La candidata a vicepresidenta de Petro, una madre soltera negra de 40 años que dejó su casa amenazada de muerte por defender su tierra, rompe todos los esquemas de la política colombiana
Un hombre habla detrás de otro sobre la tarima sin que nadie les preste atención. La multitud que llena la plaza central de Santander de Quilichao, en el departamento colombiano del Cauca, ve ponerse el sol distraída. No han venido a verlos a ellos.
El humor cambia de repente. La protagonista ha trepado al escenario. El público ruge. “¡Viva Francia Márquez, carajo! ¡El pueblo no se rinde, carajo!”. Ella sonríe sin enseñar los dientes, con su vestido amarillo, con su bolso tejido colgando del hombro. Cuando empieza a hablar, la atmósfera ya es completamente otra:
—Dicen que los hombres no abortan, pero yo digo que sí. En Colombia abortan cada vez que dejan a sus hijos. ¡Abortan de su responsabilidad de padres!
En el escenario se ve alguna cara de póker. La multitud estalla en aplausos. Ella no cambia el gesto. Es una mujer negra de 40 años que de niña quería casarse con un hombre blanco. Que dejó su casa amenazada de muerte por defender su tierra, que tuvo dos hijos sola porque sus padres desaparecieron, que limpió las casas de otros para comer. Una colombiana que nunca imaginó estar ahí arriba. Que ha pasado miedo la mitad de su vida. Que fue madre con 16 años. Por eso ahora dice lo que le da gana. Como le da la gana.
—Yo no pedí estar en política. Pero la política se metió conmigo y ahora nosotros nos estamos metiendo con ella. A ustedes no les pagaron para estar ahí, ustedes vinieron porque quisieron. Aquí tienen a su hija y aquí tienen a su vicepresidenta.
Francia Márquez ha roto todos los esquemas del poder en Colombia. Hoy está cerca de ser la primera mujer negra vicepresidenta. No solo eso, una mujer afro de izquierdas en un país donde la izquierda nunca ha gobernado. Un puesto que se ganó ella sola cuando en marzo fue la tercera candidata más votada de las primarias de todas las coaliciones que se presentan a las elecciones. Obtuvo casi 800.000 votos. El resultado forzó a Gustavo Petro, el candidato con más opciones para ser el próximo presidente, a ponerla como número dos. No es un secreto que no eran esos sus planes. Sus relaciones no han sido nunca fáciles. Pero aquí está.
“Nosotras votamos por Francia”
Si Petro le hubiera cerrado la puerta, Lina Alegría no votaría por él el próximo domingo. Porque los caucanos nunca le han importado a nadie, dice. Y las caucanas, menos. “Los hombres alternativos han sido igual de machistas que los de la derecha. Ella representa a las mujeres, a su territorio. Eso le da a Petro. Nosotras votamos por Francia”, dice la joven. Tiene 21 años y pertenece a un grupo feminista llamado Insurrectas. Creado aquí, en el Pacífico colombiano, en el departamento más castigado por la violencia, asolado por la pobreza, usado como narcocorredor, explotado como maná de la minería ilegal. Una cuna de miseria donde el Estado es un desaparecido más que sumar a los miles de hijos que buscan en las veredas miles de madres. Mujeres como las que esta mañana se han ahuecado los rizos, se han vestido de colores chillones y esperan bajo una carpa y un sol de estufa a la que ven no solo como una mujer negra, sino como “su esperanza de una vida digna”. Quizás la primera esperanza con la que se han topado hasta ahora. Alguien a quien entienden cuando les dice:
—Es doloroso tener que parir un hijo, amamantarlo y tener que enterrarlo. Porque se lo lleva un grupo, porque lo asesinan, porque lo desaparecen. ¡Vamos a dejar de ponerles los muertos!
Márquez ha viajado este fin de semana a su región, aunque para ella hay territorios vedados. No puede acercarse a La Toma, su comunidad en la vereda Yolombó, en Suárez, donde nació hace cuatro décadas. Las amenazas de muerte la obligaron a desplazarse en 2014, con sus dos niños pequeños, convertida ya en una líder social capaz de enfrentarse a los empresarios mineros. Su figura no ha dejado de crecer desde entonces, las amenazas tampoco. Las mujeres que la esperan en Santander, unas 200, mezclan temor y emoción ante la llegada de la activista a la que consideran un milagro. “La seguridad no está muy bien por aquí, ¿sabe? Pero entre todas la protegemos”, sonríe Yisel Carabali, con un espectacular vestido colorido y una historia terrorífica detrás. Carabali no había vuelto a pisar su territorio hasta hoy, después de salir desplazada el pasado diciembre por las amenazas que ya se cobraron la vida de su hermano. Es una médica ancestral, “una mal llamada bruja”, dice entre carcajadas antes de ponerse seria: “A mí me matan, pero yo no me voy con ningún grupo”.
