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Política

José Oscátegui: Entendiendo a la izquierda peruana y al gobierno de Pedro Castillo  

Algo que ocurre, posiblemente desde hace mucho tiempo y en muchos lugares, es que los sectores más desfavorecidos de la sociedad construyen, en su imaginario, sociedades míticas en las cuales una fuerza justa y generosa puede restablecer el orden, la justicia e igualdad que ellos consideran que han sido perdidos. Esa fuerza antropomorfizada fue, en algunos casos, un héroe (como en las leyendas griegas), pero en todos los casos ha sido un líder que adquiere o posee la fuerza necesaria para “cambiar el mundo”. Iniciáticamente, este líder maduraría en la oscuridad y luego saldría a cumplir la misión para la cual se hubiera preparado. A través de la Historia y la mitología, en las sociedades organizadas, independientemente de las diversas formas que pudo haber adoptado, esa fuerza ha sido el Estado o alguna forma de este, que asume una forma humana. En el mito político que se construye en la mente de los más necesitados y menos protegidos, esa fuerza no tiene límites ni restricciones. En este sentido, tiene un contenido no racional que linda con la fe y, al igual que esta, también puede mover montañas. El mito de Inkarri es uno de ellos.
El resultado de las elecciones de 2021

Aunque en el ascenso del profesor Pedro Castillo a la presidencia de la República algunos quieren ver una victoria de la izquierda, lo que en realidad significó fue una derrota tanto de la izquierda como de la derecha. Sin embargo, dichas fuerzas no necesitaron ser derrotadas, pues llegaban derrotadas. La derecha por carecer de una propuesta de cambio y por tener la principal responsabilidad en la situación crítica del país durante estos 200 años de vida republicana. Y, en particular, por lo que hizo y dejó de hacer durante el largo período de 40 o más años que antecedieron a la pandemia, durante los cuales se forjaron las condiciones lamentables en que la pandemia encontró y luego castigó a nuestro país. La derecha (que nunca reconoce su responsabilidad, pese a que tuvo el control del Estado y de los gobiernos anteriores) trata de atribuir la situación del país al “Estado ineficiente y corrupto”. En consecuencia, niega que su propuesta y su práctica económica, política, cívica y moral durante, por lo menos, los últimos 50 años hayan configurado el Estado que actualmente tenemos. Pero el Estado que tenemos es este, y es el que corresponde a ese proyecto. Es posible que en Perú la última gran propuesta de cambio, hecha por la derecha, haya sido la de José de la Riva Agüero.

La celebración de los 200 años de República no tenía por qué ser una fiesta, y no lo fue. Desde sus primeros meses, el año 2020 fue el encuentro de Perú con su realidad. En su discurso de 28 de Julio de ese año, el presidente en ejercicio, Martín Vizcarra, informó que, al inicio de la pandemia, nuestro país, que tiene 33 millones de habitantes, tenía solo 100 camas UCI (lo que equivale a 1 cama UCI por cada 320 mil habitantes) y un total de solo 3000 camas en todos los hospitales.[1]

La fanfarria que acompañó siempre a la reforma neoliberal fujimorista no pudo ocultar la realidad y esta quedó al descubierto. Las cifras estimadas, nacional e internacionalmente, confirmaron que, debido a la falta de infraestructura de salud, falta de acceso de gran parte de la población a servicios de saneamiento básico y pobreza generalizada, Perú tuvo la tasa más alta de mortalidad en el mundo, por COVID 19.[2]

La ampliación del mercado en nuestro país es una tarea no solo necesaria sino urgente. Si no ha ocurrido hasta ahora es porque el capitalismo rentista lo ha impedido, desde el control que, históricamente, ha ejercido sobre el manejo del Estado. La inversión pública no se ha dirigido, preferentemente, a ampliar el mercado e integrar el país, ni a complementar nuestro mercado con el de los países vecinos. No se ha desarrollado la infraestructura vial por todo el territorio y esta es muy escasa, más aún si nos referimos a los ferrocarriles, que es un medio más barato y eficiente, en casi todo sentido, que las carreteras. Lo mismo puede decirse de la infraestructura de riego para el agro, en particular, para la pequeña y mediana agricultura. Tampoco se ha desarrollado el mercado financiero, que podría favorecer la inversión privada y pública, grande, mediana y pequeña. No se ha desarrollado la educación en todos sus niveles, sino sólo se la ha privatizado, en gran medida, descuidando su calidad. Y, durante los últimos años, se ha promovido y permitido el consumo del ahorro previsional.

