Endling. Es una palabra llena de misterio y encanto, como sacada de un cuento de hadas perdido hace mucho tiempo. Pero el término fue acuñado en 1996 por los médicos de un centro de convalecencia para describir a la última persona de una línea familiar o al último superviviente de una especie.
Desde entonces, se asocia sobre todo con los últimos miembros conocidos de especies animales que han sido empujadas al borde de la extinción por la actividad humana, como la última paloma pasajera, Martha, que murió en 1914, o el último rinoceronte blanco del norte macho, Sudán, que murió en 2018. Los endlings soportan solos el peso de la extinción, sean o no conscientes de ello.
“Es una de las palabras más solitarias que he oído nunca”, dice J.J. Johnson, guionista, director y productor que exploró esta idea en su serie de televisión Endlings, sobre un grupo de niños y su amigo extraterrestre que tienen la misión de salvar a unas criaturas que son las últimas de su especie; “cuando tienes que enfrentarte a algo tan definitivo, también nos reta a actuar en nombre de las otras especies que aún están aquí”.
Está claro que los endlings nos cautivan, a juzgar por la variedad de obras creativas que se han inspirado en ellos. En la entrañable franquicia de ciencia ficción Doctor Who, el Doctor es el último de su especie alienígena. La fantasía animada de 1982 El último unicornio sigue al personaje titular en una búsqueda para averiguar por qué sus parientes han desaparecido. La idea del “último humano en la Tierra” aparece en todo tipo de historias, desde dibujos animados, como Hora de Aventuras, hasta horrores apocalípticos, como Soy Leyenda.
Los endlings encarnan este tropo de formas nuevas y viscerales, sobre todo porque los humanos son responsables de poner en peligro a muchas de estas especies. Pero, ¿pueden los endlings (y las historias sobre ellos) movernos realmente a salvarlos?
Desde que se acuñó el término, los endlings han inspirado poemas, ballets, programas de televisión, artes visuales, videojuegos y composiciones musicales tanto para aficionados a la música clásica como para metaleros. La mayoría de estas obras se remontan a un antepasado creativo común: en 2001, una sombría exposición en el Museo Nacional de Australia mostraba la definición de “endling” junto a los restos y secuencias de vídeo del último tilacino o tigre de Tasmania conocido, que murió en cautividad en 1936.
La exposición, que ya no se exhibe, dio a conocer el término. La conexión directa de la evocadora palabra con un individuo real provocó compasión por los tilacinos y otras especies vulnerables.
“Hay un cierto mito y atractivo en esa ‘última’ historia de lucha contra una derrota inevitable”, afirma Dolly Jørgensen, profesora de Historia de la Universidad de Stavanger (Noruega), que ha escrito mucho sobre los endlings; “esa es la narrativa que se puede contar también sobre todos estos animales, porque cuando son el último, ya se ha acabado”.