En la primera noche de luna nueva, miro el cielo desde un campamento en el norte de California. La noche es tan negra que cuando extiendo la mano, no puedo ver las yemas de los dedos. No es solo una ausencia de luz lo que estoy experimentando: la oscuridad se siente palpable, con un peso y una textura propios. Veo la rueda brillante de la Vía Láctea en lo alto. La vista de esta galaxia lejana me llena de asombro.
Para la mayoría de nosotros, es un raro placer ver esta franja nebulosa de miles de millones de estrellas. La contaminación lumínica ahora impide que más de un tercio de la población mundial, incluido casi el 80 por ciento de los estadounidenses, vean la Vía Láctea. Y la presencia de luces artificiales por la noche está aumentando en todo el mundo debido al crecimiento de la población y la urbanización.
En nuestro mundo frenético y brillante, más personas como yo buscan la tranquilidad y la profundidad de los cielos sin luz. Los “santuarios de cielo oscuro” se están convirtiendo en destinos turísticos. La gente va de excursión a lugares como el Valle de la Muerte en Estados Unidos, Tekapo Springs en Nueva Zelanda y asiste a festivales de cielo oscuro para desconectarse de la contaminación lumínica y disfrutar de la oscuridad.
A medida que los días se acortan y el horario de verano termina en España el último fin de semana de octubre, es hora de que adoptemos el enfoque de la “temporada oscura” en muchas partes del mundo. Los cambios pueden ser discordantes, ya que configuramos nuestras alarmas matutinas una hora antes y nuestros días de trabajo ahora comienzan en la oscuridad. Sin embargo, este cambio estacional, al igual que los oscuros santuarios, nos ofrece un respiro muy necesario del resplandor de la vida cotidiana.
“Iluminar nuestros días y oscurecer nuestras noches es fundamental para nuestra salud”, dice Lynne Peeples, autora de The Inner Clock: Living in Sync with Our Circadian Rhythms [Reloj interior: viviendo en sincronía con nuestros ritmos circadianos]. Encontrar un equilibrio oportuno entre la luz y la oscuridad nos ayuda a mantenernos saludables.
La ciencia ya ha revelado algunos de los efectos nocivos de la contaminación lumínica, que está relacionada con el insomnio, el cáncer de mama, los accidentes cerebrovasculares y la fertilidad. Un estudio reciente incluso sugiere que puede contribuir al desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.
Pero los investigadores también están comenzando a explorar el lado opuesto de demasiada luz artificial por la noche: están analizando los beneficios para la salud de pasar tiempo en la oscuridad natural. Ahora sabemos que tumbarte a tomar la oscuridad puede contribuir a una mejor salud.
El más conocido de estos beneficios es el papel que desempeña la oscuridad en empujar a la glándula pineal de nuestro cerebro para que comience a liberar melatonina. Esta hormona crítica no solo nos ayuda a dormir, sino que puede reducir el daño del ADN al eliminar los radicales libres, proteger contra el daño oxidativo y estimular la maquinaria de reparación genética del propio cuerpo.
Y eso no es todo lo que la oscuridad puede hacer por ti. Un estudio de 2020 demostró que realinear el reloj circadiano con un compuesto que activa los receptores de melatonina en el cerebro puede reducir los marcadores inflamatorios, reducir la ansiedad y aliviar la depresión.
También hay cada vez más pruebas de que la misma alquimia que sentimos en un santuario de cielo oscuro, una sensación de asombro al contemplar la inmensidad del cosmos, se asocia con una mejor salud mental y felicidad.
Hace tiempo que está claro que pasar tiempo en la naturaleza es bueno para la salud mental, y un estudio de 2024 publicado en el Journal of Environmental Psychology sugiere que estos beneficios son válidos tanto por la noche como durante el día.
“Experimentar la oscuridad natural desencadena una sensación de asombro y maravilla en las personas que puede proteger la salud humana”, dice Ruskin Hartley, director ejecutivo de Dark Sky International, un grupo sin fines de lucro con sede en Tucson, Estados Unidos, que ha certificado más de 220 lugares internacionales de Cielo Oscuro desde 2001 y monitorea de cerca la investigación académica sobre la contaminación lumínica y la oscuridad.