Qué achorados se ponen con Castillo. Ustedes que eran tan mansos con otros, tan bieneducados y plurales, seres de avanzada con sus vinchas arco iris. Parecen, en cada declaración, dispuestos a darle un lapo, un puñete… O algo peor. Nunca vi tanta agresividad a flor de piel en gente aparentemente ecuánime.
No me perturba la oposición contra el presidente pero sí el achore, la malcriadez, la gratuita mala onda y, por supuesto, el odio. ¿Qué ha hecho Castillo para que se le odie de esa forma? Nada, no ha tenido tiempo. Parece un hombre condenado a la grisura, a la medianía y la indefinición, con cierta tendencia al tarjetazo, pero si esa fuera una causal de encono, de rabia a mansalva, estos compatriotas se habrían pasado odiando a todas las autoridades desde hace décadas, y a estas alturas ya hubieran hecho tanta bilis que se les saldrían de las órbitas sus ojitos amarillos.
Me lo he preguntado y no doy con la respuesta. ¿Por qué lo odian? ¿Expropiaciones? Cuáles, ni si quiera puede reactivar la industria petrolera ni poner allí a quien guste (inútiles en puestos importantes pusieron todos los gobiernos; él pone a Salaverry y hay cargamontón). ¿Fin del negociado de las AFPs? Ni se asoma. ¿Destrucción de la economía? No. Pero ahí va Augusto Álvarez Rodrich, hablando de Castillo y Perú Libre con indisimulado desdén y tono de repulsa. ¿Creen que exagero? Revisen cómo Álvarez Rodrich —el hombre que entrega los premios de Periodismo en el Instituto Prensa y Sociedad— trata a Castillo y comparen eso con la forma en que se refiere a César Acuña, el líder norteño que acaba de ganar una demanda matona contra un periodista. Ahí va, también, Pámela Vertiz, conductora estelar, súbitamente convertida en comentarista política virulenta desde el twitter. “Vive escondido bajo su sombrero”, dice sobre Castillo, inusitadamente faltosa y maledicente.
O vean a Carlos Galdós, que insulta al presidente con toda impunidad, le dice cochino, y le pregunta a una “vidente” cuándo morirá Vladimir Cerrón. O a Andres Edery y sus viñetas terruqueras.
Hay un temperamento agresivo contra Castillo en sectores antes moderados, y va creciendo. Detrás de esas caras visibles están miles de manifestaciones de rechazo visceral, con insultos, insolencia y rabia. Esta semana, el periodista Jimmy Hernández, de Trome, escribió en su cuenta twitter un llamado al asesinar al presidente. A lo JFK. “Chotano de m…”, dijo. Este mensaje ha causado indignación general (el único que salió a reírse del tema fue Óscar Díaz, un experiodista que pasa por opinador independiente pero que se dedica a asesorar mineras).
A mí lo del reportero me parece preocupante porque esto es como las cucarachas: cuando ves una, quiere decir que hay montón escondidas. En este caso, habla una y muchas otras se ríen en silencio. Porque el pensamiento revelado en el tuit es la expresión de un jolgorio secreto que está ocurriendo ahora mismo. No es un exabrupto. El periodista —con su pensamiento— ha encajado perfectamente en la sala de redacción de un medio “neutral” de estos tiempos: en el historial de Hernández aparecen notas con tono intrigante en contra de Castillo; textos que, por supuesto, tuvieron el visto bueno de los editores.
La amenaza de muerte del señor periodista puede parecer un extremismo aislado, pero en realidad es un síntoma. Se ve cada vez más en la clase media, donde los muchachones comparten, entre broma y broma, fantasías asesinas sobre Castillo. O alucinan diversas formas de vejación. Desde los muñecos quemables hasta la piñata del burro con el sobrero (para niños), algo muy torcido se está gestando en esas cabecitas.
Del fujimorismo no me espero nada bueno. Es una fuerza radical que hace apología del crimen y enaltece al delincuente del líder. Pero estas nuevas voces agresivas sí me inquietan, pues hasta hace unos años constituían el centro o el centro derecha.
Muchos de ellos eran, nada menos, los que estaban con PPK en el 2011. Me da hasta nostalgia darme cuenta de que varios son los mismos que se colocaron la pulserita para salir a vitorear al PPKuy en la zona VIP de los mítines. Los veía ridículos entonces, y no me hacía gracia cuando se les escapaban comentarios racistas. Pero desde el presente se los ve tan sanos al recordarlos. Porque en el presente muchos de ellos han destapado lo más monstruoso de su personalidad.
Les ha ocurrido eso que la derecha suele fantasear que le ocurre siempre a la izquierda: se han radicalizado. Algunos recién lo descubren y sienten la adrenalina de poder lanzar mensajes de odio sin que los repriman. Otros son más avezados, se van posicionando en el mapa continental y hacen suyas ideas de Millei y Bolsonaro.
¿Cómo llegamos a eso? No tengo una respuesta. Es claro que el racismo y el clasismo contra Castillo son parte del asunto. El rechazo al intruso que salió de la nada. Pero creo que hay algo más. Esos chicos —que van dejando de serlo— vivieron en un país que creían ya resuelto: se lo tomaron en serio cuando Alan García les dijo que estábamos cerca de la OCDE, alucinaron con vivir en un paraje magnífico en que el precio de las piedras y el posicionamiento de la gastronomía nos iban dar el lugar que merecíamos.
Esa fantasía se acabó. Castillo no fue el responsable, claro. Fue la pandemia la que terminó de enterrar el ciclo ascendente y con ello, una versión del país. La casa de cartón hizo agua por todas partes. La rabia de estos señores —bien alimentados pero altamente agresivos— es el lamento por ese país perdido, es un duelo por ese Perú de mentira que, en cómodas cuotas CMR, construyeron. Odian que el país no sea más aquel lugar, detestan viajar y tener que decir en voz alta que el presidente es un campesino de sombrero. Es un “retroceso” tener algo parecido a Evo Morales, nosotros que estábamos tan avanzados. Nosotros que fuimos a Rusia (y todavía estamos pagando el viaje).
La realidad contradice sus paranoias. Castillo no es Evo, Cerrón está más preocupado en la llegada de la señal divina que alzará al pueblo —que en meter sus narices—, la macroeconomía está bien resguardada por los gendarmes de siempre. Pero continúa un sentimiento de decepción, de paraíso perdido. Y cuando la frustración cunde, el odio emerge fácil y allí está, acechante, el fascismo con su financiamiento internacional, dispuesto a atizar la llama y ponernos a arder.
(Por Juan Manuel Robles. Hildebrandt en sus trece # 570)