La crisis parece no tener fin en el país del Sol Naciente, que ha sido superado por Alemania en la clasificación del FMI de las mejores economías del mundo. Aunque esta «clasificación» es discutible, revela los defectos de un gobierno que se esfuerza por encontrar soluciones a los problemas a los que se enfrenta desde hace décadas.
Se está produciendo una pequeña revolución en la jerarquía económica mundial… aunque esta revolución sea simbólica. Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), este año Japón podría perder el título de tercera economía mundial en favor de Alemania.
Estas son las conclusiones de la actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial del FMI, publicada a mediados de octubre. A finales de 2023, la economía alemana tendrá un valor de 4,430 billones de dólares, frente a los 4,230 billones de su homóloga japonesa. Estados Unidos se mantiene firme en el primer puesto, con 27.000 billones de dólares, y China en el segundo, con 17.700 billones.
Japón había ocupado el tercer puesto desde 2010, cuando fue superado por China. Antes de eso, la economía japonesa había sido la subcampeona de Estados Unidos desde 1972 (al menos en el ámbito occidental), según datos del Banco Mundial. Ese año, los japoneses habían destronado a… la República Federal de Alemania.
Pero el declive no ha terminado, si nos atenemos a las proyecciones del FMI para los próximos cinco años, ya que el archipiélago se verá superado por la India en 2026, y esta última arrebatará el tercer puesto a Alemania al año siguiente. La economía japonesa, por su parte, se situaría entonces en un nivel cercano al de… 2014.
¿Qué clasificación del PIB mundial?
Obviamente, este tipo de ranking es muy discutible. Lo que se compara aquí es el valor nominal en dólares estadounidenses corrientes del producto interior bruto (PIB) de los países. Por tanto, depende de factores como la inflación, que puede inflar el PIB nominal, el tipo de cambio del dólar y el nivel de desarrollo de las economías. Con un dólar se pueden comprar y producir cantidades muy diferentes de bienes en distintos países.
El yen, como veremos más adelante, ha perdido mucho valor este año. En enero se necesitaban algo más de 130 yenes para obtener un dólar, mientras que hoy se necesitan más de 150 yenes, una caída del 15% que devalúa inmediatamente todo el PIB japonés, mientras que el PIB alemán se beneficia de una cierta estabilidad del euro frente al dólar.
Así pues, esta clasificación del PIB bruto en dólares corrientes no tiene ningún sentido real, salvo quizá desde el punto de vista de Estados Unidos, ya que se basa en el valor local del dólar estadounidense.
Pero el propio FMI propone elementos más realistas, teniendo en cuenta las realidades de la producción, en particular la clasificación del PIB nominal en paridad de poder adquisitivo (PPA), que «suaviza» el valor del dólar en cada economía.
Sin embargo, según este criterio, la imagen de la economía mundial es ya muy diferente, y los llamados países avanzados han iniciado ya un claro declive. China ha superado a Estados Unidos desde 2017 y sigue ampliando su ventaja. India ocupa el tercer lugar desde 2009, cuando superó a Japón. En esta clasificación PPA, Japón seguirá siendo cuarto por delante de Alemania en 2023, e incluso podría seguir siéndolo en 2028.
PIB, PIB nominal, PIB real, PIB en PPA…
El producto interior bruto (PIB) calcula el flujo de «riqueza» producido por una economía, es decir, todo el valor añadido (ventas menos consumos intermedios) por los agentes económicos públicos o privados (en este último caso, se tienen en cuenta los costes de producción). Existen varios enfoques para calcularlo: por renta, por demanda, por sector de actividad.
Los componentes de la demanda del PIB son el consumo (de los hogares y las administraciones públicas), la inversión (de las empresas, las administraciones públicas o los hogares, especialmente esta última en vivienda), la variación de existencias y el comercio exterior.
Cuando el PIB es «nominal», se expresa en moneda corriente teniendo en cuenta el efecto de la inflación, calculado según un «deflactor del PIB» distinto del índice de precios al consumo. Cuando se elimina el efecto de la inflación, se dice que el PIB es «real» o «en volumen». Para las comparaciones internacionales, se suele utilizar el dólar estadounidense. A veces es corriente, en su valor en el momento de calcular el PIB, a veces es constante y se utiliza un valor fijo del dólar, por ejemplo el de 2015, y a veces se calcula en «paridad de poder adquisitivo» que refleja el valor real de un dólar en las economías en cuestión.
