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Joe Biden y Xi Jinping abordarán en su primer encuentro en un año la crisis en Oriente Próximo y Taiwán

Los presidentes de EE UU y de China se reúnen en San Francisco con el objetivo de estabilizar una relación cargada de desconfianza. La lucha contra el tráfico de fentanilo también está en la agenda de la cita

MACARENA VIDAL LIYGUILLERMO ABRIL

Restablecer las líneas de comunicación. Enderezar la relación de modo que un incidente arbitrario no desencadene una crisis de consecuencias impredecibles. La muy esperada cumbre entre los dos hombres más poderosos del mundo, el presidente de EE UU, Joe Biden, y su homólogo de China, Xi Jinping, este miércoles en la bahía de San Francisco, tiene como objetivo primordial serenar unos lazos tan importantes como turbulentos entre las dos grandes potencias económicas mundiales. Ambos abordarán asuntos como la crisis en Oriente Próximo, la guerra en Ucrania, Taiwán o la lucha contra el tráfico de fentanilo.

El encuentro tendrá lugar a 40 kilómetros del centro de San Francisco, en la histórica mansión de Filoli -una residencia campestre de principios del siglo XX con jardines de estilo inglés muy visitada por los turistas-. Un enclave idílico, alejado de las fuertes medidas de seguridad que, debido a la la cumbre de la APEC en la que ambos participan esta semana, han convertido las cuadras del downtown en una claustrofóbica sucesión de jaulas.

Es la primera ocasión en que ambos tienen contacto, sea cara a cara o sea por teléfono, en un año entero. Nueve meses después de que el paso de un globo aerostático chino por espacio aéreo de EE UU hiciera entrar la relación bilateral en barrena, el encuentro representa una señal de interés de los dos líderes por mantener la comunicación. No se esperan anuncios de acuerdos espectaculares, ni avances en asuntos espinosos como Taiwán o la rivalidad tecnológica. Pero el hecho de que se sienten a conversar ya es, en sí mismo, un signo de progreso y un gesto para estabilizar una relación cuajada de antagonismo, asperezas y desconfianza.

El propio Biden apuntaba, antes de partir hacia San Francisco, que su objetivo es que las relaciones vuelvan “a su curso normal de contactos”, aunque los dos gobiernos mantengan sus desacuerdos. “Poder llamar por teléfono y hablarnos si hay una crisis. Poder asegurarnos de que nuestros militares mantienen comunicación mutua”, sostenía en la Casa Blanca. “No intentamos desacoplarnos de China, lo que queremos es cambiar la relación a mejor”.

Un día antes, su consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, lo había resumido así: “los líderes abordarán algunos de los elementos fundamentales de la relación bilateral, incluida la importancia de fortalecer las líneas abiertas de comunicación y gestionar nuestra competición de modo responsable, para que no derive en conflicto. “La manera en que podemos lograrlo es mediante una intensa diplomacia. Así es como aclaramos malentendidos y evitamos sorpresas”.

Tanto Biden como Xi llegan a San Francisco, donde esta semana se celebra la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), con la necesidad de que la cumbre sea un éxito. El presidente chino aterriza en California después de dos años complicados de mandato, que han visto protestas ciudadanas sin precedentes en las últimas tres décadas, el final de la política de cero covid, una economía que se tambalea y misteriosos relevos en el Gobierno que han dejado al Ejecutivo sin ministro de Defensa. Por su parte, el estadounidense está a punto de entrar en el fragor de la campaña electoral para las presidenciales de 2024 en pleno estallido del conflicto entre Israel y Hamás y mientras continúa sin verse un final a la guerra en Ucrania.

Encarrilar la relación

“Esta es una cumbre diseñada para apuntalar la relación con la esperanza de que no se deteriore más, de cara a un año potencialmente muy volátil, en el que están previstas nuestras propias elecciones a finales, y las elecciones de Taiwán en enero”, apunta en una charla con periodistas Mike Froman, antiguo negociador de Comercio Exterior en la Administración de Barack Obama y ahora en el think tank Council for Foreign Affairs. “Los dos quieren encarrilar la relación, estabilizarla, para poderse centrar en sus desafíos internos”, opina por su parte Ian Johnson, del mismo centro.

