El magnate regresa a la capital por primera vez tras dejar la Casa Blanca con un discurso en el que se presenta como “la persona más perseguida de la historia de EE UU”
Donald Trump ha vuelto al lugar de los hechos (o del crimen: todo depende de a qué mitad del país preguntes). El expresidente de Estados Unidos ha regresado este martes por primera vez a Washington, un año después del ataque al Capitolio y de dejar la Casa Blanca, para ofrecer un discurso plagado de inexactitudes y falsedades en el que ha exagerado los logros de su Administración, se ha presentado como una víctima del sistema y se ha centrado en la inseguridad ciudadana, en el cumplimiento de la ley y en la protección de la frontera con México. En él, se ha definido como “la persona más perseguida de la historia de Estados Unidos” por una prensa “que ya no es libre ni justa”. Y aunque ha evitado decirlo expresamente, ha dejado caer de nuevo que piensa presentarse a presidente las elecciones de 2024. “Quieren hacerme daño para que ya no pueda volver a trabajar para ustedes. Pero no creo que eso vaya a suceder”, ha afirmado.
“Nuestro país se va al infierno rápidamente”, ha sentenciado, antes de pintar un paisaje apocalíptico de “ciudades que, regidas por los demócratas, se han convertido en zonas de guerra”, controladas por “los drogadictos y los vagabundos”, en las que “los satanistas que se aprovechan de los niños son puestos en libertad bajo fianza”. Un país cuyos dirigentes dejan aposta las “puertas abiertas para permitir que los inmigrantes lo invadan”. “Nunca ha habido una frontera peor [gestionada] en la historia de la Humanidad”, ha rematado en un discurso que se ha prolongado durante 97 minutos y en el que a ratos se ha comportado más como un cómico jaleado por las risas de los suyos que como un político.
Trump, que ha vuelto a caer en la retórica del robo electoral (”me presenté a presidente una vez y gané, y luego gané una segunda, por muchos millones de votos”) y en el recurso al “virus chino” para referirse a la pandemia, ha propuesto imponer la pena de muerte para los traficantes de drogas (”si ejecutas a uno de esos, salvas 500 vidas”, ha dicho) y ha abogado por “devolverle a la policía su autoridad, sus recursos, su poder y su prestigio”. También ha sugerido que los demócratas deberían admitir a los “sintecho en sus patios traseros”, para que “ensucien sus propiedades, ataquen a sus familias y se droguen donde sus hijos juegan”.
Era su primera vez en un acto público en la ciudad, 566 días después de su último mitin, con el que puso en peligro la vida de cientos de esos policías a los que ha dicho que quiere defender. Fue el 6 de enero de 2021, poco antes de abandonar la Casa Blanca y 140 de ellos resultaron heridos (aunque a eso no ha hecho ninguna referencia). Entonces arengó a miles de sus seguidores, aunque sabía que muchos iban armados, para que marcharan hacia el Capitolio e influyeran en la certificación de los votos electorales que dieron la victoria y la presidencia a Joe Biden.
La insurrección que siguió está siendo objeto de una investigación criminal, llevada a cabo por el Departamento de Justicia, y otra parlamentaria, de parte de un comité del Congreso que el jueves pasado aportó pruebas de que durante las tres horas que duró el asalto el aún presidente decidió deliberadamente no hacer nada por detener a la turba violenta, pese a que era “la única persona del planeta capaz de mandarlos a casa”. En una entrevista con NBC, el fiscal general Merrick Garland, encargado de armar (o no) el caso contra Trump, ha prometido buscar “la justicia sin miedo ni favoritismo”. “Tenemos la intención de responsabilizar a todos” ha añadido, “a cualquiera que haya sido penalmente responsable de los eventos que rodearon el 6 de enero”.
El regreso del expresidente a la capital estaba cargado de simbolismo. “Washington”, en la retórica trumpista, representa todo eso que —la clase política corrupta, los medios de comunicación mainstream, los intelectuales, el establishment científico…— conspiró contra él para desalojarlo del poder contra su voluntad.
Esta vez se trataba de una audiencia ciertamente más pacífica que la del 6 de enero. Cientos de activistas y cargos republicanos llegados de todo Estados Unidos se citaron en los dos días de charlas y debates de la America First Agenda Summit (Cumbre de la Agenda América Primero), en un ambiente festivo, en el que las grandes figuras del trumpismo posaban para un selfi tras otro. Para el discurso de clausura programaron al expresidente, que recogió muchos de los guantes que le tiraron los oradores: la amenaza de China, los ataques a la cultura woke (“No deberíamos permitir que los hombres compitan en deportes femeninos. Es muy loco”) o la integridad electoral, supuestamente en peligro.
