tienen los edificios.
Curitiba, epicentro de la investigación Lava Jato, el mayor caso de corrupción de Brasil, es de derechas, una sociedad más rica, menos desigual y mucho más blanca que la media brasileña. La mayoría de sus vecinos desciende de familias inmigrantes que llegaron desde Polonia, Italia, Alemania, Japón o Ucrania con poco equipaje y el sueño de prosperar. Se labraron un futuro gracias a las tierras cedidas por las autoridades.
Niemeyer dejó huella en Curitiba con un museo en forma de ojo. El sinuoso edificio blanco y el jardín botánico —de estilo francés y con un invernadero— son las postales curitibanas. También las paradas-tubo, que tienen la virtud de ser amigables con los carritos de bebé y con quien necesita bastón o silla de ruedas. Permiten embarcar a los viajeros por varias puertas en un pispás y los resguardan en días de invierno como estos de junio, cuando la temperatura cae a los 10 grados y puede llover 48 horas seguidas.
El desafío ahora es que el transporte vuelva a ser tan atractivo como antaño y, por supuesto, menos contaminante. El BRT mueve unos 600.000 pasajeros al día. “Si la ciudad sigue con las políticas actuales, aumentarán las emisiones, por eso tenemos que ir a un escenario disruptivo”, advierte la arquitecta Popp.
Entre las novedades destacan dos: mejorar la conexión entre los barrios y que los buses que los enlazan también tengan un carril exclusivo para que el coche particular deje de ser competencia. La meta es que en 2050 asuman el 85% de los desplazamientos (ahora ronda el 50%). Muchos vecinos se quejan de lo atestados que van los autobuses, algunos quisieran tener metro. “Lo que no saben es que cada kilómetro de metro es 1.000 veces más caro que el BRT [el sistema actual], sueñan con él porque São Paulo tiene metro”, replica el alcalde.
“Mi autoridad no viene de imponer, el verdadero líder tiene que lograr la comprensión para lo que es necesario llevar a cabo y lograr así la corresponsabilidad”, dice el político, que está en su tercer mandato. No puede presentarse a la reelección.
Nalyn Moriah, de 26 años, música y directora de un coro de niños de la periferia, encarna uno de los sueños de Lerner, el alcalde pionero, que en 2018 decía en una entrevista con El País Semanal: “La vida de barrio salvará la ciudad. El colegio, el deporte y las compras tienen que estar cerca. La cultura, el teatro o los museos pueden estar en el centro”.
Mientras en otros rincones de Brasil la gente pierde hasta cuatro horas diarias en ir y venir del trabajo —de ahí la afición a las redes sociales—, Moriah ha hecho casi toda su vida en el mismo barrio. Da clase en el centro cívico donde, de adolescente, aprendió a tocar la guitarra. Casi siempre se mueve en bus o a pie, con lo que sabe bien por dónde se puede mejorar: “Funciona mejor en el centro que en los barrios, podría haber más autobuses, la flota podría ser más moderna, con horarios más seguidos…”, pero está encantada. Jamás se ha planteado mudarse de la ciudad.
Opina que la lucha contra el cambio climático insiste demasiado en el comportamiento individual cuando la solución solo será colectiva. “Tal vez el gran cáncer sea el plástico, hay que atacarlo desde la producción”, recalca.
Curitiba es una ciudad de servicios en la que también se fabrican automóviles, un sector clave en su día para que Brasil alumbrara una clase media. El presidente Lula, que a diferencia de su predecesor sí promete proteger la Amazonia, acaba de anunciar incentivos para la compra de coches a precios populares con la vista puesta en impulsar la industria y congraciarse con la clase media. “Va a contramano de la historia”, alerta el alcalde. “A mí me gustaría que el presidente de la República ofreciese subsidios para incentivar el transporte colectivo urbano eléctrico”.
Los primeros 70 autobuses eléctricos de Curitiba están comprados, el antiguo vertedero ha sido convertido en una pirámide cubierta por miles de paneles solares que generan electricidad. Plantan árboles a un ritmo endiablado. Y la joya de la corona…, un nuevo barrio sostenible que sustituirá a la favela que surgió hace una década en un área que es reserva ambiental. Las 1.700 familias que se instalaron en ese terreno inundable serán reubicadas al lado, en unas viviendas que ellos mismos están construyendo. Es un proyecto de casi 50 millones de euros, de los que la Agencia Francesa de Desarrollo aporta 38.
Ya en los noventa, Curitiba llamó la atención internacionalmente por sus buenas prácticas medioambientales. Aquello atrajo al Banco Interamericano de Desarrollo. Aparecieron otros organismos, de manera que capital y créditos extranjeros han posibilitado buena parte de los proyectos. El alcalde Greca destaca el duro ajuste fiscal que hizo al regresar a la Alcaldía en 2016, tras un primer mandato en los noventa, para mantener las cuentas saneadas y atraer financiación.
Las calles lucen primorosas porque sus vecinos las cuidan, como cuenta José Francisco Chaerki: “Si alguien tira una lata o un papel, cualquiera le llama la atención. Seguro que no es de Curitiba”, dice orgulloso este señor que conduce un uber para redondear lo que gana con un lavacoches. Al otro empleo va en transporte público porque tarda menos que al volante.