La idea de que hay ganadores y perdedores en la economía, en la sociedad y con la globalización, y de que esto es justo, está más extendida de lo que se cree. A mucha gente le parece natural e inexorable este proceso y resultado, casi como si se tratara de un proceso que se conoce como “darwinismo social”. Al final, se cree y se dice: sobrevivirán y/o ascenderán los eficientes, es decir, aquellos individuos dotados con los méritos suficientes para ser los ganadores; y serían relegados y descartados aquellos individuos ineficientes y, por tanto, sin tener los méritos para ganar ni en la economía ni en la sociedad, lo que los convierte en perdedores.
Esto es lo que Michael Sandel va a reflexionar y criticar en su libro titulado: La Tiranía del Mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (2020). Sandel es un filósofo estadounidense, profesor en la Universidad de Harvard; y autor de varios libros, alguno de los cuales ya me he permitido comentar anteriormente. En esta ocasión he escogido algunos párrafos que considero relevantes para entender los argumentos de Sandel; pero el libro hay que leerlo con detenimiento, pues cada capítulo busca interpretar una realidad que es compleja, paradójica y hasta contradictoria; y si bien la reflexión está referida a la sociedad estadounidense, también puede contrastarse con la realidad de otras sociedades.
Considero que el siguiente es un párrafo clave con tres argumentos de crítica a una idea sobre el mérito y la meritocracia:
“La tiranía del mérito nace de algo más que la sola retórica del ascenso. Está formada por todo un cúmulo de actitudes y circunstancias que, sumadas, hacen de la meritocracia un cóctel tóxico. En primer lugar, en condiciones de desigualdad galopante y movilidad estancada, reiterar el mensaje de que somos individualmente responsables de nuestro destino y merecemos lo que tenemos erosiona la solidaridad y desmoraliza a las personas a las que la globalización deja atrás. En segundo lugar, insistir en que un título universitario es la principal vía de acceso a un puesto de trabajo respetable y a una vida digna engendra un prejuicio credencialista que socava la dignidad del trabajo y degrada a quienes no han estudiado en la universidad. Y, en tercer lugar, poner el énfasis en que el mejor modo de resolver los problemas sociales y políticos es recurriendo a expertos caracterizados por su elevada formación y por la neutralidad de sus valores es una idea tecnocrática que corrompe la democracia y despoja de poder a los ciudadanos corrientes.” (p.96)
¿Dónde se sitúa el problema?
“El problema de la meritocracia no solo estriba en que la práctica nunca está a la altura del ideal. Si simplemente esa fuera la cuestión, la solución pasaría por perfeccionar la igualdad de oportunidades, por aspirar a una sociedad en la que las personas pudieran ascender de verdad -fuera cual fuese su punto de partida en la vida- hasta donde su esfuerzo y su talento pudieran llevarlas. Pero el problema es que es dudoso que una meritocracia, ni siquiera una perfecta, pueda ser satisfactoria ni moral ni políticamente.” (p.36)
¿Cuál es el problema moral?
“Desde el punto de vista moral, no está claro por qué quienes tienen talento merecen las desproporcionadas recompensas que las sociedades de mercado reservan a las personas de éxito. Un principio central de la ética meritocrática es la idea de que no merecemos que se nos recompense -ni que se nos proteja- por factores que estén fuera de nuestro control. Pero ¿de verdad poseer (o carecer de) ciertas aptitudes es un logro nuestro? Si no lo es, cuesta ver por qué quienes ascienden gracias a su talento merecen mayor premio que quienes bien pueden ser personas igual de esforzadas, pero menos dotadas de los dones previos que una sociedad de mercado casualmente valora más.” (p.37)
Siguiendo el argumento anterior ¿Qué relación existe entre meritocracia, sentimientos morales y política?
“Quienes ensalzan el ideal meritocrático y lo convierten en el centro de su proyecto político pasan por alto esta cuestión moral, pero también ignoran algo más poderoso desde el punto de vista político: las actitudes muy poco atractivas (desde la perspectiva moral) que la ética meritocrática fomenta, tanto entre los ganadores como entre los perdedores. Entre los primeros promueve la soberbia; entre los segundos, la humillación y el resentimiento. Son estos sentimientos morales los que constituyen ahora el trasfondo de la revuelta populista contra la élite. Más que una protesta contra los inmigrantes y la deslocalización, la queja populista va dirigida contra la tiranía del mérito. Y está justificada.” (p.37)
Dado el contexto político estadounidense, un argumento muy interesante, que se deriva de lo anteriormente citado, se vincula a una explicación de porqué Donald Trump venció a Hilary Clinton en 2016; y nos permite preguntarnos: ¿será también una explicación similar a porqué está teniendo éxito en las primarias republicanas de 2024?
“En 2016, dos terceras partes de los votantes blancos sin carrera universitaria votaron por Donald Trump. Hilary Clinton recibió el apoyo de más del 70 por ciento de los votantes con al menos un título universitario de posgrado. En varios análisis electorales se descubrió que el nivel educativo, más que el de renta, era el mejor predictor estadístico del apoyo a Trump. Entre votantes de renta similar, los de mayor nivel educativo tendieron a votar a Hilary Clinton, mientras que aquellos con menos estudios tendieron a optar por Trump.” (p.132)
Finalmente, una conclusión sobre los cambios y las paradojas en la política de nuestros tiempos podría ser la siguiente:
“Durante buena parte del siglo XX, los partidos de la izquierda atrajeron a los electores con menor nivel educativo, mientras que los de la derecha hicieron lo propio con aquellos que tenían mayor formación. En la era de la meritocracia, ese patrón se ha invertido. Hoy en día las personas con más estudios votan a partidos de centroizquierda y aquellas otras con menor nivel educativo apoyan a los de derecha. El economista francés Thomas Piketty ha mostrado que dicha inversión de la tendencia anterior se ha producido también, y de forma sorprendentemente paralela, en Estados Unidos, Reino Unido y Francia.” (133)
Espero que estas citas sobre el libro de Michael Sandel incentiven a leerlo, sobre todo a quienes tienen un interés genuino en la política y en la construcción del bien común. Y sobre esto último quiero adelantar que solo encontrarán en los capítulos finales, una reflexión y una propuesta germinal sobre el bien común.