El país domina la producción mundial del metal rojo, pero su economía no logra sacudirse de la dependencia de la fluctuación de su precio en el país sudamericano
Con las 5,8 millones de toneladas de cobre que produjo en 2018, según el último reporte de la Comisión Chilena del Cobre (Cochilco), el país sudamericano es por mucho el mayor productor mundial de este metal, clave en muchos procesos industriales. La cifra equivale a casi el 28% del mercado global y está muy por encima de la que registra su competidor más cercano, Perú, con un 12%. Con el cobre a un precio que los analistas consideran bueno —cerca de tres dólares por libra— la coyuntura es alentadora para Chile. Pero la dependencia del metal rojo sigue siendo demasiada: el crecimiento económico está anclado, en gran medida, a una variable sobre la que los chilenos no tienen ningún control: la cotización de esta materia prima en los mercados internacionales.
Para la economía chilena el cobre “tiene mucha importancia, nos guste o no”, expone a EL PAÍS el académico del Centro de Minería de la Universidad Católica, Gustavo Lagos. La actividad minera es, por mucho, la reina de las exportaciones en un país que, con menos de 19 millones de habitantes, no tiene un mercado interno lo suficientemente grande como para hacer descansar sobre él todo el sector productivo nacional. Ante estas circunstancias, explica Lagos, el ingreso nacional chileno siempre “estará muy expuesto” a lo que ocurra con el cobre. Cuando los precios internacionales son altos, las ventas de este metal pueden llegar a representar entre un 20% y un 25% del ingreso fiscal, lo que en el argot se conoce como “el sueldo de Chile”. En los años malos, cuando el precio ha estado bajo, como en 2008, tras la crisis financiera global, cuando se vio arrastrado por una menor demanda de materias primas en todo el mundo, la recaudación del Estado —que tiene en la cuprífera nacional Codelco una de sus principales empresas—, su peso en las cuentas ha bajado hasta el entorno del 5%.
El FMI, el Banco Mundial y la Cepal dieron cuenta de las consecuencias de esta dependencia chilena a los precios del cobre. Hace cinco años, la libra del metal estaba por el suelo (2,36 dólares, el precio más bajo desde 2009), debido a una menor inversión China en infraestructura. Desde 2010 y hasta 2012, Chile había crecido a un ritmo sostenido y apreciable, por encima de un envidiado 5%. En 2013, la tendencia comenzó a invertirse (4,2%), y se resintió en 2014, cuando creció sólo un 1,9%, según resumía el informe sobre el país andino presentado en la cumbre anual del FMI y el Banco Mundial de 2015.
En noviembre del año pasado, el FMI destacaba los efectos del precio cobre sobre Chile, pero esta vez positivos, debido a una subida de precios. “La economía chilena se está recuperando de una prolongada desaceleración que comenzó con la caída de los precios del cobre en 2011 y se intensificó en los últimos dos años. Después de varios años de deterioro constante, el saldo fiscal general registró una mejora sustancial de aproximadamente 1% del PIB esperado en 2018, debido a mayores ingresos del cobre y un gasto menor”, dijo el organismo de crédito. Advirtió, no obstante, que el aumento del proteccionismo podría llevar a nuevas caídas en los precios del cobre, los ingresos fiscales y las perspectivas de subida del PIB chileno. En su balance preliminar del año pasado de las economías de la región, la Cepal da cuenta del impacto que ha tenido la bajada del precio del cobre en el cierre del año chileno. A un primer trimestre de crecimiento “impulsado por la minería”, los dos últimos trimestres del año sintieron la “pérdida de dinamismo y la contribución” al crecimiento.
El precio del metal afecta a tal punto la economía chilena que cuando el precio está muy por encima de lo normal, otros sectores económicos —en general, industrias auxiliares— se ven perjudicados. También el consumo interno, en una suerte de efecto en cascada. “El cobre determina en un altísimo porcentaje el valor del dólar [la moneda en la que cobran los exportadores] y el del peso chileno”, agrega Lagos, muy crítico con la forma en que Chile se ha desarrollado en las últimas décadas. “El crecimiento de las exportaciones de otros sectores es muy malo. No hay ninguna industria que pueda siquiera ser un relevo. Hay que tomar decisiones que nadie ha tomado: el modelo sigue siendo el mismo que hace 30 años atrás”, alerta el profesor de la Universidad Católica. “Si de aquí a diez años no tenemos un cambio fundamental en ese modelo, este país no va a conseguir crecer a tasas mayores del 3%”.
Diversificar exportaciones
La dependencia del cobre no ha sido ni mucho menos resuelta, pero los esfuerzos se han redoblado en los últimos tiempos. Con el objetivo de fomentar las exportaciones de productos y servicios, ProChile —un ente dependiente del Ministerio de Exteriores que promociona los productos del país latinoamericano en el exterior— lleva 45 años impulsando la diversificación. Su director, Jorge O’Ryan, afirma que en 2018 las exportaciones de bienes distintos del cobre supusieron el 51% del total, con un valor total de 38.000 millones de dólares. Una cifra histórica para el país sudamericano, pero que tiene una segunda lectura no tan positiva: el 49% de las ventas al exterior siguen dependiendo del cobre. Más allá del metal destacan el salmón, el vino y el aceite de oliva, cuyas exportaciones se han multiplicado ante el mayor apetito global.
Consultado sobre las ventajas que puede tener Chile respecto a otros países de la región, O’Ryan dice que “la diversificación de nuestras exportaciones es una política de Estado y todos, actores públicos y privados, trabajamos con el mismo fin”. Lagos, por su parte, insiste en la necesidad de diversificar el modelo productivo fomentando la innovación, pero dice que el estatus de Chile como principal exportador de cobre en el mundo hace que el cuadro sea menos crítico que en otros lugares: “Los otros países se quedaron atrás. No digo que estemos bien, falta mucho por hacer, pero no creo que seamos comparables”.