En 2006, un cazador de los Territorios del Noroeste de Canadá abatió a un oso de pelaje blanco con manchas marrones, largas garras y una joroba parecida a la de un oso pardo. El oso, de aspecto extraño, resultó ser un híbrido: un cruce entre un oso polar y un oso pardo.
En los años siguientes, los científicos identificaron un total de ocho híbridos de oso polar y oso pardo, y descubrieron que todos los animales eran descendientes de la misma hembra de oso polar. A veces llamados “osos grolares” cuando el padre es un oso pardo o “pizzlies” cuando el padre es un oso polar, estos osos acapararon titulares, y algunos investigadores advirtieron de que el Ártico podría convertirse en territorio privilegiado para los híbridos debido al cambio climático.
“Nos interesa evaluar la tasa de hibridación porque sabemos que, a medida que el clima se calienta en el Ártico, los osos pardos y los osos polares entran cada vez más en contacto”, afirma Ruth Rivkin, bióloga evolutiva de la Universidad de Manitoba (Canadá). Mediante herramientas genéticas, Rivkin y sus colegas han descubierto recientemente que la hibridación sigue siendo rara entre los osos polares, por ahora.
Los osos no son las únicas especies árticas que se han entremezclado, y muchos de estos híbridos son prácticamente indistinguibles a simple vista. Por eso son tan importantes los análisis genéticos. Los científicos buscan en el ADN de los animales para identificar y conocer mejor los posibles híbridos, lo que a menudo plantea más preguntas que respuestas.
Por lo general, los animales no se aparean fuera de su especie debido a diversas barreras, como la geografía. Pero los híbridos pueden surgir cuando especies o subespecies que normalmente no se solaparían se encuentran al buscar pareja.
Las belugas y los narvales se separaron en el árbol evolutivo hace unos cinco millones de años, pero a veces las especies se cruzan en la bahía de Disko, al oeste de Groenlandia. En la década de 1980, un cazador recogió un cráneo inusual que, según la hipótesis de los investigadores, pertenecía a un híbrido de beluga y narval.
“Eran los primeros días de la genética, y obtener ADN de un cráneo que había estado de tres a cinco años a la intemperie no era realmente una opción a principios de los años 90”, dice Mikkel Skovrind, investigador de la Universidad de Lund en Suecia que ayudó a evaluar el cráneo con técnicas genéticas modernas en 2019. El estudio confirmó la identidad del híbrido “narluga” y fijó su nacimiento en la década de 1970 o antes.