Una oleada de agua ahora fluye por el río Indo, amenazando a las comunidades en el sur de la provincia de Sindh.
Las autoridades locales dicen que 1,2 millones de personas han sido desplazadas en el distrito de Dadu en Sindh, donde cientos de aldeas están sumergidas, y todavía hay más agua llegando.
Los deslizamientos de tierra y las aguas de las inundaciones están bajando de las montañas hacia las aldeas de este distrito.
Los militares están evacuando a los varados en avión y a muchos otros en barco. Miles más todavía están en el camino de la inundación y necesitan ser trasladados, pero no hay mucho tiempo.
Un funcionario que forma parte de las operaciones en el terreno me dice que han estado trabajando en la región durante un mes.
“Viene más agua, lo estamos empezando a ver. Hay demasiada necesidad, no suficientes de nosotros, pero estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo”, me dice antes de subir a un barco grande.
Puede tomar horas en el agua, ya que las aldeas están lejos unas de otras.
En Khairpur Nathanshah, los militares, los trabajadores humanitarios y los aldeanos están compitiendo para llevar a la gente a tierra firme cuando nos unimos a ellos en un bote.
Después de un tiempo en el agua, nos encontramos con un pueblo, donde decenas de personas están paradas fuera de sus casas inundadas.
Docenas suben a bordo, pero no todos pueden ser rescatados en este viaje y los barcos tendrán que regresar. Para un hombre, la incertidumbre de que la ayuda regresará es insoportable.
“Dejé a mi familia en el pueblo porque necesito ir a buscar comida. Pero no sé cuándo llegará el próximo barco y cuándo podré regresar a ellos”, dice Perviz Ali, con la voz temblorosa antes de romperse.
En nuestro camino de regreso a tierra firme, nos encontramos con más personas y nos detenemos para ayudarlas. El grupo de cuatro hombres ha estado vadeando el agua durante horas: tres botes los habían pasado por delante a toda prisa para llegar a más aldeas. Para uno de ellos, fue una espera demasiado larga.
“Nuestro amigo Ghulam se ahogó momentos antes de que llegaras, se resbaló y fue arrastrado. No pudimos salvarlo. Se ha ido”, dijo uno de ellos, Zahid Hussain.
Pregunto al Sr. Hussain qué le hizo decidir irse.
“El nivel del agua era tan alto como mi cabeza en mi casa, sabía que si no me iba ahora, me ahogaría”.
En otra parte de Dadu, al borde de la carretera, las familias ni siquiera tienen tiendas de campaña ni ningún tipo de refugio. Para muchos, esto ha estado sucediendo durante semanas, viviendo a la intemperie sin nada.
“Nuestros hijos tienen hambre, no estamos recibiendo ninguna ayuda. ¿Por qué nadie hace nada? Lo hemos perdido todo, ¿por qué nadie ayuda?”, dice Rafiq, madre de tres hijos, todos menores de seis años.
Estas familias me dicen que por supuesto que están desconsoladas por lo que les ha pasado, pero la tristeza se está convirtiendo en ira porque su situación no está cambiando. Se sienten impotentes y frustrados con las autoridades que los pasan a diario.
No muy lejos de Rafiq, Shabana está acunando a un bebé de un mes, nacido justo antes de que las inundaciones lleguen a su aldea. Tiene hambre, pero también su madre y no puede amamantar al pequeño Rizaaq.
“No tengo leche para dar. He estado viviendo aquí durante dos semanas, nadie ha dado nada. Luchamos por la comida todos los días. Nadie ha venido a traer leche para nuestros bebés. Tengo miedo por él”, dice la mujer.
Las carreteras a ambos lados de este distrito son traicioneras: han sido dañadas por las inundaciones, causando horas de tráfico en cola.
Entregar ayuda aquí va a ser una tarea gigantesca.
