El club de economías emergentes refuerza su perfil político con la entrada de seis nuevos socios, incluidas tres potencias petroleras, por impulso de China
Si los BRICS llegaron a debatir en la cumbre de Johannesburgo cómo se llamará el club cuando el año próximo se amplíe de cinco a 11 miembros, no ha trascendido. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, opina que lo mejor es mantener el nombre actual. “Es bonito”, dijo en la ciudad sudafricana. El acrónimo se lo inventó hace casi 20 años un analista de Goldman Sachs para etiquetar a un grupo informal de países que crecían a un ritmo de vértigo, convirtiéndose en motores del PIB mundial, y ofrecían prometedoras oportunidades al inversor global. Brasil, Rusia, India y China formalizaron su relación como polo geopolítico en 2009, cuando la crisis financiera en EE UU y Europa aumentaba el atractivo de la periferia. En 2010, con la adhesión de Sudáfrica, añadieron la S final. El bloque emprende una nueva fase con el anuncio de que el 1 de enero entrarán seis nuevos socios (Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán).
El club acelera su carrera hacia un orden mundial más justo y equilibrado. “La gobernanza global debe representar el poder y las relaciones económicas actuales, no las de 1945”, proclamó en la cumbre el secretario general de la ONU, António Guterres. Los miembros actuales y futuros quieren más voz, más protagonismo, más poder; acabar con la hegemonía occidental, pero eso no significa lo mismo para todos. Brasil defiende su neutralidad, siempre ha trabajado para llevarse bien con todos; Irán no quiere saber nada del Gran Satán, o sea, EE UU. Y para China y Rusia, este es un salto adelante en su deseo de forjar una alianza amplia que ejerza de contrapeso al G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), el club de los países ricos.
La brasileña Maiara Folly, especialista en relaciones internacionales y directora ejecutiva de CIPO (un centro de investigación sobre relaciones internacionales, gobernanza y clima), explica desde Londres que “la ampliación es algo muy natural para los BRICS, un grupo muy crítico con el G-7 porque lo considera un club exclusivista que no refleja el reparto de poder político y económico del mundo actual”. Con el adjetivo de las grandes ocasiones, saludó la decisión el presidente chino, Xi Jinping: “Esta ampliación es histórica”. Otro empujón a sus ambiciones globales.
Dar entrada a nuevos socios “es una victoria para China, que buscaba una ampliación hace años”, explica desde EE UU Moritz Rudolf, analista del Chai China Center de la Universidad de Yale. Sostiene que los BRICS ampliados “serán más sinocéntricos”. Durante mucho tiempo, la India y Brasil fueron reticentes a abrir la puerta porque diluye su presencia.
El especialista Moritz recalca que el asunto es “cuán eficaz van a ser los BRICS para servir de fuerza coordinadora de estos países, algunos de los cuales están hartos de la dominación de EE UU y occidental. Si van a lograr defender posturas comunes y, por ejemplo, trasladar esas ideas a la agenda del G-20”, el club de los más desarrollados. Esa es la gran incógnita: en qué se traducirá a medio plazo el potente mensaje político que envía a Occidente este golpe en la mesa de los BRICS, que busca consolidarse como líder de los países no occidentales y del llamado sur global. Sostiene este sinólogo de Yale que “existen muchos obstáculos, principalmente los recelos geopolíticos entre China e India”, esos que cada tanto derivan en una escaramuza fronteriza.
Con la ampliación, los BRICS sumarán a partir 2024 el 46% de la población mundial y el 37% del PIB en cifras de poder de compra, según recalcó Lula. Y otro dato que no mencionó el mandatario brasileño, pero también clave en la actual coyuntura de crisis energética en Europa por la guerra de Ucrania: la entrada de Arabia Saudí, primer productor de crudo del mundo, y de otras potencias petroleras como Emiratos e Irán aumenta considerablemente su poder sobre el suministro mundial de petróleo.
Ya avisó el anfitrión, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, de que la ampliación a 11 es el principio: “Hemos consensuado la primera fase de este proceso de expansión y seguirán otras fases”. Unos 40 países habían solicitado unirse a este bloque amorfo que desde su creación ha alumbrado como resultado más tangible el Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái, una entidad alternativa al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional que ha financiado proyectos de desarrollo en cuatro continentes por 33.000 millones de dólares (30.500 millones de euros), dos tercios de ellos en la divisa estadounidense. Ahora, las sanciones contra Rusia le complican el trabajo. Y reducir la dependencia del dólar es un objetivo de primera hora, pero ahí los resultados son por ahora modestos, aunque las iniciativas para usar el yuan se multiplican.
Gracias a los BRICS, las relaciones entre los países miembros se estrecharon a todos los niveles, pero el crecimiento económico fue impulsado por los mercados internos, no por una incorporación masiva a las cadenas de valor globales. Ganaron visibilidad como polo alternativo a Occidente —en los años más dulces acogieron Mundiales y Juegos Olímpicos— pero en ningún momento alcanzaron una cohesión compacta. Y con 11 será aún más arduo.
Los BRICS —con China a la cabeza porque solo su economía es mayor que la del resto juntos— continuarán el cortejo para atraer nuevos aliados. La creciente rivalidad entre Washington y Pekín le ha dado nuevos bríos a este grupo porque los que viven en lugares alejados de los centros de poder de las últimas siete décadas tienen múltiples reproches hacia Occidente en general, y EE UU en particular. Y la guerra de Ucrania no toca la fibra a los africanos y latinoamericanos, que afrontan múltiples crisis también graves en sus propios vecindarios.
