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Opinión

Laura Arroyo Garate: Las élites ganan tiempo

Al 72% de los votos escrutados, desde Chile llegan noticias que entristecen. El ‘Rechazo’ gana contundentemente en unas elecciones donde el voto ha sido obligatorio, la campaña intensa y en la cual los poderes renunciaron a la democracia al basar su estrategia en fakenews, discursos de odio y campañas del miedo.
Lo que vemos es esperable: la ultraderecha se resiste a morir y las élites ganan tiempo con este resultado. Pero esa es su victoria: el tiempo. El proceso que ya se ha abierto y está cimentado en Chile no acaba con el resultado de esta noche. Empieza ahora una segunda fase del mismo en un escenario donde la Constitución propuesta no ha alcanzado una mayoría de apoyos, pero la demanda por una nueva sigue siendo mayoritaria. El debate sobre el tipo de Constitución que quiere el pueblo chileno sigue abierto. Tal vez incluso más abierto que ayer. La pregunta no es sobre si mantener la Constitución pinochetista o no, sino sobre el tipo de pacto social que quieren plasmar los chilenos y chilenas. Y esto es tan clave como positivo. Es lo que permite pensar en la construcción de un país desde el horizonte que se traza y no sólo en la perspectiva del pasado que se deja atrás.
En los últimos años hemos recibido las lecciones más esperanzadoras sobre las posibilidades de transformación desde Chile. Pero no perdamos de vista que los cambios se cimentan en la capacidad de sostener la disputa política. Los cambios políticos e históricos no son resultado de períodos cortos, sino de la labor constante. No es una lección menor. Evita entrar en las claves de impaciencia que tanto caracterizan a estos tiempos de ruido político y farandulización de la coyuntura. La capacidad de contar con mirada larga, observar la foto grande y pensar estrategias a plazos amplios son condiciones de posibilidad de las transformaciones de fondo. Haremos bien en Perú en tomar en cuenta este factor. Justo por ello, por el recorrido de los procesos sobre todo cuando el adversario es tan poderoso, toca iniciarlos ya mismo. Toca darles forma pronto. Toca despertar e iniciar el camino y no hacer caso a lo que nos dicen algunos opinadores que repiten como un mantra que “no es tiempo de…”.
Lo que vendrá en Chile es también previsible. Desde los poderes buscarán utilizar estos resultados para cambiar la pregunta de fondo y desconocer de paso la voluntad popular chilena que contundentemente (78%) ha exigido en un referéndum una nueva Constitución. No se puede caer en esa trampa que, por cierto, es una argucia retórica que busca desconocer la democracia. Por otro lado, es previsible también que desde los poderes mediáticos se busque analizar estos resultados en clave “plebiscito” sobre el gobierno de Gabriel Boric. Otra trampa interesada en la que las izquierdas chilenas no deben entrar. Para ello, si bien las lecciones han de ser tomadas en cuenta, mal harán si no empiezan desde mañana mismo a plantear y delinear el contenido de ese nuevo documento que debe volver a ser puesto a debate por la ciudadanía. Nada le gustará más a la derecha que ver a las izquierdas hablando de sí mismos, de los aciertos, errores o esa palabra que sólo se nos exige a las izquierdas: autocrítica. Porque para los poderes la derecha, parece, nunca debe reflexionar sobre nada, pero las izquierdas deben hacer sólo eso.
Finamente, resulta indispensable pensar en las variables que llevaron a la ciudadanía a no sentirse convocados por esta Constitución. Más allá de la campaña sucia y cloaquera de los poderes, hace falta recuperar el pulso del verdadero poder que logró arrinconar a las élites en Chile: el poder popular. Hará mal el gobierno y los partidos que sumaron al ‘Apruebo’ en entender los resultados como una llamada a la moderación en lugar de entenderlos como la necesidad de recuperar los ejes de la transformación que sigue siendo la demanda mayoritaria en Chile. Harán mal en entender este proceso como un proceso institucionalista, de arriba hacia abajo, en lugar de plantearlo como un proceso popular donde el documento a proponer es un punto de llegada y no de partida. Harán mal en asustarse y ceder a las exigencias de los poderes entendiendo que toca llegar a un acuerdo con ellos en lugar de asumir estos resultados como un jalón de orejas que debe llevar a recordar que el pacto social es eso, un pacto donde se sientan representados todos y todas pero desde una perspectiva de justicia social no de renuncia a las transformaciones justas. Más que nunca, la audacia debería marcar la cancha. La audacia no la renuncia.
No será esta. Será otra que, esperemos, sea aún más ambiciosa porque busque convocar a un país que ya ha hablado fuerte sobre el cambio total que exige. Un cambio total que rechaza la dictadura, la injusticia social, un modelo económico que perpetua las desigualdades, un país donde los pueblos originarios no estén representados, etc. En efecto, no será esta. Tal vez sea una aún mejor. De momento las élites respiran aliviadas. Pero sólo de momento.

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