Hace unos años, la idea de una “amenaza a la privacidad del pensamiento” parecía ciencia ficción distópica, como la novela 1984 de George Orwell.
Pero para Nita Farahany, profesora de la Universidad de Duke (EE.UU.) especializada en investigar las consecuencias de las nuevas tecnologías y sus implicaciones éticas, esta amenaza ya existe y y debe ser tomada en serio.
Este año, la catedrática iraní-estadounidense publicó el libro The Battle for your Brain: Defending the Right to Think Freely in the Age of Neurotechnology (“La batalla por tu cerebro: defendiendo el derecho a pensar libremente en la era de la neurotecnología”).
Pero ¿cómo es posible leer nuestro cerebro? Bueno, todavía no existe una súper máquina que entre en la cabeza de una persona y proporcione una lista completa de ideas y conceptos, como las hay en la ciencia ficción.
Pero, de hecho, Farahany explica que las defensas de nuestra privacidad de pensamiento han comenzado a derribarse sin necesidad de examinar directamente el cerebro.
Esto es posible gracias a la gran cantidad de datos personales que compartimos en redes sociales y otras aplicaciones, y que después son analizados a través de algoritmos y luego monetizados.
Hoy en día, las empresas de tecnología poseen información importante sobre nosotros: quiénes son nuestros amigos, qué contenido nos genera emoción (y, lo que es más importante, qué tipo de emoción), preferencias políticas, en qué productos hacemos clic, dónde nos movemos a lo largo del día y algunas de nuestras transacciones financieras.
“Todo esto está siendo utilizado por las empresas para crear perfiles muy precisos sobre quiénes somos y así comprender nuestras preferencias y deseos”, dice Farahany en una entrevista con BBC News Brasil.
“Es importante que la gente comprenda que ya se encuentran en un mundo donde se leen las mentes”, señala.
Con la creciente popularidad de los relojes inteligentes -que recopilan datos sobre la frecuencia cardíaca, los niveles de estrés, la calidad del sueño y mucho más, se está empezando a explorar otra frontera, la de nuestro funcionamiento interno.
Pero el avance de la neurotecnología y de equipos que entran en contacto directo con la cabeza, lleva todo esto a un nuevo nivel, uno con más datos y mayor precisión.
La profesora explica que los sensores cerebrales son precisamente similares a los sensores de frecuencia cardíaca que se encuentran en los relojes inteligentes o anillos que miden la temperatura corporal cuando capturan la actividad eléctrica en el cerebro.
“Y cada vez que piensas, o cada vez que sientes algo, las neuronas se activan en tu cerebro, emitiendo pequeñas descargas eléctricas. Se pueden utilizar patrones característicos para sacar conclusiones”, dice.
“Por ejemplo, si ves un anuncio y sientes alegría, estrés, ira, aburrimiento, compromiso… todas estas reacciones pueden captarse a través de la actividad eléctrica de tu cerebro y decodificarse con la inteligencia artificial más avanzada”, agrega.
Es decir, estas señales cerebrales transmiten lo que sentimos, observamos, imaginamos o pensamos.
Farahany dice que la gente necesita comprender y aceptar que sus cerebros “no son enteramente suyos”.
Algo que lleva a cuestionar el concepto de libre albedrío, es decir, el poder de un individuo para elegir sus acciones.
“Imagínate que al principio de la semana te propones no pasar más de una hora al día en las redes sociales. Al final descubres que pasaste cuatro horas al día. ¿Qué pasó?”, reflexiona la catedrática.
“Si existen algoritmos diseñados para capturarte cuando quieres desconectarte, si recibes notificaciones cuando pasas demasiado tiempo lejos del celular, si quieres ver solo un episodio de la serie y el siguiente comienza automáticamente, ¿realmente pudiste usar tu libre albedrío? Son herramientas y técnicas diseñadas para socavar aquello a lo que te has comprometido”.
Farahany, al contrario de lo que podría pensarse, es una gran entusiasta de los avances de la neurotecnología.
A lo largo de su libro, enumera una larga lista de contextos en los que el monitoreo cerebral podría mejorar la humanidad y salvar vidas.
“Lo que propongo es un equilibrio. Es a la vez una manera de que la gente vea los aspectos positivos de la tecnología, pero también de protegerse contra los riesgos más importantes”, afirma.
“Para llegar allí, es necesario cambiar la forma en que pensamos sobre nuestra relación con la tecnología. La tecnología rara vez es el problema. Casi siempre es un mal uso”.
“No se trata de adoptar posiciones absolutas como ‘todo esto es malo’ o ‘todo esto es genial’, sino de intentar definir cuáles son las funcionalidades de esta tecnología para el bien común y cuáles son los riesgos de su mal uso”, añade.
La lista está llena de casos complejos y de espadas de doble filo.
La neurotecnología podría reducir el número de accidentes mortales monitoreando los niveles de falta de atención y, principalmente, de fatiga que afectan a los camioneros y a los conductores de trenes y metros, por ejemplo.
Esta misma funcionalidad puede ser abusada por una empresa o escuela en busca de productividad total, en la que los momentos de distracción de un empleado o estudiante son monitoreados, registrados y eventualmente castigados.
Una pulsera que capture ondas electromagnéticas enviadas por el cerebro para mover brazos y manos podría transformar estos impulsos en señales electrónicas y hacer que las experiencias de realidad digital o virtual sean mucho más intuitivas e integradas.
Y hay un potencial aún más importante en este dispositivo: detectar las primeras etapas de una enfermedad neurodegenerativa. Analizar la actividad cerebral en su conjunto podría representar un gran avance para la medicina y la longevidad.
Por otro lado, escribe Farahany en el libro, la misma pulsera también detectará “si estás realizando una actividad íntima usando las manos en tu dormitorio”.