El incremento de la inmunidad y los modestos cambios en el comportamiento de la población podrían explicar por qué los casos están disminuyendo, pero aún se desconocen muchas cosas, dicen los científicos.
Credit…Mike Kai Chen para The New York Times
Tras una ola despiadada en el verano, impulsada por la muy contagiosa variante delta, el coronavirus está una vez más en retirada en Estados Unidos.
En la actualidad, el país registra cerca de 90.000 nuevas infecciones al día, una reducción de más del 40 por ciento desde agosto. Las hospitalizaciones y muertes también están disminuyendo.
La crisis no ha terminado en todas partes —la situación en Alaska es en particular grave—, pero a nivel nacional la tendencia es clara y cada vez hay mayores esperanzas de que lo peor finalmente haya quedado atrás.
En los últimos dos años, la pandemia ha golpeado al país en olas. Ha inundado los hospitales y luego retrocedido, solo para regresar cuando los estadounidenses han bajado la guardia.
Es difícil determinar bien las razones por las que el virus fluctúa y fluye de esta manera, y es aún más difícil predecir qué nos depara el futuro.
Pero con la llegada inminente del invierno, hay verdaderas razones para el optimismo. Cerca del 70 por ciento de los adultos cuentan con el esquema completo de vacunación y hay una gran probabilidad de que en cuestión de semanas muchos niños menores de 12 años ya puedan comenzar a recibir su vacuna. Los reguladores federales podrían autorizar pronto la primera píldora antiviral para tratar la COVID-19.
“Sin duda alguna estamos en una mejor situación que el año pasado”, dijo Nahid Bhadelia, directora del Centro de Políticas e Investigación de Enfermedades Infecciosas Emergentes de la Universidad de Boston.
Sin embargo, los científicos advierten que la pandemia aún no ha terminado. Cerca de 2000 estadounidenses pierden la vida todos los días, y es plausible la llegada de otra ola invernal. Dada la cantidad de personas en Estados Unidos que siguen sin vacunarse y cuánto se desconoce del virus, es demasiado pronto como para abandonar las precauciones básicas, dijeron.
“Hemos hecho esto una y otra vez: soltamos el pie del acelerador demasiado pronto”, dijo Bhadelia. “Nos conviene ser un poco más cautelosos mientras seguimos intentando llegar a la línea de meta”
Cuando la primera ola de casos llegó a Estados Unidos a principios de 2020, no existía la vacuna contra la COVID-19 y, básicamente, nadie era inmune al virus. La única manera de aplanar la infame curva era modificar el comportamiento individual.
Ese fue el objetivo de la primera ronda de órdenes de quedarse en casa, confinamientos, cierres de negocios, uso obligatorio de cubrebocas y prohibiciones de grandes congregaciones de personas. Todavía se sigue debatiendo sobre cuál de estas medidas fue la más eficaz, pero numerosos estudios sugieren que en conjunto marcaron la diferencia, pues mantuvieron a las personas en sus casas y frenaron el crecimiento del número de casos.
Lo más probable es que estas políticas, combinadas con el distanciamiento social voluntario, hayan ayudado a poner fin a las primeras olas, dijeron los investigadores.
“Y luego se flexibilizaron las medidas y quizás los recuerdos también empezaron a desvanecerse”, dijo Jennifer Nuzzo, investigadora de salud pública de la Universidad Johns Hopkins.
Con el tiempo, los casos volvieron a aumentar y se desarrollaron patrones similares. Las empresas y los gobiernos locales volvieron a implementar restricciones, mientras que las personas que ya habían comenzado a aventurarse en el mundo volvieron a resguardarse y a utilizar cubrebocas.
Por ejemplo, durante la ola del invierno pasado, el porcentaje de estadounidenses que reportó ir a bares o restaurantes o asistir a eventos masivos disminuyó, según la Encuesta de Tendencias e Impacto de la COVID-19 de Estados Unidos, que ha entrevistado a un promedio de 44.000 usuarios de Facebook diariamente desde abril de 2020.