Por el salón enmoquetado de un céntrico hotel de lujo de la ciudad pasaron senadores, fiscales generales, gobernadores, legisladores estatales o viejas glorias del partido conservador llegados de todo el país para participar en un encuentro que aspira a sentar las bases de las políticas del Partido Republicano a largo plazo, más allá de las próximas elecciones de noviembre, e incluso más allá de las presidenciales de 2024. “¡Estamos aquí para acuñar el sello, fijar el eje que asegure la libertad en este país, no por dos o cuatro años, sino por 100 años!”, exclamó el lunes, en la apertura del foro, Brooke Rollins, exasesora de interior de la Casa Blanca de Trump. Coincidió con el resto de conferenciantes en pintar la Administración anterior como la que más extraordinarios resultados económicos y de seguridad dejaron en la historia de Estados Unidos. La de Biden la definieron en el mejor de los casos como “un completo fracaso”, fruto de políticas de la “izquierda radical”.
Rollins es presidenta y consejera delegada del grupo de presión cercano a Trump America First Policy Institute (AFPI), organizador del encuentro. Fundado en 2017, está dirigido por un grupo de asesores y funcionarios del gabinete del expresidente, que, tras la derrota en las últimas elecciones —derrota que consideran, sin pruebas, fruto de un fraude electoral— están elaborando una agenda política para el próximo mandatario republicano, ya sea Trump u otro. Una de las estrellas del encuentro, el veterano político Newt Gingrich, comparó ese esfuerzo con el que llevó a cabo la Heritage Foundation (think tank aún en funcionamiento, pero que ha visto tiempos mejores) para preparar el terreno a la revolución conservadora de Ronald Reagan a principios de los años ochenta.
Esa agenda consta de 10 puntos, que centraron las mesas y discursos, en los que se han tratado asuntos como la inflación, el precio de la gasolina o la inmigración. El AFPI aspira a “hacer que la economía más grande del mundo trabaje para todos los estadounidenses”; “a devolver a los pacientes y médicos el control de la atención sanitaria” (control, que, afirman, perdieron durante la pandemia, con el confinamiento y los mandatos de vacunación); a “restaurar el compromiso histórico de Estados Unidos con la libertad, la igualdad y el autogobierno”; a “dar a los padres más control sobre la educación de sus hijos”, a “terminar el muro con México”, y, de paso, acabar con el tráfico de personas y derrotar a los cárteles de droga al sur de la frontera; a “garantizar la paz mundial a través del uso de la fuerza y el liderazgo americanos”; a lograr la independencia energética; a “facilitar el voto y hacer más difícil cometer fraude electoral”; y a mejorar la seguridad en las ciudades. El último punto está especialmente dedicado a Washington, conocida por sus críticos como The Swamp, el pantano, porque está literalmente edificada sobre uno, pero sobre todo por lo que tiene de imagen que evoca la podredumbre de la corrupción política. El AFPI se compromete a “drenar ese pantano”.
Los azares meteorológicos han hecho coincidir la aparición de Trump en la ciénaga de Washington con la del que fue su vicepresidente, Mike Pence, que tenía previsto hablar el lunes en la ciudad, pero una tormenta retrasó su llegada. Finalmente intervino en otro foro republicano, la Young America’s Foundation (fundación de la joven América). “Algunas personas pueden optar por centrarse en el pasado”, dijo Pence en su discurso, que se prolongó durante una hora, y abundó en la necesidad de pasar página del bulo del fraude electoral de 2020. “Pero las elecciones van sobre el futuro. Y creo que los conservadores debemos concentrarnos en el futuro para recuperar Estados Unidos”.
Pese a que no lo nombró (más que para glosar los logros de su Administración), Trump flotó sobre las palabras de Pence. Como ha quedado probado en las ocho sesiones del comité que investiga el asalto al Capitolio, el expresidente presionó enormemente a su segundo en las semanas previas al 6 de enero, pues quería que usara su poder para no certificar el triunfo de Biden, pese a que no estaba claro que tal cosa estuviera legalmente en su mano. Trump puso en peligro la vida de Pence con un tuit en el que lo señalaba en plena insurrección, y pareció de acuerdo con los gritos de la turba que pedían que lo “colgaran”. En las últimas semanas, Pence está dando señales de dar un paso al frente ante las elecciones de 2024. Es la segunda vez desde el viernes que ambos políticos se enfrentan en sendos actos celebrados el mismo día y en la misma ciudad (la última vez fue en Arizona).