El PIB nunca es un indicador de bienestar, ni siquiera cuando se calcula per cápita.
Japón sigue representando el 3,29% del PIB mundial en PPA, frente al 2,92% de Alemania. Pero esta resistencia no debe ocultar el lento e inexorable declive de la economía japonesa en los últimos treinta y cinco años. En el apogeo de su gloria, en 1991, representaba el 9,13% del PIB mundial en términos de PPA, es decir, algo menos de la mitad del PIB de Estados Unidos y casi el doble del de Alemania en la misma fecha. Por cierto, este descenso es también el de Alemania, que vio cómo su participación en el PIB mundial en paridad de poder adquisitivo se reducía a la mitad en el mismo periodo.
Y este es quizás el punto clave, más allá de estos movimientos en las cuestionables clasificaciones: las dos economías (japonesa y alemana) están, como muchas economías occidentales, en un largo declive relativo. Y, sin embargo, estos dos países comparten algunas fortalezas comunes: una industria que ha resistido mejor que en otros lugares de Occidente y superávits comerciales continuos basados en exportaciones sólidas. Pero esto no basta, contrariamente a lo que suele pensarse en Francia, para mantener su posición.
El adelantamiento de Alemania al Japón es, pues, ante todo simbólico de este declive. No dice nada de la fortaleza de la economía del otro lado del Rin, que, por el contrario, se hunde en una depresión que Japón probablemente no envidia.
En volumen, el PIB alemán del tercer trimestre se contrajo un 0,1% en tres meses y un 0,3% en un año. La primera economía europea es actualmente una de las menos dinámicas del Viejo Continente. Tras unos años ligeramente más fuertes entre 2015 y 2018, marcados por la recuperación de los ingresos y el consumo de los hogares, ha vuelto a quedarse sin fuelle. El consumo está a media asta y varios sectores exportadores se ven ahora lastrados por las dificultades de la industria mundial y el problema energético. Desde 2018, la economía alemana está estancada en términos de volumen.
Demografía a media asta
La situación en el archipiélago japonés es aún más crítica. Sin embargo, la historia económica del país es de un éxito asombroso. Único país asiático que logró un despegue industrial prácticamente autónomo en el siglo XIX, el país logró una sorprendente recuperación tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, gracias a una inversión masiva en tecnologías de vanguardia.
A finales de los años 60, las empresas japonesas se habían convertido en serias competidoras de las multinacionales estadounidenses. El «Made in Japan», antes sinónimo de la gama baja del mercado, se convirtió en símbolo de alto valor tecnológico, mientras Estados Unidos se desindustrializaba. Fue entonces, en los años 80, cuando Japón se convirtió en la segunda potencia económica mundial, y en Occidente soñábamos con atraer a los «inversores japoneses», convertidos en los nuevos amos del capitalismo global.
¿Qué lugar ocupa Francia?
En 2023, Francia será la séptima economía mundial según los indicadores del FMI en términos de PIB nominal corriente expresado en dólares, con 3,005 billones de dólares. Se situará entre el Reino Unido (6º con 3,33 billones de dólares) e Italia (2,190 billones de dólares). Según las proyecciones del FMI, Francia debería permanecer en el 7º puesto en 2028, esta vez entre el Reino Unido y Brasil. En 1980, Francia era la cuarta economía mundial según este criterio, con 702.000 millones de dólares, por delante del Reino Unido y por detrás de Alemania. Desde entonces ha sido superada por India, China y el Reino Unido.
En términos de paridad de poder adquisitivo, Francia ocupa el 10º lugar, con el 2,21% de la riqueza mundial, por delante de Italia y por detrás del Reino Unido, pero estos tres países son superados en esta clasificación por Rusia, Brasil e Indonesia, que ocupan los puestos 8º, 7º y 6º. No se espera que esta clasificación cambie de aquí a 2028.