Taiwán, la isla de régimen democrático que China considera parte de su territorio y no renuncia a unificar por la fuerza, es la gran línea roja para Pekín, que vigilará con atención esos comicios. El Gobierno de Xi desea un triunfo del conservador Kuomintang, más inclinado a una buena relación con China, mientras que contemplaría con horror un nuevo triunfo del Partido Demócrata Progresista y su política de distanciamiento del otro lado del estrecho de Taiwán (también conocido como de Formosa).

“Probablemente, ambos perciben las elecciones taiwanesas como una posible chispa, y ninguno quiere que pase nada. Biden tiene en juego su reelección y lo último que necesita es otra crisis de política exterior, ya tiene una entre las manos en Oriente Próximo”, apunta Ian Johnson. Según Bonnie Lin, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS), “gestionar Taiwán va a ser probablemente el asunto número uno en la agenda para China, y Pekín puede buscar garantías adicionales de Estados Unidos”.

Comunicaciones militares

Uno de los grandes objetivos para la Casa Blanca es lograr el restablecimiento de las comunicaciones entre las respectivas fuerzas armadas. Estos hilos se encuentran rotos desde que en agosto del año pasado la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, viajó a Taiwán. Y, desde ese momento, se han producido numerosos encontronazos de patrullas aéreas o marinas en cielos o aguas en torno a Taiwán y en el mar del Sur de China —cuya soberanía Pekín se atribuye casi en su totalidad, en disputa con otros países de la zona—. Washington alega que, sin una vía de interlocución directa, es fácil que alguno de estos incidentes pueda derivar en algo mucho más serio.

Biden pedirá también a Xi cooperación en la lucha contra el fentanilo, un opiáceo cuyo consumo se cobra decenas de miles de vidas estadounidenses al año, la mayoría jóvenes. Aunque la mayor parte de las cantidades de esta droga sintética que llegan a EE UU entran a través de México, los precursores para su fabricación proceden en buena parte del gigante asiático. “Para el presidente de EE UU sería bueno poder mostrar a los estadounidenses de a pie que las relaciones con China son algo más que una cosa esotérica, que pueden traer beneficios a la gente corriente”, señala Johnson.

Según ha apuntado Sullivan, ambos líderes también abordarán cuestiones globales de interés común, como la guerra en Ucrania y el conflicto entre Israel y Hamás. A Pekín, según el consejero de Seguridad Nacional, también le interesa una reducción de las tensiones en Oriente Próximo.

Un Irán que actúe “de manera desestabilizadora” no es algo que convenga a China, que ha estrechado sus relaciones con Teherán de modo significativo en los últimos años. “Y China, por supuesto, mantiene lazos con Irán y puede, si lo desea, dejárselo claro directamente al Gobierno iraní”, puntualizaba Sullivan.

Dos superpotencias distintas

Pekín, por su parte, ha ido sosegando el lenguaje en las últimas semanas, y los órganos de propaganda han rebajado el filo de sus adjetivos hasta generar un ambiente propicio a la entrevista. “Esperando el encuentro en San Francisco”, subtitulaba este domingo un editorial del Diario del Pueblo, altavoz oficial del Partido Comunista. La reunión, dice el texto, “es de gran importancia para promover la estabilización y mejora de las relaciones sino-estadounidenses […] para responder conjuntamente a los desafíos globales y promover la paz y el desarrollo mundiales”. El artículo establece que ambas superpotencias han sido, son y serán distintas, pero eso no ha de impedir hallar puntos de acuerdo. “China no se convertirá en otro Estados Unidos, y Estados Unidos no puede transformar China a su antojo”, asevera.

El artículo destaca una frase de Xi durante una videoconferencia con Biden en 2021: “En los próximos 50 años, la cuestión más importante en las relaciones internacionales es que China y Estados Unidos encuentren la forma adecuada de llevarse bien”. Y establece líneas rojas, como el respeto a la arquitectura de acuerdos que rigen las relaciones entre ambas superpotencias desde que retomaron el diálogo en los setenta, una alusión implícita a la política de una sola China con respecto a Taiwán.

Jude Blanchette, del think tank CSIS, apunta en un encuentro con corresponsales en Pekín que China considera que con unas relaciones estabilizadas tiene más opciones de “modular” las acciones de Washington en el futuro. Esa entente le interesa también en términos económicos: aunque Pekín parece remontar tras un verano de noticias negras en el campo financiero, le interesa remar con Washington hacia un mundo más estable para no perder el interés de los inversores foráneos en el gigante asiático y evitar, por ejemplo, precios disparados de la energía relacionados con la guerra entre Israel y Hamás.

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