Podemos considerar que la invasión rusa de Ucrania ha significado una respuesta afirmativa a la pregunta planteada por el académico norteamericano Graham Allison en un comentado libro (2017) sobre si la pugna por la hegemonía mundial llevaría o no a la guerra a sus principales protagonistas (1).
En retrospectiva, podríamos señalar que, en realidad, la misma Rusia, estrecho aliado de China, inició en 2015 las guerras del siglo XXI por la hegemonía con su decisiva intervención en Siria.
En ese escenario, las fuerzas de EEUU se mostraban incapaces o renuentes a acabar con un conflicto denominado guerra civil, pero con profundas implicancias regionales y, ahora vemos, también mundiales.
La intervención de Rusia aplastó a las fuerzas del Estado Islámico en 2017, dominó el escenario y abrió las puertas para la recuperación del asediado gobierno de Siria, que las potencias occidentales querían derrumbar por su colaboración con Irán y Rusia.
Esta intervención constituyó el ingrediente final que provocó un histórico repliegue de Estados Unidos del Medio Oriente, una región de gran valor estratégico que Washington había dominado desde 1991.
La invasión de Ucrania está mostrando ahora la resolución que han adoptado Estados Unidos y sus aliados para llevar al campo militar sus intentos de frenar las pretensiones y avances de China y Rusia en Europa y Asia.
No queremos decir que se trata de acciones necesariamente concertadas entre China y Rusia, sino que las acciones bélicas mencionadas responden al deseo común de ambas potencias de eliminar los obstáculos que representa la hegemonía norteamericana para sus propósitos de incrementar o recuperar su poderío internacional.
Podemos también apreciar que el conflicto por la hegemonía insinúa desembocar no en una sola gran confrontación, sino en el estallido de una pluralidad de guerras que involucren distintos escenarios y la iniciativa de distintos actores, aunque estén significativamente conectados.
En esta perspectiva, para la mayor parte de la opinión internacional, una invasión de Taiwan aparece como la coyuntura que señalaría en un futuro cercano la entrada de China a la fase armada de la contienda hegemónica.
Discrepando con esta opinión, creemos que las condiciones para una guerra entre China e India están igualmente definidas con claridad y que, a diferencia de una guerra por Taiwan, se trata de una contingencia que acarrearía, convenientemente, menores costos y riesgos para los contendientes por la hegemonía, Washington y Beijing.
En el caso de la invasión de Taiwan, para China serían muy altos los costos y riesgos de una guerra en su litoral, como lo serían también para cualquiera de las dos superpotencias que no cumpliera un papel a la altura de su reputación en un escenario de alta visibilidad.
Por otro lado, una guerra entre China e India constituiría una gran oportunidad para Washington de probar el verdadero calibre del poderío militar y político de China e intentar desgastarlo a través del apoyo a India, sin necesidad de entrar en una confrontación directa con Beijing.
Hace más de sesenta años, al comienzo de su existencia como Estados modernos, la primera guerra entre China e India (1962) se debió a mutuos reclamos de límites en su extensa frontera, insuficientemente demarcada, en los Himalayas, y a una disputa entre las dos naciones por el liderazgo de los Países No Alineados. En esa breve guerra, India perdió una porción de territorio; evitó una derrota mayor por la amenaza de una intervención norteamericana a su favor.
Hoy en día, India es vista como el único Estado cuya población y economía podrían convertirla en un serio rival de China en el mediano plazo. Al mismo tiempo, subsisten los desacuerdos limítrofes y los choques militares entre ambas naciones.
Por otro lado, ha resurgido la disputa por el liderazgo de lo que se ha dado en llamar el Sur Global, que incluye a muchas potencias emergentes y tiene ciertamente mucho mayor peso que el movimiento original de los Países No Alineados. Comprende a un buen número de Estados en trance de fortalecer sus relaciones con China. En este contexto, India ha expresado su intención de rivalizar con China para convertirse en líder del Sur Global.
India se encuentra hoy mucho más cercana a EEUU, con el que ha suscrito un acuerdo de cooperación y defensa. Además, forma parte del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (Quad), junto con EEUU, Australia y Japón, formado para enfrentar los avances de China.
También existe la hipótesis del Collar de Perlas, elaborada por la consultora norteamericana Booz Allen, según la cual China estaría rodeando a India a través de una cadena de puertos y otra infraestructura en las costas del Océano Índico, que se convertiría en un cerco asfixiante en caso de un conflicto entre ambas.
Washington se muestra dispuesto a auxiliar un acelerado desarrollo marítimo de India que permita a esta recuperar el terreno perdido frente a Beijing y ponerse a la altura de la competencia.
Ninguna de las acciones ni posiciones de Washington, sin embargo, corresponde a la colaboración propia de una alianza, la cual no se condeciría con la tradicional postura no alineada de India y es mal vista por algunos sectores de este Estado debido a los riesgos que aumentaría.
En efecto, no parece probable que India se vaya a sumar proactivamente al bando de EEUU en caso de un conflicto entre éste y China.
En cambio, una importante ayuda militar de EEUU a India en un conflicto con China no resulta para nada improbable. Existen ya acusaciones chinas de que en recientes escaramuzas la inteligencia norteamericana ha servido a India.
Hay que tomar en cuenta dos hechos fundamentales: que China mantiene superioridad militar sobre India y también que los nervios del gobierno federal indio, así como el vital y sobrepoblado valle del Ganges, se encuentran peligrosamente cerca de la frontera con China.
Evidentemente, la India es consciente de esta realidades y no se lanzaría fácilmente a una guerra con su vecina. Sin embargo, hay ciertos factores que podrían presionar o empujar a Delhi hacia una decisión bélica.
Uno es un factor externo, Pakistán, que se mantiene en pie de guerra con India, también en los Himalayas y colabora en proyectos de gran envergadura con China en esa zona. Uno de los frecuentes choques India-Pakistán podría ampliarse y provocar una percepción de amenaza a los intereses chinos.
Otro factor es el riesgo de una reacción un tanto exagerada a una provocación china por parte del gobierno indio, nacionalista y con un líder como Narendra Modi con reputación de valeroso. El partido de gobierno, BJP, viene haciendo capital político criticando la blandura y despreocupación de anteriores gobiernos del Partido del Congreso de cara a la amenaza china en la frontera.
Si estallara una guerra entre India y China y teniendo en mente la enorme importancia del apoyo que la OTAN proporciona actualmente a Ucrania, podemos anticipar que a EEUU se le abriría la extraordinaria oportunidad de fortalecer en combate, con las armas más modernas, al ejército indio, bien preparado y el segundo más numeroso del mundo.
El choque resultante sometería a una seria prueba al poderío chino y pondría en evidencia algunas de sus fortalezas y debilidades. También podría menguar en algún grado este poderío. Y desviaría, por un tiempo, recursos de China de otros importantes escenarios de tensión.
Fuente Revista Ideele N°310. Julio – Agosto 2023