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Opinión

Para salvar al Perú: ¿Guerra o política?

“Porque es el único mecanismo legal, legítimo, razonable y factible para que la crisis política no empeore. Y nos lleve a un desastre generalizado en que prime la violencia, la exclusión, la incompatibilidad, el odio y el no diálogo entre peruanos”

Después de las movilizaciones del 19 de julio y al acercarse las Fiestas Patrias, muchos retoman la resobada pregunta de Zavalita en la puerta del diario La Crónica y otros intentan buscar salidas a esta crisis política, que está haciendo crecer el número de los que quieren irse del Perú a vivir a otra parte. Tiempos de ¡sálvese quien pueda! ¡mueran Sansón y los filisteos! ¡después de mí, el diluvio! ¡apaguen la luz y vámonos!

Yo, como mestizo, provinciano que tuvo el privilegio de la educación universitaria, católico sin parroquia y socialista sin partido, no tengo ni el pálpito, el cálculo, la profecía, o la epifanía de por dónde está la salida de la crisis, pero sí tengo clarísimo qué es lo que nos está conduciendo al empeoramiento de las cosas, más allá de lo que digan las proyecciones macro económicas, los informes de inteligencia, las buenas intenciones de los optimistas o el discurso de los políticos reciclados.

Y uno de los vectores de nuestra desgracia es que los que tienen el poder económico (que al final casi definen quién debe gobernar) no saben leer o escuchar lo que vienen diciendo y votando los peruanos desde hace más de treinta años. Una primera llamada de atención llegó en 1990 cuando las mayorías decidieron dar su voto a un desconocido, un improvisado e hijo de inmigrantes. Pero como lo cooptaron rápidamente, no les preocupó. Sólo a una minoría le inquietó que, al final quisiera instaurar una autocracia corrupta lo que hizo que hasta el gran vecino del Norte le bajara el dedo. Lo importante era el crecimiento económico (desigual, pero había chorreo para los pobres) y sus ganancias, y por eso pasaron por agua tibia los juicios a los corruptos que empezaron a su caída.

Vino luego la emergencia de un exmilitar de polo rojo con discurso chavista que quiso incendiar la puna con sus reivindicaciones étnicas. Pero ahí estuvo el mejor orador de nuestra historia para frenarlo y tranquilamente siguieron con los negocios a todo vapor. Lástima que, otra vez, las sospechas de latrocinios fueran un secreto a voces, que permitió el resurgimiento del comandante que había domado al potro chúcaro de las alturas y ganara. Ese quinquenio no fue fácil porque quiso hacer reformas que a los de arriba les trajo el amargo recuerdo del velasquismo. Pero la prensa cumplió su papel y lo dejó sin margen de juego.

Todas las profecías del tarot convergieron para que en el 2016 la final no se definiera con ningún izquierdista azuzador y violentista sino entre uno de los suyos y la heredera de los 90. La gran preocupación y el comienzo del desastre fue, testigos todos, cuando el dream team del gobierno de PPK, un gobierno de lujo que no tuvieron chilenos, argentinos, uruguayos o brasileños, empezó a ser cuestionado por quítame estas pajas y ahí comenzaron las discrepancias entre políticos que reclamaban su autonomía y los gremios empresariales que exigían consecuencia a los que fueron financiados en sus campañas. Obviamente, los negocios empezaron a frenarse y en las dudas de todos llegaron las increíbles elecciones del 21 en que un nuevo marginal, un improvisado, un chavista descarnado, un maestro rural comunista ganó.

Pero no. En lugar de leer entre líneas qué significaba este puñetazo en la cara. En lugar de intentar cooptarlo como al chinito, recordando que el chotano fue toledista. En lugar de ceder como cedieron tres mil millones en impuestos por sobreganancias para que empezara a gobernar el comandante. Todos entraron en pánico y leyeron los informes de inteligencia como si fueran la palabra de Dios y acudieron hasta la OEA. La incapacidad supina del gobierno más inepto de nuestra historia, que ni siquiera intentó una reforma en favor de sus votantes, fue pronto demostrada, la que facilitó el persistente juego de pinzas de alacrán de la mayoría parlamentaria y su prensa inquisidora, que arrinconó hasta el suicidio político al maestro plagiario, que resultó un corrupto más.

Como no se esperaban las reacciones masivas y violentas de sus votantes, en la confusión y el temor de los de arriba primaron las convicciones que les dieron -desde la primera vuelta de abril del 21- los informes de inteligencia que dicen que Sendero nuevamente iniciará la guerra de conquista del poder. Claro, los informes de los herederos de Montesinos, coincidían con los discursos de mister Trump y los del convincente Santiago Abascal de Vox, que vino desde España a reunirse muy gentilmente con todos los peruanos que deciden y mueven al país.