La necesidad de una propuesta de largo plazo y el rol del mito en la política

La izquierda debió representar la posibilidad del cambio, pero en 2021 esta fuerza que afirmaba querer dirigir el cambio en Perú, no tenía una propuesta digna del nombre o, mejor dicho, la había abandonado. Lo que debió ser una propuesta programática de largo plazo, para el siglo XXI, fue sustituida por algo más parecido a lo que se llama una “lista de lavandería”. Entre las grandes omisiones de esta izquierda fue que no tuvo ninguna propuesta ni para explicar ni para resolver el gran problema de la informalidad en empresas y empleo pese a que Perú, en 2021, llegó a tener el 77% del total del empleo en la condición de empleo informal (la derecha tampoco tuvo ni tiene propuesta alguna).

Solo así fue posible que ese pequeño partido provinciano, Perú Libre (PL), que levantó banderas y propuestas que parecen copiadas de los volantes y marchas de la izquierda de los años de 1970 y 1980, pero que, para el sector popular peruano, históricamente golpeado por las políticas de los distintos gobiernos, parecía una propuesta de largo plazo, ganara las elecciones presidenciales. En dicha propuesta, un Estado omnipotente resolvería los problemas e injusticias seculares, ajustando y manejando a su voluntad al mercado y a los empresarios, nacionales y extranjeros.

Buena parte del periodismo — entre mal informado y malintencionado — ubicó en la izquierda a dicha propuesta, diciendo que era una “izquierda radical”.[3] Perú Libre había atraído a Pedro Castillo, dirigente sindical del magisterio peruano, cuya notoriedad era resultado de ser un “maestro”, con una activa participación como dirigente en recientes conflictos laborales del magisterio, es decir, un “luchador”, y que, además, tenía condición de ser campesino, aunque fuera, digamos, a tiempo parcial. Todo esto parecía convertirlo en un “verdadero hombre del pueblo”, un “luchador” salido de las entrañas del mismo pueblo. El pueblo peruano, golpeado y agotado por la pandemia, creyó tener al justiciero que buscaba, al equilibrador frente a tanta injusticia.

Es obvio que el peruano común actual no conoció el Imperio Incaico, pero la historia, el mito y una cierta continuidad racial y cultural lo vincula y lo identifica con este. La desigualdad y pobreza vivida por generaciones, y la búsqueda de un referente de futuro (por supuesto, distinto de la promesa de la vida en el paraíso terrenal), condujo a desarrollar el mito de una vida con justicia, igualdad y bienestar, similar a la que, en el imaginario colectivo, hubo durante el Imperio Incaico. En la actualidad, esa aspiración solo puede convertirse en realidad por medio de una fuerza social nacional y popular que, desarrollando el mercado e integrando el país, consiga el crecimiento sostenido y una participación más igualitaria de la riqueza el país.

En este sentido, esa fuerza mitificada capaz de restaurar la unidad social perdida, eliminar la desigualdad, restablecer la justicia y avanzar hacia un futuro colectivo en el cual el progreso de unos sea también el progreso de todos, necesitaba tener la representación humana de un hombre que, habiendo sufrido, tenga la fuerza para realizar ese cambio. Es decir, esa fuerza social encarnada en una persona, debía ser capaz de constituir un Estado nacional, integrador, representativo y justo. Entiendo que es a eso a lo que se refería Flores Galindo, y a lo que también se refería Antonio Gramsci:

”El proceso de formación de una determinada voluntad colectiva, que tiene un determinado fin político, no es representado a través de pedantescas disquisiciones y clasificaciones de principios y criterios de un método de acción, sino como las cualidades, los rasgos característicos, los deberes y necesidades, de una persona concreta, despertando así la fantasía artística de aquellos a quienes se procura convencer y dando una forma más concreta a las pasiones políticas”.[4]

En mi opinión, el libro de Flores Galindo, Buscando un Inca, rescató y puso de manifiesto la añoranza milenarista que existe, en el peruano común y pobre, de un equilibrador que restaure el balance que, míticamente, existía en el Imperio Incaico y que habría sido perdido debido a la conquista y la subsiguiente conformación de la sociedad desigual, dividida no sólo por niveles de riqueza sino también por raza y cultura.[5] Según mi lectura, este equilibrador tendría que ser una fuerza social que asuma la tarea nacional y popular de fortalecer la nación y reducir hasta eliminar la pobreza. Y tendría que tener el “rostro” y la conciencia de un peruano auténtico, de un verdadero hombre del pueblo (es decir, un “Inca”). En Perú, la búsqueda de ese equilibrador ha llevado a la lucha guerrillera y a la subversión, pero también en tiempos recientes a burdas caricaturas como, entre otros, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y ahora Pedro Castillo.