Los únicos hombres que se ven esta mañana, aunque se cuentan por decenas, tratarán de pasar desapercibidos. El día no va con ellos. Forman parte del enorme esquema de protección con el que se mueve la candidata. Soldados del Ejército con armas largas, policías con pistolas y la guardia indígena y cimarrona con bastones de madera, símbolo de su autoridad en estos territorios. Un agente de policía con un pesado escudo se pega a Francia cuando baja del coche, uno de los siete vehículos que la acompañan. Los demás hombres le hacen un pasillo para protegerla mientras las mujeres cantan y bailan, hay un fuerte olor a incienso.
—De la resistencia al poder hasta que la dignidad sea costumbre, arranca Francia.
Su discurso directo, crítico y afilado conecta tanto aquí como chirría en otras partes del país. La irrupción de su figura en política generó una oleada de críticas. En un país profundamente centralista como Colombia llegar al poder desde fuera de Bogotá es difícil, para hacerlo desde el Cauca hay que doblegar la inercia. La mayoría de sus críticos señalan su “escasa preparación”, otros pocos, los más ruidosos, agitan el racismo. Una cantante se refirió a ella como King Kong, a lo que Márquez respondió enviándole “un abrazo ancestral para que se sane”. El periodista Daniel Samper Pizano escribió sobre ella: “La admiro como mujer valiente, lideresa popular, defensora ambiental y luchadora capaz de superar los obstáculos que tiende Colombia a los negros, a los pobres y a las mujeres. Su vida y su lucha son ejemplos estimulantes. Garantizan buena fe, honorabilidad y coraje, mas no preparación, experiencia ni sabiduría. Pero no sirven para manejar una nación. Con eso solo no se gobierna. Y menos un país tan complicado como Colombia”.
—Esos mensajes de ‘usted no sabe, usted no entiende’… Ustedes no son mis papás. No estamos pidiendo permiso. Ustedes escribieron la historia y ahora tenemos la oportunidad de poner los cimientos de una nueva que permita a nuestros hijos habitar un mejor lugar.
Márquez estudió Derecho en Cali para dotar de discurso y conocimiento a su lucha como activista ambiental. “Tardé siete años; no porque no tuviera la capacidad, era porque no tenía los recursos”. En 2018 ganó el Goldman Environmental Prize, el premio más prestigioso para un ambientalista. Y dos años después anunció su deseo de ser presidenta de Colombia. Una intención que permanece intacta y que se cuela a veces en sus discursos como de forma inconsciente. “Presidenta también, pero primero vicepresidenta”, concede entonces mientras se parte de risa.
La Cali de Márquez
De Santander de Quilichao a Cali hay una hora y media en carretera. Fue el camino que hizo Márquez cuando huyó una noche con sus hijos para salvar su vida. La comuna 21 de la capital mundial de la salsa se convirtió en segunda casa. Y aquí, donde los taxistas alertan a los visitantes de que es una zona peligrosa, la candidata aterriza el domingo entre cientos de personas que la esperan desde hace horas, viendo pasar por el escenario grupos de música y bailarines. “¿Listos pa vivir sabroso?”, los saluda.
—Aquí los políticos vienen a comprar la conciencia de nosotros. Pero yo no tengo que venir porque vivo aquí, esta es mi segunda casa.
“¡Esta es tu casa, Francia!”, grita la multitud. Cali se convirtió el año pasado en el epicentro de las multitudinarias protestas que sacaron a miles de personas a las calles de todo el país. Los paros congelaron la tercera ciudad de Colombia durante más de dos meses en los que los enfrentamientos entre manifestantes, vecinos y fuerzas del orden se cobraron la vida de más de 40 personas, la mayoría jóvenes. En medio de las trincheras que blindaron el barrio caleño de Siloé, un territorio al que ni la policía ni el Ejército entró durante semanas, Márquez se adentró para charlar con los jóvenes sin sus escoltas. “Aquí los tendría que defender yo a ellos”, explicó.
En esa Cali, la candidata anima a llevar la “resistencia a las urnas” el próximo domingo. Fue ahí donde una joven Márquez trabajó limpiando casas. Ese es el recuerdo al que más recurre cuando habla en público, el más gráfico. El que le sirve para conectar con los que la escuchan aquí y el que usa para incomodar a los que la oyen en Bogotá.
—Nos dijeron que la política no era para nosotras, que el lugar nuestro como mujeres negras era como empleadas domésticas. Poniéndoles lindas sus casas, criándoles a sus hijos. Para volver aquí para enterrar a los nuestros. Hay que romper esas cadenas de opresión.
Petro y Márquez lideran todas las encuestas para la primera vuelta, con un enorme margen sobre el segundo. Él, un hombre que lleva toda la vida en política; ella, una recién llegada que llena las plazas. Su relación no ha sido fácil, pero han encontrado cómo complementarse. Se vienen bien el uno al otro. Márquez reconcilia a Petro con las mujeres, con el feminismo en el que tanto ha patinado el candidato. Lo acerca al Cauca, al Valle, al Chocó y a las regiones donde vive mayoritariamente la población afro. Petro impulsa a Francia con sus nichos de votantes. Ella está subida a esa ola como un primer asalto. Luego aspira a todo por su cuenta.