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Medio Ambiente

Por qué la deforestación importa y cómo todavía la podríamos frenar

Mientras el mundo intenta frenar el ritmo del cambio climático, preservar la vida salvaje y mantener a más de ocho mil millones de personas, los árboles y su conservación se han vuelto inevitablemente una parte importante de la respuesta. Sin embargo, la destrucción masiva de árboles, conocida como deforestación, está sacrificando los beneficios que nos darían a largo plazo; y todo a cambio de la obtención inmediata de combustible y materiales.

Tampoco es que la tala preocupante de árboles sea una cuestión del siglo XXI. Ya en el siglo XIX, la deforestación provocó una escasez de árboles de Navidad en Alemania, que desembocó en la aparición de los primeros árboles de Navidad artificiales.

Los bosques todavía cubren alrededor del 30 por ciento de las regiones del mundo, pero franjas del tamaño de Panamá se pierden indefectiblemente cada año. Son las cifras del último informe Frentes de deforestación; causas y respuestas en un mundo cambiante que publicó la ONG WWF en 2021, que analiza 24 lugares que tienen una concentración significativa de puntos críticos de deforestación y donde grandes áreas de bosque remanente están amenazadas.

Según esta organización, España provoca la deforestación de 32 900 hectáreas de selva cada año y la Unión Europea es responsable del 16 por ciento de la deforestación tropical importada, es decir, aquella que provoca la tala de árboles fuera de nuestras fronteras. A este ritmo, las selvas tropicales y los bosques pluviales podrían desaparecer completamente dentro de 100 años si continúa el ritmo actual de deforestación. Según un estudio de 2023 que ha usado datos por satélite de la Agencia Espacial Europea (ESA) el cambio climático, la degradación de los bosques y la deforestación están provocando que que mucho del carbono almacenado se libere de nuevo a la atmósfera, sobre todo en las zonas tropicales húmedas.

Necesitamos los árboles por varias razones, y una de las más importantes es que absorben tanto el dióxido de carbono que exhalamos como los gases de efecto invernadero que atrapan el calor y que emiten las actividades humanas. A medida que esos gases entran en la atmósfera, aumenta el calentamiento global, una tendencia que la comunidad científica ahora ha optado por llamar cambio climático.

También existe el peligro inminente de la expansión de enfermedades causadas por la deforestación. Se calcula que el 60% de las enfermedades infecciosas emergentes proceden de animales, y una de las principales causas del salto de los virus de la fauna salvaje a los humanos es la pérdida de hábitat, a menudo provocada por la deforestación.

Pero aún estamos a tiempo de salvar nuestros bosques. Los agresivos esfuerzos por recuperar la naturaleza y reforestar ya están dando resultados. Según una estimación, la cubierta arbórea tropical podría aportar por sí sola el 23% de la mitigación climática necesaria para alcanzar los objetivos fijados en el Acuerdo de París en 2015.

Los bosques aún cubren alrededor del 30% de la superficie terrestre del planeta, pero están desapareciendo a un ritmo alarmante. Desde 1990, el mundo ha perdido más de 420 millones de hectáreas de bosque, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), principalmente en África y Sudamérica. Alrededor del 17% de la selva amazónica ha sido destruida en los últimos 50 años, y las pérdidas recientes han ido en aumento. La organización Amazon Conservation informa de que la destrucción aumentó un 21% en 2020, una pérdida equivalente al tamaño de Israel.

Combinados, el pastoreo, la agricultura, la minería y la perforación representan más de la mitad de las causas detrás de toda la deforestación. Las prácticas forestales, los incendios y, en menor medida, la urbanización son responsables del resto. En Malasia e Indonesia, los bosques se talan para producir aceite de palma, que puede encontrarse en todo tipo de productos, desde champú hasta galletas saladas. Cabe destacar que el rechazo social a este producto ha aumentado en los últimos años y muchas marcas señalan en sus productos la ausencia de aceite de palma como reclamo comercial. En el Amazonas, la ganadería y las explotaciones agrícolas (sobre todo las plantaciones de soja) son los principales responsables.

También las explotaciones madereras, que abastecen al mundo de productos de madera y papel, talan innumerables árboles cada año. Los madereros, algunos de los cuales actúan ilegalmente, construyen carreteras para acceder a bosques cada vez más remotos, lo que conduce a una mayor deforestación. Los bosques también se talan como resultado de la creciente expansión urbana a medida que se urbanizan más y más terrenos para construir viviendas.

No toda la deforestación es intencionada. Las hay que se deben a una combinación de factores humanos y naturales, como los incendios forestales y el pastoreo excesivo, que pueden impedir el crecimiento de árboles jóvenes.

Hay unos 250 millones de personas que viven en zonas de bosques y sabanas y que dependen de ellos para su subsistencia e ingresos; muchas de estas personas viven en las zonas rurales más pobres del mundo.

El 80% de los animales y plantas terrestres viven en los bosques, y la deforestación está amenazando a especies como el orangután, el tigre de Sumatra y muchas especies de aves. La tala de árboles priva al bosque de parte de su cubierta, que se encarga de bloquear los rayos del sol durante el día y de retener el calor por la noche. Esa alteración está provocando oscilaciones de temperatura más extremas que pueden ser perjudiciales para plantas y animales.

Con los hábitats salvajes destruidos y la vida humana en constante expansión, la línea que separa las zonas animales de las humanas se difumina, lo que abre las puertas a la expansión de enfermedades zoonóticas. En 2014, por ejemplo, el virus del Ébola mató a más de 11 000 personas en África Occidental después de que un murciélago frugívoro transmitieran la enfermedad a un niño pequeño que jugaba cerca de árboles donde se posaban murciélagos.

Algunos científicos creen que podría haber hasta 1,7 millones de virus actualmente “sin descubrir” presentes en mamíferos y aves, de los cuales hasta 827 000 podrían tener la capacidad de infectar a las personas, según un estudio de 2018.

Los efectos de la deforestación van mucho más allá de las personas y los animales presentes en los territorios donde se talan los árboles. La selva tropical sudamericana, por ejemplo, influye en los ciclos hídricos regionales (y quizás incluso mundiales) y es clave para el suministro de agua en las ciudades brasileñas y los países vecinos. De hecho, el Amazonas ayuda a suministrar agua a algunos de los cultivadores de soja y ganaderos que se dedican a talar la selva. La pérdida de agua limpia y de la biodiversidad de todos los bosques podría tener muchos otros efectos que no podemos prever, y que cuyas repercusiones podrían notarse incluso en tu taza de café matutina.

En cuanto al cambio climático, la tala de árboles añade dióxido de carbono al aire y elimina la capacidad de absorber el dióxido de carbono existente. Si la deforestación tropical fuera un país, según el Instituto de Recursos Mundiales, ocuparía el tercer lugar en cuanto a emisiones equivalentes de dióxido de carbono, detrás de China y Estados Unidos.

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