La izquierda debió representar la posibilidad del cambio, pero en 2021 esta fuerza que afirmaba querer dirigir el cambio en Perú, no tenía una propuesta digna del nombre o, mejor dicho, la había abandonado. Lo que debió ser una propuesta programática de largo plazo, para el siglo XXI, fue sustituida por algo más parecido a lo que se llama una “lista de lavandería”. Entre las grandes omisiones de esta izquierda fue que no tuvo ninguna propuesta ni para explicar ni para resolver el gran problema de la informalidad en empresas y empleo pese a que Perú, en 2021, llegó a tener el 77% del total del empleo en la condición de empleo informal (la derecha tampoco tuvo ni tiene propuesta alguna).

Si la izquierda representaba el cambio frente a una derecha que, en Perú, es históricamente reacia a todo cambio, tenía la obligación de basar su campaña en propuestas de largo plazo fundamentadas en la realidad del país, cuyo contenido fueran los cambios que el país necesita. Era necesario que su propuesta fuera geográficamente amplia, económica y socialmente sesgada hacia la población con mayores necesidades y proyectada hacia el futuro, indicando, claramente, aquello que se requiere modificar para que nuestro país crezca sostenidamente y se aproxime a la esperanza de mayor igualdad y democracia que, desde hace ya varios siglos, el peruano común quiere que se haga realidad.

En Perú la realización de esta tarea, que es la construcción de nación, ha sido retóricamente asumida por la izquierda. Históricamente esta fue y sigue siendo la fuerza social que propone el cambio de las condiciones existentes. Esta fuerza, con todas sus grandes limitaciones, en sus etapas iniciales de comienzos y mediados del siglo XX, levantó propuestas con esas consignas simples y casi universales (y universalmente equivocadas), de destrucción del Estado y eliminación del mercado, después de lo cual, se ofrecía, la consecución de la igualdad y felicidad universal. También fueron levantados los artículos periodísticos de José Carlos Mariátegui, y sus ampliaciones e interpretaciones libres, y también las propuestas “dependentistas” (teoría de la dependencia) de los años 80 del siglo pasado.

Sin embargo, evaluando esta historia larga de la izquierda peruana, la propuesta programática más desarrollada y ajustada a las condiciones nacionales, fue elaborada durante la primera década de este siglo y es conocida como “La Gran Transformación (LGT)”. Esta tomó en cuenta nuestra historia, engarzándola con las condiciones actuales de nuestra economía y sociedad. No ofrece el paraíso después de quemar Sodoma y Gomorra, sino, entendiendo la importancia que tiene el mercado, propone desarrollarlo en todo el país, y entiende que, si se quiere un Perú industrializado, es necesario tener grandes industrias (privadas y estatales), y grandes industriales. Se reconoce la gran importancia del mercado, pero también la importancia de su regulación, tal como existen en las economías de mercado modernas de la actualidad.[6]

Con seguridad, el programa de LGT necesita alguna actualización, correcciones y ajustes, pero la estructura básica y las propuestas centrales siguen vigentes y debió haber sido el planteamiento a largo plazo de la izquierda en las elecciones generales de 2021, más aún si esta no tenía ninguna propuesta alternativa. Sin embargo, la ahora desbandada dirigencia de Verónica Mendoza ni siquiera la consideró.

La importancia de una propuesta y un programa de largo plazo

Estos son importantes porque son guías para no perder el rumbo. Sin estas, la izquierda solo ha podido pensar en una “lista de lavandería”. Pero, además, ellas presentan la idea del futuro posible y el camino real para lograrlo. Despiertan el sueño, el mito y presentan los pasos y el esfuerzo necesario para realizarlo.

La ampliación del mercado en nuestro país es una tarea no solo necesaria sino urgente. Si no ha ocurrido hasta ahora es porque el capitalismo rentista lo ha impedido, desde el control que, históricamente, ha ejercido sobre el manejo del Estado. La inversión pública no se ha dirigido, preferentemente, a ampliar el mercado e integrar el país, ni a complementar nuestro mercado con el de los países vecinos. No se ha desarrollado la infraestructura vial por todo el territorio y esta es muy escasa, más aún si nos referimos a los ferrocarriles, que es un medio más barato y eficiente, en casi todo sentido, que las carreteras. Lo mismo puede decirse de la infraestructura de riego para el agro, en particular, para la pequeña y mediana agricultura. Tampoco se ha desarrollado el mercado financiero, que podría favorecer la inversión privada y pública, grande, mediana y pequeña. No se ha desarrollado la educación en todos sus niveles, sino sólo se la ha privatizado, en gran medida, descuidando su calidad. Y, durante los últimos años, se ha promovido y permitido el consumo del ahorro previsional.

A nivel internacional, se ha abandonado hasta el discurso de la integración económica regional y no se avanza en la coordinación con los países vecinos para la construcción de infraestructura con alcance regional, empezando con la integración de los mercados ecuatoriano, peruano, boliviano, sin descuidar el mercado chileno (que, geográficamente, ya está bastante más integrado por la carretera Panamericana y por el mar).  La propuesta de largo plazo, el mito gramsciano, la utopía que viene acompañada del camino para lograrla, no formó parte del discurso de esa izquierda.

