Durante la última década, el BCE se ha embarcado en un amplio programa de flexibilización cuantitativa -o impresión de dinero sin tasa en términos más sencillos- tanto para hacer frente a la deflación como, lo que es más importante, para evitar que países como Italia quiebren.
Si nadie quiere bonos de un Estado miembro, el banco central siempre interviene para comprarlos (lo que se conoce como “hacer lo que sea necesario” para preservar el euro, como dijo el expresidente de la máxima autoridad monetaria comunitaria, Mario Draghi). Con el equivalente del 82% de su PIB, el BCE ha impreso mucho más dinero que la Reserva Federal de Estados Unidos, con un 36% del PIB, o que el Banco de Inglaterra, con un 39% del PIB.
Los bancos centrales miembros del área euro se vieron obligados a comprar bonos a tipos de interés cercanos a cero, y ahora tienen que pagar tipos mucho más altos por el efectivo depositado en ellos. Al mismo tiempo, los enormes desequilibrios financieros dentro de la zona, con enormes superávit comerciales en Alemania y déficit en otras partes, tienen que reciclarse a través del sistema bancario, creando aún más pasivos. Y ahora mismo no se ve el final de los números rojos.
Los banqueros centrales, como hizo el máximo dirigente del Bundesbank en febrero pasado aseguran que no van a quebrar (¡qué menos!), pero no es nada tranquilizador que tengan que asegurar regularmente a todo el mundo que no están a punto de entrar en concurso. En un documento de trabajo del año pasado, el FMI aseguraba complaciente a todo el mundo “que las pérdidas, aunque cuantiosas, serán temporales y recuperables”. Los gobiernos no obtendrán ninguno de los beneficios que sus bancos centrales solían obtener, lo que lamentablemente significa que los impuestos tendrán que aumentar, admitía. Pero no necesitarán un rescate.
Ya veremos. En realidad, hay tres grandes problemas. En primer lugar, está todavía por verse que la inflación se encuentre realmente controlada y los tipos de interés puedan bajar de forma sostenida.
En segundo lugar, si no se pone fin a los déficit italianos y no hay indicios de que vuelva a haber un crecimiento sostenido, es muy posible que el BCE tenga que seguir comprando esos bonos para evitar que la especulación dañe a ese país.
Y por último, y lo más importante, si el Bundesbank tiene que ser, de algún modo recapitalizado por el Gobierno de Berlín, seguramente acabará con la paciencia de los votantes alemanes con la moneda comunitaria y con la política que comanda Christine Lagarde. Se les dijo una y otra vez que el euro no significaría que se verían obligados a pagar el rescate de otros países, y esa promesa se habrá roto claramente. La confianza se habrá roto para siempre, con resultados impredecibles. Si el Bundesbank atraviesa dificultades (y en febrero aseguró que consumió casi 20.000 millones en provisiones), también lo estará la zona euro, aunque pasen algunos años antes de que esto quede claro.