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Opinión

Tribuno: Luis Arce; en camino a la felonía, al hombre que lo hizo Presidente

La traición es un acto tan antiguo como la historia misma, una sombra que acompaña al poder y que desgarra vínculos cuando las ambiciones personales superan la lealtad y la gratitud. El caso de Luis Arce en Bolivia es un ejemplo vivo y doloroso de cómo una figura que fue encumbrada y apoyada por su mentor y amigo, Evo Morales, se ha convertido en su más implacable perseguidor.

Evo Morales eligió a Luis Arce como su sucesor y le entregó la oportunidad de llevar adelante el proyecto del Movimiento al Socialismo (MAS), un proyecto nacido de las luchas populares, de la reivindicación indígena y del deseo de transformación social. Fue Morales quien arriesgó su prestigio y su liderazgo para dar espacio a un hombre que, de otra manera, jamás habría tenido el capital político necesario para aspirar a la presidencia. Sin ese respaldo, Arce no hubiera tenido ni el renombre ni la base para liderar una nación. Sin embargo, una vez en el poder, el presidente Arce comenzó a distanciarse de su promotor y benefactor. Hoy, en un acto que rompe los principios más básicos de lealtad y agradecimiento, Arce ha optado por la persecución judicial y policial de Morales, usando las mismas herramientas que sus enemigos emplearon contra ellos en tiempos pasados.

Este comportamiento de Arce se asemeja de manera sorprendente a lo sucedido en Ecuador con Lenín Moreno, quien, tras llegar a la presidencia gracias al respaldo inquebrantable de Rafael Correa, no dudó en emprender una persecución contra él, impidiendo su regreso al país por años. Ambos casos son claros ejemplos de una conducta humana deplorable, marcada por la ingratitud y el abandono de valores elementales como la lealtad y el respeto. Aquí no se trata de una discusión ideológica ni de divergencias políticas; estamos hablando de la degradación del valor humano, de un acto de traición que impacta, indigna y ofende.

Luis Arce tenía la posibilidad de elegir el camino de la dignidad y el respeto, de reconocer que su carrera fue impulsada por Morales, y de, al menos, honrar ese hecho. En cambio, ha preferido emplear el poder del Estado para perseguir a su mentor, desatando una maquinaria judicial y policial que muchos bolivianos recuerdan dolorosamente como las mismas herramientas represivas que en su momento Morales y el MAS enfrentaron. Este ciclo de traiciones y represalias muestra un rostro oscuro de la política latinoamericana, donde el poder tiende a devorar la gratitud y los valores esenciales, como si estos fueran lastres que es preciso abandonar para mantenerse en la cúspide.

La sociedad no puede permitirse normalizar la traición y la ingratitud como conductas aceptables. La historia juzgará a Luis Arce, al igual que a Lenín Moreno, como figuras que traicionaron no solo a sus líderes, sino también a sus principios y a quienes confiaron en ellos. Cuando los gobernantes abandonan los valores esenciales, arrastran a sus pueblos a una mayor desconfianza, al cinismo y al resentimiento. Los pueblos merecen líderes que sean leales, honestos y que se mantengan fieles a quienes les abrieron las puertas del poder. Porque sin esos valores, lo que queda es un desierto moral, donde la traición es la norma y el poder se vuelve un fin en sí mismo, ajeno al bien común.

Luis Arce tendrá que enfrentar la realidad de que, más allá del éxito temporal o de las coyunturas políticas, la historia no perdona la traición. Su legado se empañará con la marca indeleble de haber olvidado a aquel que lo elevó. Y los pueblos, aunque tarde, siempre reconocen la falta de lealtad y, con ello, la falta de humanidad.

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