¿Y cuál es el resultado de esa lectura exaltada y poco reflexiva? A raíz de las marchas del 19 de julio están circulando en redes sociales grabaciones de una proclama que tiene altisonantes frases. Como estas: “… los peruanos estamos ante una disyuntiva similar: guerra o esclavitud… ante esta situación la alternativa del diálogo es inútil, por no decir estúpida… Basta de humanismos hipócritas” “Hoy es el momento de la guerra contra la tiranía y la barbarie… En esta guerra son ellos o nosotros” (…) “Ellos y nosotros somos mutuamente excluyentes, somos incompatibles, no es posible convivir ellos y nosotros en armonía, en paz y prosperidad”.

¿Quién se atreve a proferir frases tan duras y amenazadoras en el momento tan delicado y crispado que vivimos? ¿Son frases de la camarada Vilma desde algún escondite en el VRAEM? ¿Las dijo algún extremista de huaraca y molotov que sólo ve en la fuerza y la violencia la clave de solución de nuestros problemas? ¿Algún congresista rojo, simplón, analfabeto funcional y odiador de nuestro sistema político? ¿Algún opinólogo que quiere llamar la atención?

Indagando, me doy con la sorpresa que su autor, un destacado empresario agroexportador, perteneciente a uno de los grandes grupos económicos del país, director de numerosas empresas, que también fue gobernador regional y que está en la lista de los presidenciables de varios grupos políticos, las pronunció en el mes de enero, apenas una semana después de la masacre de Juliaca. Ideas y frases que ha venido reiterando, sin vergüenza, desde entonces.

Estos abiertos llamados a la guerra entre peruanos que, hasta donde sé, no han merecido ninguna indagación preliminar de la Fiscalía de Prevención del Delito, ni del Colegio de Abogados de Lima o de la prensa, tan sensible al tema de la violencia, debió y debe seguir recibiendo el rechazo total que merece.

Porque este señor, que mucho se ha beneficiado del Estado de Derecho y de la Ley de Promoción Agraria que permite la sobreexplotación de los trabajadores agrícolas de los fundos agroexportadores no puede, abiertamente, desafiarlo y llamar a socavarlo. Con el pretexto de protegerlo. Cuando millones de peruanos en las calles y en las encuestas seguimos pronunciándonos contra el pacto infame de derechas e izquierdas en el Congreso. Contra un gobierno responsable de la muerte de 60 peruanos y por un cambio político inmediato.

Y nos pronunciamos no por la guerra, ni por un Bukele que venga a salvar a peruanas y peruanos, sino por hacer política civilizada. Esto es, por el adelanto de las elecciones generales (y no por la reposición de Castillo). Porque es el único mecanismo legal, legítimo, razonable y factible para que la crisis política no empeore. Y nos lleve a un desastre generalizado en que prime la violencia, la exclusión, la incompatibilidad, el odio y el no diálogo entre peruanos.

El llamado simplón que quiere alinear con gritos y amenazas a los pusilánimes, pasa por alto que a los senderistas del VRAEM no se les ha derrotado hasta ahora. Precisamente porque algunos policías y militares destacados allá mantienen el statu quo mientras reciben los fajos de billetes del narcoterrorismo. Pero no, el extremista de derecha dice que “la guerra contra la corrupción la tenemos que luchar, pero en su momento”. Es decir, el día de San Blando, luego de que hayan perdonado (o sus delitos prescriban) a los corruptos y cómplices. En otras palabras, luego de la guerra, garantía de impunidad.

No estamos ante un nuevo inicio de la lucha armada senderista, como hicieron creer a la prensa ciertos “informes de inteligencia” desde abril del 21. Más bien, en la preparación del camino a un bukelismo a la peruana. No se trata de reponer a Castillo y su corte de ineptos y corruptos. Tampoco se trata de optar entre Vilma y Cillóniz. Sino rechazar ambas propuestas violentistas y mantenerse firmes en las acciones ciudadanas en pro del adelanto de elecciones. Y de que los honestos y capaces se ensucien los zapatos y hagan política, para evitar que la copen los oportunistas, improvisados y corruptos.

Pero se trata también de que los que deciden y mueven al país escuchen y lean a profundidad los reclamos de los de abajo. Osea: erradicación de la pobreza extrema; castigo a los corruptos; reorganización policial para un mejor combate a la delincuencia; inversión con responsabilidad social. Políticas eficaces contra el calentamiento global; salud y educación como servicios sociales y no como negocios; seguridad social universa. Y por, sobre todo, un Estado democrático que respete y haga respetar a peruanas y peruanos y combata el racismo, el machismo y la discriminación.

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