“La curva es moldeada por la conciencia pública”, dijo Nuzzo. “Estamos un poco dando tumbos entre la crisis y la autocomplacencia”.
La variante delta llegó durante un periodo de profunda fatiga pandémica y en un momento en el que muchos estadounidenses vacunados sintieron que finalmente podían relajarse. Los datos sugieren que la nueva variante provocó cambios menos profundos de comportamiento que las olas anteriores.
A mediados de julio, apenas el 23 por ciento de los estadounidenses afirmó utilizar siempre el cubrebocas en público, el porcentaje más bajo desde marzo de 2020, según el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, que recopila datos de varias fuentes.
Para el 31 de agosto, registrado como el pico más alto de la ola de la variante delta, ese porcentaje había aumentado al 41 por ciento, aunque se mantuvo muy por debajo del 77 por ciento de las personas que reportaron usar cubrebocas durante la ola invernal.
“Con solo mirar a tu alrededor te das cuenta de que la gente está viviendo en mucho mayor grado una vida
Aún así, incluso cambios modestos en el comportamiento pueden ayudar a ralentizar la transmisión, en especial cuando se combinan, y la variante delta provocó cambios tanto a nivel individual como organizacional. Las escuelas adoptaron nuevas medidas de precaución, las compañías pospusieron el regreso al trabajo presencial y las organizaciones cancelaron eventos, lo que le dio al virus menos oportunidades de propagarse.
Mientras tanto, la llegada de un clima otoñal más templado hizo posible que los estadounidenses en muchas regiones del país socializaran al aire libre, donde hay menos probabilidades de que el virus se propague.
“Estamos en una temporada intermedia, donde hace más frío en el sur que en pleno verano y más calor en el norte que en pleno invierno”, dijo David O’Connor, experto en virus de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Ciertamente, muchas de las zonas críticas actuales del virus se encuentran en las zonas más al norte de Estados Unidos, desde Alaska hasta Minnesota, donde las temperaturas aún más frías podrían estar obligando a la población a refugiarse en sitios cerrados.
Inmunidad creciente
El cambio en el comportamiento es una manera temporal y a corto plazo de reducir el número de casos. El verdadero final de la pandemia llegará a través de la inmunidad.
Al mismo tiempo, la variante fue tan infecciosa que se propagó rápidamente en las poblaciones vulnerables, lo que les confirió inmunidad natural a muchos estadounidenses no vacunados.
Aunque ni la vacunación ni la infección previa brindan una protección perfecta contra el virus, sí reducen de manera drástica las probabilidades de contraerlo. Es por eso que para septiembre el virus estaba teniendo muchas más dificultades para encontrar huéspedes habitables.
“Delta se está quedando sin personas que infectar”, dijo Jeffrey Shaman, investigador de salud pública de enfermedades infecciosas en la Universidad de Columbia.
El hecho de que el número de casos esté disminuyendo no significa que el país haya alcanzado la inmunidad de rebaño, un objetivo que hoy muchos científicos ya creen que es inalcanzable. Pero los niveles cada vez mayores de vacunación e infecciones, combinados con cambios de comportamiento más modestos, quizás fueron suficientes para poner fin a la ola.
“Es una combinación de inmunidad, pero también de que la gente está teniendo mayor cuidado”, dijo Joshua Salomon, experto en enfermedades infecciosas y creador de modelos en la Universidad de Stanford.
De hecho, los científicos afirmaron que una mezcla de factores, que podrían ser distintos en diferentes partes del país, sería lo que determinaría en última instancia cuándo y por qué el virus aumentó y disminuyó.
“Los diferentes aumentos y olas dependen de cuán grandes fueron las olas previas, cuántas personas se han vacunado, cuándo reabrieron las escuelas y de las diferentes variantes presentes”, dijo Alessandro Vespignani, director del Instituto de Ciencias de la Red de la Universidad Nortwestern en Boston.