Cabe señalar que la Unión Europea en su conjunto volvería a situarse por delante de China en el segundo puesto en términos de PIB potencial actual en dólares en 2023, y podría, según el FMI, mantener su liderazgo hasta 2028. En cambio, en términos de PPA, la UE se mantendrá por debajo de Estados Unidos en el tercer puesto de 2023 a 2028, viendo disminuir su participación en el PIB mundial del 14,55% al 13,65%.
Pero este apogeo no va a durar. A principios de los años 90, Japón entró en una depresión de la que aún no ha salido, bajo el impacto de cuatro fenómenos principales. En primer lugar, la competencia internacional presionaba sobre las exportaciones japonesas con la aparición de los «tigres asiáticos», como Corea del Sur y Taiwán, seguidos de China, y también el repunte tecnológico de Estados Unidos en los años 1990-2000 con sus «nuevas tecnologías».
Esta presión llevó a los inversores del país a buscar inversiones inmobiliarias a mediados de los años ochenta. La caída de los tipos de interés provocó rápidamente la formación de una burbuja, que estalló a principios de los años noventa. El sistema financiero japonés fue el que más dificultades tuvo para recuperarse de ello, y los ingresos de los hogares sufrieron un duro golpe.
Al mismo tiempo, la demografía de Japón se deteriora, primero lentamente y luego, a partir de la década de 2010, con gran rapidez. De una ralentización del crecimiento demográfico a una rápida disminución del número de habitantes. En 2010, la población alcanzó un máximo de 128,1 millones. En octubre de 2023, la población estimada por el servicio estadístico japonés es de 124,5 millones. Por tanto, el país ha perdido 3,5 millones de habitantes en trece años, es decir, unos 800.000 al año, y su población se ha reducido al nivel de 1992.
Al mismo tiempo, la población envejece rápidamente. En 1990, los mayores de 65 años representaban el 12% de la población, frente al 29% actual. Además, el 16% de los japoneses tiene más de 75 años. Esta estructura pesa doblemente sobre el crecimiento: por su bajo consumo y por la reducción de su población «productiva». La única manera de superar este problema es aumentar la productividad de la población activa.
Contrariamente a lo que a veces se piensa de una economía japonesa altamente robotizada, es una de las menos productivas del mundo occidental. En 2022, la OCDE situó a Japón en el puesto 23 de sus 38 países miembros en términos de productividad, casi diez puntos por debajo de la media. Es cierto que las multinacionales japonesas invierten poco en su país de origen, prefiriendo colocar sus beneficios en el extranjero.
Como resultado, el país prácticamente no tiene desempleo (la tasa de paro es actualmente del 2,6%) y a menudo tiene dificultades para encontrar trabajadores, pero el crecimiento de los salarios nominales es muy bajo. Tanto más cuanto que, para mantener su cuota del mercado de exportación, las empresas japonesas han fomentado la moderación salarial. Como resultado, el crecimiento de los salarios nominales ha sido a menudo negativo en los últimos treinta años, y con mayor frecuencia entre el 0 y el 1%.
Con la moderación salarial, el sistema financiero bajo presión y la productividad en horas bajas, Japón tenía todos los ingredientes para una espiral deflacionista. El activismo de su banco central, el Banco de Japón (BoJ), lo impidió. Compró todo lo que pudo en los mercados financieros y se convirtió en el principal apoyo del gobierno central para mantener la economía a flote.
Entre 1994 y 2022, el PIB real anual de Japón creció un 22,4%, frente a casi un 52% en Francia. Como resultado, la deuda pública ha crecido mucho más rápido que el PIB, y ahora se sitúa en el 263% del PIB. Japón es, pues, una economía con respiración asistida, profundamente enferma y que busca ahora su lugar en la división internacional del trabajo.
La economía japonesa, de capa caída
El periodo post-Covid ha sido difícil para Japón. El PIB trimestral del país no volvió a su nivel del último trimestre de 2019 hasta el segundo trimestre de 2023. Es cierto que la inflación ha reaparecido, como en otros lugares. En septiembre, los precios subieron un 3,8% interanual en el archipiélago. Pero las causas no hay que buscarlas en la fortaleza de la demanda japonesa, sino en factores externos y en la caída en picado del yen, que ha perdido un 43% de su valor frente al dólar desde principios de 2021.