Además, los intereses nacionales de los BRICS son divergentes y, en ocasiones, incluso antagónicos. La principal demanda común es la reforma de las instituciones creadas por los ganadores de la II Guerra Mundial: la ONU, el FMI y el Banco Mundial. Hace años que la India, Brasil y Sudáfrica reclaman la reforma de Naciones Unidas. Consideran de justicia sentarse en el Consejo de Seguridad. La mayoría de los observadores está de acuerdo en que Naciones Unidas tiene un problema de representatividad. La cuestión es presionar desde fuera a través de entidades paralelas sin reglas ni propósito claro o emprender la reforma desde las propias Naciones Unidas.
El escritor y embajador de España en la India, José María Ridao, defiende la segunda opción porque la primera contribuye a vaciar de contenido la ONU, con los peligros que eso conlleva: “El problema que plantea esta proliferación de iniciativas multilaterales es cuál es su relación con un sistema universal como la ONU, que es el único que genera reglas universales”.
La brasileña Folly considera que tanto los nuevos BRICS como el G-20 son foros que “pueden ser espacios útiles de coordinación para una reforma del sistema de la ONU que es urgente” porque, insiste, “el actual orden mundial, además de ser injusto, es disfuncional para abordar urgencias como las crisis de seguridad, el cambio climático o la pobreza”.
Lula y Narendra Modi, el primer ministro indio, consiguieron en esta cumbre el compromiso de Xi de apoyarles a conseguir un puesto fijo en el Consejo de Seguridad. Pero el sinólogo Rudolf advierte de que es un respaldo más retórico que real. Nadie entre el quinteto con derecho a veto tiene ninguna intención en una reforma de calado que altere el actual reparto de poder en la ONU.
El ruso Vladímir Putin participó en la cumbre de los BRICS, pero tuvo que hacerlo desde la distancia, por videoconferencia. Porque de pisar Sudáfrica, país signatario del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, el presidente ruso se arriesgaba a ser arrestado por la orden de detención internacional emitida contra él el pasado marzo como supuesto responsable del traslado ilegal de niños ucranios desde territorios ocupados en Ucrania a Rusia. Es probable que esgrima la ampliación de los BRICS como muestra de que, pese a las sanciones occidentales y el aislamiento diplomático, tiene bastantes amigos.
El elenco final de los próximos socios ha sorprendido a muchos observadores. Indonesia se cayó a petición propia en el último minuto. Argelia y Nigeria están fuera… Entra Etiopía y, con ella, cuatro países de Oriente Próximo, una región en la que Pekín está ocupando veloz el vacío dejado por EE UU tras las guerras de Afganistán e Irak.
El padre del acrónimo BRICS, Jim O’Neill, que cuando lo acuñó era economista jefe de Goldman Sachs, habló tras el anuncio de la ampliación con el diario brasileño Estadão. Está convencido de que la expansión no es beneficiosa porque dificultará los acuerdos. También se pregunta por los criterios usados para invitar a esos seis países.
Para el analista Oliver Stuenkel, de la Fundación Getulio Vargas, en São Paulo, “la inclusión de Teherán, un régimen que suministra a Rusia drones para la invasión de Ucrania y está sometido a amplias sanciones económicas, corre el riesgo de consolidar la percepción de que el bloque BRICS es, de hecho, una alianza antioccidental liderada por Pekín y Moscú”, según escribe en la revista Americas Quarterly.
Unirse a los BRICS da un impulso en la escena global a los saudíes, emiratíes y egipcios, “pero eso no significa que abandonen su relación estratégica de seguridad con Estados Unidos. Están construyendo coaliciones tema por tema en función de sus intereses nacionales”, advierte el analista Hasan Alhasan, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Baréin, en un artículo publicado por Bloomberg.
Maria Figueiredo, que fue embajadora de Brasil en Costa de Marfil y Malasia, es de las que opina que “cuantos más miembros tengan los BRICS, mejor, más fuerza tendrá el grupo”. Añade, en una conversación en São Paulo, que “el interés mayor es conseguir la multipolaridad, no depender de una sola potencia o de dos”.
Llama también la atención que dos petromonarquías y una economía hecha trizas hayan sido elegidas para lo que nació como un club de economías emergentes. Argentina —sumida en dolorosas negociaciones con el FMI para paliar la gravísima crisis económica— era un empeño de Lula, pero el resultado de las elecciones de octubre puede impedir el anunciado desembarco en los BRICS. El actual presidente, Alberto Fernández, recibió con entusiasmo el sí, pero lo cierto es que los dos candidatos mejor colocados para sucederlo no quieren ni oír hablar del tema. El libertario de ultraderecha Javier Milei, ganador de las recientes primarias, fue claro y contundente, fiel a su estilo: “No voy a promover negocios con comunistas que no respetan los parámetros básicos de libre comercio, libertad y democracia”. La candidata de la derecha clásica, Patricia Bullrich, también rechaza el ingreso.
Cuando los BRICS nacieron, el denominador común era el desempeño de sus economías y las excelentes perspectivas gracias a la descomunal demanda china por materias primas. En esta quincena de años, la evolución de los socios ha sido dispar. China se ha convertido en una superpotencia, la segunda economía del globo, pero su extraordinaria trayectoria de las últimas décadas se ha frenado. Rusia ha pasado del reset con Washington a ser un paria para Occidente. Ni Brasil ni Sudáfrica han alcanzado las cotas pronosticadas. La India crece a buen ritmo, ha superado a China en población y esta semana ha llegado a la Luna, a su zona más hostil, justo días después de que Rusia fracasara en el intento de adelantarse en esa misma misión; su sonda se estrelló.