También hay cierta aleatoriedad involucrada, en especial porque un pequeño número de “superpropagadores” parece desempeñar un rol desproporcionado en la detonación de los brotes. “Cerca del 10 al 20 por ciento de las personas son responsables del 80 al 90 por ciento de las infecciones”, dijo Christina Ramirez, bioestadística de la Universidad de California en Los Ángeles.
Eso significa que dos comunidades similares podrían encontrarse en trayectorias radicalmente distintas simplemente porque una persona altamente infecciosa asistió a un evento muy concurrido en un espacio cerrado y provocó un brote grave.
Algunos patrones aún desafían cualquier explicación. Por ejemplo, en marzo y abril, el estado de Míchigan fue muy afectado por la variante alfa, la antecesora ligeramente menos contagiosa que la variante delta.
Otros estados, en gran parte, se salvaron por razones que no han quedado claras, dijo Murray. “¿Por qué Míchigan fue el único estado con un gran brote de alfa en la primavera?”, dijo. “No tenemos idea”.
El pronóstico de invierno
Lo que sigue es difícil de predecir, pero los casos podrían no seguir necesariamente su declive constante, advirtieron los científicos.
El Reino Unido e Israel, ambos con tasas de vacunación más altas que Estados Unidos, todavía están teniendo dificultades con los brotes.
“Eso debería ser un llamado de atención”, dijo Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota. “No volvamos a la mentalidad previa al 4 de julio, cuando todos pensaron que la pandemia ya había terminado”.
La mayoría de los expertos dijeron que no les sorprendería ver al menos un pequeño incremento de casos a finales de este otoño o durante el invierno, ya que la gente comenzará a pasar más tiempo en espacios cerrados y a viajar durante las vacaciones.
Pero gracias a que las vacunas siguen siendo altamente eficaces para prevenir las hospitalizaciones y las muertes, es probable que cualquier pico invernal venidero sea menos catastrófico que el del año pasado.
“Es poco probable que sea tan mortal como la ola que tuvimos el invierno pasado, a menos que tengamos mucha mala suerte con respecto a una nueva variante”, dijo Salomon.
La aparición de una nueva variante sigue siendo un peligro impredecible, al igual que la posibilidad de que la protección brindada por la vacunación comience a debilitarse de manera más sustancial.
Otra fuente de incertidumbre es nuestro propio comportamiento.
“Predecir un brote no es igual a predecir el clima, porque en este caso estás lidiando con el comportamiento humano”, dijo Nicholas Reich, bioestadístico de la Universidad de Massachusetts, en Amherst. “Y eso, en esencia, es algo muy difícil de predecir: nuevas políticas que podrían entrar en rigor, las reacciones de las personas a ellas, nuevas tendencias en las redes sociales, en fin, la lista sigue y sigue”.
Pero, por lo menos, tenemos control de nuestro comportamiento, y este sigue siendo una variable crucial de camino al invierno, dijeron los científicos. En líneas generales, no recomendaron cancelar los planes decembrinos; muchos dijeron que celebrarían con amigos y parientes. Pero sí sugieren tomar precauciones razonables.
Aún queda tiempo para vacunarse o animar a los seres queridos a vacunarse antes del Día de Acción de Gracias. Usar mascarilla en ciertos contextos de alto riesgo, organizar eventos en exteriores cuando hace buen tiempo y tomar pruebas rápidas de covid antes de las reuniones por las fiestas son medidas de sentido común para reducir el riesgo, dijeron los expertos.
“No quiere decir que será un confinamiento navideño número 2”, dijo Angela Rasmussen, viróloga de la Organización de Vacunas y Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Saskatchewan. “Pero sí quiere decir que todos deberíamos ser conscientes de que esto no ha terminado totalmente”.