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Opinión

Javier Milei: El Showman del Neoliberalismo y el Reencuentro con el Pasado que América Latina No Puede Olvidar

Argentina, un país que ha bailado entre sueños de grandeza y pesadillas económicas, ha encontrado en Javier Milei un líder que grita lo que muchos sienten: hartazgo, desesperanza y una sed incontrolable por cambios radicales. Milei, con su melena desbordante y su histrionismo de escenarios, no es solo un político. Es un espectáculo. Y su público —que ha llenado las gradas del país entero— está desesperado por una salida a la crisis que ha marcado a generaciones. Pero, detrás del show, ¿qué es lo que realmente ofrece? ¿Una solución? ¿O el retorno a las mismas recetas amargas que una vez nos prometieron prosperidad y solo dejaron miseria?

Desde el inicio, su discurso ha sido una bofetada a las “castas”. El enemigo fácil, el culpable de todos los males: la clase política, la burocracia corrupta, los parásitos del sistema. Pero la ironía radica en que ahora, las mismas castas que Milei despreciaba con tanto fervor, lo han adoptado como su campeón. ¿Cómo pasó de ser el outsider que iba a destruir el sistema, a convertirse en la expresión política del poder económico? Es simple: Milei entiende el arte del marketing. Confrontacional, pendenciero, sin miedo a insultar o romper las reglas del decoro político, construyó su imagen de guerrero solitario, defensor del pueblo. Fue un movimiento brillante. Un golpe maestro en una sociedad hambrienta de algo, lo que sea, que sacudiera el status quo.

Pero cuando las luces del espectáculo se apagan, lo que queda es el contenido de su propuesta: una versión extrema del neoliberalismo. No hay nada nuevo en ello. Se trata de la misma receta que América Latina ya probó en los años 90. Argentina la vivió bajo el mandato de Carlos Menem, y países como Perú, Ecuador, Colombia y México también se sumaron a este festín de privatizaciones, reducción del estado y la promesa de un crecimiento económico impulsado por la apertura total al mercado. Y, como en los noventa, las recetas neoliberales no tardaron en mostrar su verdadera cara: una acumulación grotesca de la riqueza en pocas manos, mientras las mayorías eran condenadas a la precariedad.

Milei se presenta como el libertador económico, el Mesías que traerá prosperidad, pero sus políticas solo avivan un incendio que ya hemos visto arder. ¿O acaso hemos olvidado lo que ocurre cuando el Estado se retira? Los programas sociales son eliminados con frialdad, sin una pizca de compasión. El hambre vuelve a asolar los barrios más humildes, la educación pública se degrada a niveles impensables, y la salud se convierte en un lujo que solo unos pocos pueden pagar. ¿A quiénes favorece entonces este “nuevo” modelo de país? A los mismos de siempre. Las élites económicas, esas que Milei tanto despreciaba, se llenan los bolsillos con una sonrisa mientras el pueblo se queda con las sobras.

El truco del neoliberalismo es venderse como la única salida, el único camino para evitar el abismo. Y Milei, con su carisma innegable, ha logrado convencer a gran parte de los argentinos de que es así. Pero la historia nos ha enseñado que estas recetas solo conducen a un ciclo de más pobreza, más desigualdad, más desesperanza. Y mientras las cuentas bancarias de los poderosos se hinchan, el ciudadano común queda atrapado en la trampa de la austeridad, luchando por servicios de salud y educación de pésima calidad, que en su mayoría solo existen para marcar la diferencia entre la vida digna y la mera supervivencia.

Pero este fenómeno no es exclusivo de Argentina. Milei es parte de una tendencia más amplia, una ola que ha cruzado las fronteras latinoamericanas y se ha infiltrado en el corazón de muchas democracias en crisis. Líderes carismáticos, con un discurso de ruptura total, logran capturar la imaginación de una sociedad cansada. En un mundo donde las instituciones han fallado una y otra vez, figuras como Milei aparecen como los redentores que destruirán el sistema corrupto, solo para terminar reforzando los pilares más oscuros del poder económico.

La gran tragedia aquí es que América Latina, con su memoria corta y sus heridas aún abiertas, está siendo arrastrada de nuevo por esta ilusión. Las fórmulas de Milei no son innovadoras, son simplemente un reciclaje de políticas que ya han mostrado sus límites. Pero, como suele ocurrir, el rostro nuevo, la retórica incendiaria y el desprecio por las normas, hacen que muchos las vean como la solución mágica que necesitan.

¿Y qué queda al final de este circo político? Quedan los más pobres pagando el precio. Quedan las familias que no tienen acceso a una educación decente para sus hijos, los enfermos que no pueden permitirse tratamientos, los trabajadores que ven cómo sus derechos se erosionan mientras los grandes capitales aumentan su poder.

Javier Milei no es el héroe que Argentina, ni América Latina, necesita. Es simplemente el último exponente de un modelo que promete la salvación, pero que en realidad solo ofrece sacrificios para los más débiles. Y, mientras los aplausos aún resuenan, es vital que no olvidemos lo que estas fórmulas han hecho antes. Porque el futuro de nuestros pueblos depende de nuestra capacidad para recordar, y para rechazar una vez más los espejismos que nos venden como soluciones definitivas.

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