La pérdida de valor de la divisa nipona se debe a los bajos tipos de interés del Banco de Japón y a las escasas perspectivas de crecimiento, que apenas animan a invertir en el país del sol naciente. Y esta caída del yen alimenta a su vez la inflación. Pero como la productividad sigue estando fuera de la ecuación, los salarios reales no pueden seguir el ritmo de los precios. En agosto cayeron por decimoséptimo mes consecutivo, nada menos que un 2,5% interanual…
Como resultado, la economía japonesa sigue siendo lenta. En el segundo trimestre de 2023, las exportaciones pudieron beneficiarse de la caída del yen e impulsar el crecimiento, pero el efecto fue efímero dada la debilidad de la demanda mundial, en particular de China, y las dificultades de la industria japonesa para aumentar su capacidad de producción. En consecuencia, el PIB del tercer trimestre cayó lógicamente un 0,1%, como supimos el jueves 2 de noviembre.
Las autoridades japonesas no saben qué hacer ante esta situación. El Banco de Japón se encuentra entre dos fuegos. Está tentado de normalizar su política para bajar el yen y atraer a los inversores, pero sin crecimiento, corre el riesgo de poner en dificultades al Estado japonés si los tipos reales que tiene que pagar se vuelven positivos. Su posición es, pues, imposible, como demostró la esperada reunión del 31 de octubre, en la que el banco central anunció «flexibilidad» en el control del tipo de los bonos del Estado a diez años, manteniendo al mismo tiempo sus propios tipos a cero. Fue una medida que no agradó a los mercados, que esperaban una subida total del tipo a diez años. Como consecuencia, el yen siguió cayendo.
Mientras tanto, el gobierno japonés del Primer Ministro Fumio Kishida se esfuerza por hacer frente a la recesión económica. Su índice de aprobación está en mínimos históricos, y las próximas elecciones generales, en septiembre de 2024, se presentan complicadas para él. Por ello, el 2 de noviembre anunció un gigantesco plan de recuperación de 17 billones de yenes (106.000 millones de euros), que incluye un recorte masivo del impuesto sobre la renta y del impuesto municipal (por valor de 5 billones de yenes, unos 31.000 millones de euros), subvenciones a las empresas que aumenten sus salarios y ayudas a los hogares más vulnerables para que puedan pagar sus facturas de electricidad y gasolina.
El Primer Ministro espera que estas medidas le ayuden a recuperar popularidad, pero económicamente parece una apuesta arriesgada. En los últimos treinta años, Japón ha aplicado una serie de paquetes de estímulo sin resultado. El banco Nomura sólo espera un efecto positivo de 0,2 puntos del PIB, algo menos de lo comprometido. Es como si las autoridades japonesas se vieran impotentes y atrapadas por mandatos contradictorios, a pesar de su considerable peso en la economía.
En realidad, Japón parece sumido en una larga crisis que refleja los grandes problemas del capitalismo contemporáneo: baja productividad a pesar de un alto nivel tecnológico, salarios bajo presión, el Estado como último recurso del capital. Mantener la cuota de mercado de las exportaciones parece ser la única ambición, en un momento en que el comercio mundial se tambalea y los competidores son cada vez más acuciantes.
En definitiva, lo que vemos es un estancamiento sin fin, con un crecimiento cada vez menos realista como única ambición de las políticas públicas. Lo interesante es que el caso japonés bien podría señalar el camino a otras economías basadas en un modelo exportador. Alemania no se queda atrás y, sobre todo, China está, a su manera, cada vez más amenazada por un escenario a la japonesa tras el estallido de su burbuja inmobiliaria, y con su deseo de construir un crecimiento basado en la tecnología y el mantenimiento de su dependencia de las exportaciones.
El declive de Japón no es sólo la historia de un país en crisis. Es quizá la historia de un país a la vanguardia del capitalismo del futuro. La situación del imperio japonés es una especie de advertencia para un mundo dominado por este modo de producción.