La propuesta y el gobierno de Pedro Castillo no son de izquierda

Es totalmente incorrecto denominar de “izquierda” al gobierno de Pedro Castillo. La equivocada propuesta del Estado omnímodo, que levanta el partido que lo llevó a la presidencia, pertenece a una izquierda que existió durante primera mitad del siglo XX, que es y fue equivocada e irrealizable.

Durante este actual Gobierno no se ha desarrollado ninguna propuesta de largo alcance, que uno pueda decir que tenga el carácter distintivo de ser democráticamente popular, es decir, ser de izquierda.

En las elecciones de abril 2021, que tuvieron lugar en medio de la pandemia, en los sectores populares el desaliento, la cólera y la falta de una propuesta alternativa, el espejismo de la esperanza y la confusión del mito, hicieron que Pedro Castillo, el profesor rural, campesino a tiempo parcial, nacido en Cajamarca, dirigente sindical del sindicato nacional del magisterio (y por ello con figuración nacional), parezca ser el justiciero, igualador, que los pobladores sufridos y pobres de nuestra patria, secularmente estaban esperando…y que la propuesta jurásica del partido Perú Libre parezca una propuesta de largo plazo.

¿Al borde del colapso?

El actual gobierno es ineficiente y está presidido por un peruano con bastantes limitaciones que, además, tiene consejeros y colaboradores con características similares. Pero, ¿está al borde del colapso?

Es difícil hacer una afirmación semejante. La economía parece estar recuperándose de la caída producida por la pandemia y la cuarentena, y no está peor que antes, aunque es cierto que la inflación es alta. Sin embargo, esta es originada, fundamentalmente, en el exterior y es muy poco lo que, internamente y en el corto plazo, se puede hacer al respecto.

La guerra en Ucrania, y ahora la subida de la tasa de interés en EEUU están explicando, básicamente, el alza del precio de los fertilizantes, del gas y la gasolina, del maíz y el trigo (es decir, del pollo y del pan), así como de los demás productos agrícolas, y, en general, explica la inflación doméstica alta[7]. En el corto plazo, ningún otro gobierno podría revertir esta situación.

La principal razón por la que el actual Gobierno no está al borde del colapso, es porque ninguna de las fuerzas opositores tiene una propuesta alternativa que haya calado en los sectores populares. Todo indica que ni la derecha corrupta pero vociferante, ni la actual izquierda apoquinada y complaciente, están en condiciones de presentar una alternativa.

Sin embargo, la alternativa, es decir, una propuesta de gobierno de largo plazo, desde la izquierda, sigue presente como posibilidad con La Gran Transformación.


[1] “En los 135 días de cuarentena, multiplicamos el número de camas de hospitalización, camas UCI, pruebas, laboratorios, sistemas de respuesta. Hemos avanzado en medio de la adversidad.
Durante este tiempo hemos revertido décadas de abandono y de poca inversión en el sector. En un esfuerzo conjunto de las instituciones públicas de salud, los gobiernos regionales y el sector privado logramos multiplicar por 6 la disponibilidad de camas hospitalarias pasando de 3 mil a 18 mil camas para la atención de casos COVID-19.
De igual forma, hemos logrado multiplicar la disponibilidad de camas UCI pasando de 100 al inicio de la pandemia a 1500 camas en la actualidad. Cuando entreguemos el gobierno el 28 de julio del 2021 el Perú tendrá 3 mil camas de cuidados intensivos.” Martín Vizcarra, Mensaje Presidencial 28 Julio, 2020.

[3] Eso podría ser equivalente a afirmar que todo aquel que diga que quiere asesinar comunistas y judíos es parte de la derecha ”radical”.

[4] Gramsci, Antonio Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Edic. Nueva Visión, Madrid 1980.

[5] Hay quienes entendieron que la “búsqueda de un Inca” era literal, es decir, que se buscaba encontrar un peruano que pudiera ser, literalmente, Inca, o reconstituir el Imperio Incaico.

[6] Bien entendida, una propuesta de “libre mercado” no debería alterar a nadie. La libertad de mercado, así como la libertad personal, se ejerce dentro del marco legal establecido por el Estado y las leyes y normas sociales. El mercado moderno, desarrollado, es un mercado regulado. Es dentro de esta regulación que el mercado es libre y el Estado lo protege, y así evita su auto destrucción.

[7] Esta inflación alta no ocurre solo en Perú. En EEUU, la inflación en Marzo 2022, anualizada, fue de 8.5% y la de Abril 8.3%.

Fuente: Revista Ideele N°303. Abril-Mayo 2022

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