El 26 de diciembre de 2004, la limpiadora del hotel Supharat Srilao estaba en su casa con su hijo de tres años en Khao Lak, Tailandia. Su casa estaba cerca del océano. Alrededor de las 10:30 de la mañana, notó algo extraño: “una ola negra que venía del mar”, recuerda.
“Mientras sostenía a mi hijo… La ola nos alcanzó y oímos un estruendo. Vi cómo la ola nos caía encima. Me arrancó a mi hijo de los brazos. La ola me arrastró hacia abajo. Y me puse a rezar a mis antepasados: ‘Debo sobrevivir, debo sobrevivir’. Pensé: ‘Debo sobrevivir para encontrar a mi hijo”.
La historia de Srilao no es la única entre los millones de afectados por el tsunami de 2004 en el océano Índico. El tsunami, el más mortífero de la historia, mató a más de 225 000 personas, principalmente en Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia.
Tras 20 años, el legado del tsunami sigue presente y ahora es el tema de la nueva docuserie de National Geographic, Tsunami: la carrera contra el tiempo (que está prevista que se estrene en España en 2025).
¿Qué hizo que este desastre natural fuera tan destructivo, y qué están haciendo las comunidades para prepararse para el próximo?
Los tsunamis o maremotos ocurren cuando un cambio geológico altera el océano, causando una serie de grandes olas que se elevan hacia la tierra. Por lo general, los terremotos bajo el fondo del océano son los culpables, pero eventos como deslizamientos de tierra y erupciones volcánicas también pueden desencadenarlos.
El llamado “Anillo de Fuego” del océano Pacífico, un área con alta actividad sísmica, es donde se producen el 80 por ciento de los tsunamis del mundo.
Aunque los seres humanos no pueden prevenir los tsunamis, pueden mitigar los peores efectos del desastre preparándose para ellos. El primer esfuerzo para rastrear tsunamis comenzó en 1941, cuando las autoridades de Japón establecieron el Observatorio Meteorológico Local de Sendai. Cuando observaron señales de tsunamis, utilizaron las estaciones de radio locales para emitir advertencias.
Hoy, los sistemas de detección gestionados internacionalmente miden los niveles de agua y hacen sonar la alarma en todo el Océano Pacífico, dando tiempo a las autoridades para evacuar las zonas costeras cuando se acerca un tsunami.
Pero en 2004, no existía un sistema de este tipo para proteger a los 1500 millones de personas que vivían en pequeños pueblos y ciudades costeras alrededor del océano Índico, la tercera cuenca más grande del mundo. Los tsunamis no son parte de la vida cotidiana en la región, y rara vez son fatales. Entre 1852 y 2002, sólo siete de los 50 tsunamis registrados en el Océano Índico provocaron la pérdida de vidas y el total combinado de víctimas durante este período de 150 años fue de menos de 50 000 fallecidos.
Debido a esto, las respuestas a los tsunamis no se implementaron alrededor del Océano Índico como lo han hecho en lugares como Japón, donde los estudiantes se someten regularmente a simulacros de evacuación por tsunamis y los edificios se construyen para resistir los terremotos que preceden a los tsunamis.
Sumatra, en Indonesia, se encuentra cerca de la unión entre dos placas tectónicas: la placa india y la microplaca birmana. El 26 de diciembre de 2004, estas placas chocaron bajo el fondo del océano, produciendo un terremoto masivo de magnitud 9,1 a las 7:29 a.m.
“La energía liberada por este terremoto fue tan grande que tuvo que haberse ido acumulando lentamente durante cientos de años. Era una energía equivalente a 23 000 bombas atómicas como las de Hiroshima”, dice el sismólogo Barry Hirshorn. La potencia y el tamaño del terremoto alteraron el movimiento polar de la Tierra en alrededor de 2,5 centímetros, un cambio que acortó los días en 2,68 microsegundos.
“Un terremoto que ocurre bajo el océano en realidad levanta el fondo del océano. Imagínese una línea de 1000 km de agua que se eleva verticalmente, y luego el agua, por supuesto, alcanza su punto máximo, y luego la gravedad la tira hacia abajo”, explica Hirschorn. “A medida que te acercas a una costa, no vas a ver lo que tenemos en mente como olas marítimas. Pienso en ello más como una apisonadora de agua que se abre camino tierra adentro”.