A lo largo de las rocosas orillas de la bahía de Pasley, una costa deshabitada en lo alto del Ártico canadiense, la arqueóloga Aka Simonsen caminaba a lo largo de la marea con los ojos puestos en el suelo. El tiempo apremiaba.
La niebla era cada vez más espesa, lo que atenuaba la luz matinal; si se volvía demasiado densa, impediría ver a los expedicionarios armados que vigilaban a los osos polares, lo que la obligaría a regresar al barco anclado en la bahía.
Simonsen, que es inuit groenlandesa y dirige el sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO de Kujataa, en el sur de Groenlandia, es una de las pocas arqueólogas especializadas en el estudio de la región ártica. No muy lejos de ella peinaba el terreno la canadiense Kaylee Baxter, arqueóloga de la consultora Ecofor. Cuando las conocí en septiembre, ambas trabajaban como expertas a bordo de una expedición de Adventure Canada, una forma estratégica de que dos arqueólogas independientes con fondos limitados accedieran a algunos de los yacimientos más remotos del planeta.
La mañana del 9 de septiembre, la pareja se desplazó con urgencia para descubrir si esta costa albergaba yacimientos arqueológicos aún no registrados. Estas reliquias ayudarán a Simonsen, Baxter y otros a reconstruir cómo se vivía en esta región hasta hace cinco mil años: cómo y qué cazaba la gente, cómo se formaron sus sociedades y cómo se las ingeniaron para ser capaces de sobrevivir en una región tan dura.
l Ártico se está calentando rápidamente como consecuencia del cambio climático, llevándose consigo numerosos fragmentos del pasado. Pero el mundo moderno necesita las pistas que dejaron estos primeros pueblos árticos. ¿Qué pueden enseñarnos sus migraciones, cambios culturales y herramientas de supervivencia en periodos de inestabilidad climática sobre cómo podemos afrontar el cambio climático moderno?
Los confines más septentrionales de la Tierra albergan un rico registro de la historia humana, con pueblos que estaban estrechamente vinculados a la tierra y sus recursos.
Este paisaje es gélido, oscuro y helado durante gran parte del año. Pero en septiembre es sorprendentemente vibrante, con una vegetación de tonos rojizos y verdes, y arroyos que corren sobre la roca desnuda. Las orillas están llenas de huellas de osos polares, zorros y aves. El viento del océano o de los glaciares de marea puede ser cortante, pero el sol, incluso bajo en el cielo de finales de verano, ofrece calor.
Gracias a las frías condiciones del hielo y el permafrost, los artefactos suelen estar congelados en el tiempo; Baxter una vez se encontró un mechón de pelo de animal trenzado de siglos de antigüedad que parecía haberse desprendido el día anterior.
Pero el Ártico es un lugar remoto, de difícil acceso logístico y dominio de los osos polares, los carnívoros terrestres más grandes del mundo. Es un paisaje de temperaturas y luz extremas, con sólo unos pocos meses de verano propicios para el trabajo de campo. Por ello, según Baxter y Simonsen, es probable que haya miles de yacimientos arqueológicos que la comunidad científica aún no ha sido capaz de encontrar.
Los arqueólogos saben que aquí existieron distintas oleadas de culturas. Las primeras culturas de las actuales Canadá y Groenlandia (un subconjunto de pueblos árticos, distintos de los que habitaban Rusia y el norte de Escandinavia) se conocen como paleoesquimales. Fueron sustituidos en gran medida por la cultura Thule, antepasada de los actuales inuit y yupik, hace unos mil años. Aunque la pesca y la caza de estas culturas variaban (desde ballenas y focas hasta caribúes y osos polares), todas eran nómadas estacionales entre los asentamientos de invierno y verano, donde recolectaban plantas árticas y construían casas de hielo, piedra y pieles de animales.
Esta investigación, ya de por sí difícil, lo es cada vez más: el Ártico se está calentando hasta cuatro veces más rápido que el resto del mundo.
Las condiciones meteorológicas extremas, desde olas de calor al final de la estación hasta duras ventiscas seguidas de un deshielo primaveral más temprano, están dañando lugares frágiles. La erosión costera se está tragando asentamientos enteros a lo largo de la orilla.
Bjarne Gronnow, profesor de arqueología ártica del Museo Nacional de Dinamarca, afirma que en la última década ha visto desaparecer en el mar nueve metros de un asentamiento Thule situado al noreste de Groenlandia. El aumento de las tormentas y la disminución del hielo a la deriva han permitido que olas más fuertes azoten la costa y arrastren los sedimentos sueltos.
El suelo, antes permanentemente helado, se descongela y deja al descubierto artefactos orgánicos vírgenes (ropa de piel y cuero, pelo, piel, incluso restos humanos y animales), expuestos al oxígeno, que los descompone rápidamente. Simonsen dice que las tumbas que contenían kayaks, enterrados con cazadores, ahora sólo conservan la forma de donde estuvieron los kayaks; las momias encontradas hace unas décadas y dejadas intactas, ahora son esqueletos al quedar expuestos sus tejidos y piel congelados al aire más caliente.
Gronnow llama “arqueología de rescate” a los esfuerzos en marcha para encontrar y excavar ruinas árticas. “Pero es imposible salvar toda la información de los yacimientos que se erosionan o descongelan”, afirma.
Varios arqueólogos con los que hablé compararon el ritmo de degradación en el Ártico con el incendio de la Biblioteca de Alejandría: desde herramientas y vestimentas hasta pruebas de interacción intercultural son presa de los daños del cambio climático.