En el Perú, hablar de partidos políticos se ha convertido en sinónimo de desilusión y escepticismo. Nos enfrentamos a una cruda realidad: la mayoría de estos “partidos” no son más que estructuras formales, apariencias sin verdadero compromiso ni rumbo. Muchos líderes reconocen la debilidad de nuestras organizaciones políticas, pero pocos toman acciones reales para construir instituciones sólidas, que no solo luchen por un reconocimiento legal sino que trabajen, con convicción y esfuerzo, por el desarrollo de la sociedad.
Es profundamente desalentador ver cómo estos partidos, en lugar de asumir la responsabilidad de educar, organizar y formar a los ciudadanos en el arte de la administración pública y el bien común, caen en la rutina, en la indiferencia y en el conformismo. Creen que con la simple formalidad de un registro cumplen su misión, cuando en realidad están dejando de lado su rol fundamental de formar liderazgos intermedios, personas con capacidad de leer la realidad y proponer soluciones coherentes y responsables para sus comunidades.
Un partido sin doctrina, sin objetivos claros, sin ideología ni compromiso con su rol en la sociedad es, en el fondo, una estructura vacía, un engaño para el pueblo peruano. Apostar por partidos sin contenido es, en realidad, apostar por la incertidumbre. Es perpetuar un estado de estancamiento y atraso que ha castigado a nuestro país durante décadas. Es condenar a la ciudadanía a un futuro incierto, donde la falta de institucionalidad y dirección segura limitan nuestro potencial y nuestras oportunidades.
Si seguimos ignorando esta realidad, si permitimos que el Perú siga siendo un país sin proyección ni solidez institucional, estamos fallando. Fallamos en construir una sociedad donde todos podamos aspirar a un futuro mejor, donde la política sea un espacio de construcción y no de destrucción, donde se forje una verdadera cultura democrática en lugar de conformarnos con la mediocridad que nos ofrece este panorama actual.
Es hora de un cambio profundo y valiente. Necesitamos que los partidos asuman el compromiso de trabajar, de educar, de inspirar a nuevos líderes capaces de dar respuesta a las necesidades de nuestro país. Porque si seguimos siendo una nación sin instituciones sólidas, el costo será inmenso, y las generaciones futuras serán las primeras en sufrir las consecuencias de nuestra apatía y conformismo.