Esto es una gran noticia, y aún hay más. No solo las dosis de refuerzo de las nuevas vacunas disminuirán la probabilidad de contagios y enfermedades graves, además de ayudar a mitigar la transmisión del virus: también podría reducir la probabilidad de la covid prolongada.
¿Cuál es la mala noticia? Se les está dando tan poca publicidad, y hay tanto escepticismo injustificado en torno a ellas, que muy pocas personas podrían ponérselas, y que enfermen, sufran o mueran muchas otras que no tendrían por qué enfermar, sufrir o morir.
El coordinador de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, Ashish Jha, dijo la semana pasada que la gente podría contemplar ponerse la dosis cuando se vacune contra la gripe, como hacen muchas personas en octubre, y, salvo que surja otra gran oleada de una nueva variante, considerarla como una vacuna anual en adelante. Eso estaría bien si la gente lo hace, y más teniendo en cuenta que, según muchos inmunólogos, es mejor esperar entre 3 y 6 meses desde la última vacunación o contagio, y muchas personas se han contagiado hace poco.
Sin embargo, solo alrededor de la mitad de los adultos estadounidenses se vacunan contra la gripe, y la mayoría no se puso las anteriores dosis de refuerzo contra la COVID-19. Sin una vigorosa campaña de sensibilización y promoción, millones de estadounidenses que no son antivacunas, pero que necesitan un pequeño empujón, se quedarán sin esta valiosa dosis.
Si bien han sido deprimentes las tasas de dosis de refuerzo entre los republicanos —muchos de los cuales se han posicionado contra las vacunas—, también es muy probable que se queden atrás muchos de los estadounidenses más vulnerables, incluso los vacunados con la pauta inicial. Entre aquellas personas sin las dosis de refuerzo anteriores, a pesar de estar vacunadas con la pauta inicial, había una probabilidad más alta de que careciesen de seguro médico, de que fuesen negras o hispanas o más pobres o tuviesen un menor nivel de estudios.
Entretanto, con el estancamiento del Congreso se han interrumpido la financiación y distribución de estas vacunas: los demócratas no incluyeron nuevos fondos para la pandemia en el paquete de gasto de mayo porque podía ir en detrimento de los fondos de estímulo para los estados, y ahora se enfrentan a la resistencia de los republicanos a aprobar la asignación de nuevos fondos para la pandemia. Probablemente, ahora habrá menos centros dedicados ad hoc a la sensibilización sobre las vacunas de los que había antes.
Benjamin Mueller informó en el Times de que los departamentos de salud locales están lidiando con la escasez de personal y el brote de viruela del mono, mientras tratan de poner al día la inmunización de los niños. Además, algunos funcionarios sanitarios parecen creer que es suficiente dejar que cada persona busque vacunarse por su cuenta, principalmente en lugares privados, como las farmacias: en lo que va de año, solo se han asignado 550 millones de dólares a la vacunación a través de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés), frente a los 8500 millones de dólares del año pasado.
Las dosis de refuerzo son de especial ayuda para las personas mayores o con problemas de salud previos, pero a menudo esos grupos tienen que superar algunos obstáculos para acceder a la vacunación. El año pasado, hubo campañas para llevar la vacunación a los centros de mayores y los lugares de paso en las comunidades, o para ayudar a las personas a desplazarse a los centros de vacunación o incluso vacunarlas en su domicilio. Los funcionarios de la Casa Blanca me dicen que siguen intentando llevar a cabo esas campañas, pero reconocen que se hará solo en la medida que lo permitan unos recursos cada vez menores. Sin ese apoyo, ¿cuántas de las personas que más riesgo corren se quedarán sin la dosis de refuerzo, y a las que en otras circunstancias no les habría faltado la voluntad?
Aunque las personas jóvenes y sanas que se hayan vacunado y hayan pasado por una infección posvacunación sin complicaciones corren un riesgo mucho menor de desarrollar una enfermedad grave, se preferible que eviten enfermarse o tener el riesgo de una covid persistente. Pero vayamos más allá de las ventajas personales: a pesar de que a veces se diga lo contrario, las vacunas siguen ayudando a mitigar la propagación, y las dosis de refuerzo pueden reducir aún más la transmisión de la enfermedad, incluso los contagios iniciales, y por tanto ayudar a proteger, especialmente, a los más vulnerables.
Otra encuesta realizada por la Kaiser Family Foundation reveló que alrededor de un tercio de las personas que se pusieron la vacuna, pero no la dosis de refuerzo, dijeron que el motivo fue que “no habían tenido tiempo”. Esa respuesta fue más frecuente entre los adultos hispanos, citada en el 41 por ciento de los casos. Alrededor de otro 25 por ciento de los encuestados aludió a los efectos secundarios.
La baja remunerada tras las campañas de vacunación en el lugar de trabajo y combinar las vacunas antigripales y contra la COVID-19 podrían salvar ese obstáculo. Jha me dice que el gobierno ya les está pidiendo a sus empleados que sigan esos pasos, y falta por ver cuántos los siguen.
Después está la falta de información. La mayoría de las personas que se pusieron la vacuna, pero no la dosis de refuerzo (y alrededor de un tercio no prevén ponerse la dosis actualizada), dijeron que ya estaban lo bastante protegidas por las dosis o contagios previos.
Muchas personas quizá se pregunten también por qué deberían tomarse la molestia de ponerse otra inyección, puesto que el 68 por ciento de los estadounidenses están vacunados con la pauta inicial de dos inyecciones, algunos ya se han puesto la dosis de refuerzo y seguramente alrededor del 60 por ciento del país ya posee cierto nivel de inmunidad tras contagiarse de la ómicron.
Deepta Bhattacharya, un inmunólogo, me dijo que las variantes habían desarrollado la capacidad de evadir la primera barrera de protección de los anticuerpos generada por las vacunas o los contagios previos, aunque las protecciones frente a enfermedades graves siguen siendo muy sólidas. Sin embargo, las nuevas dosis de refuerzo pueden mermar en gran medida esa capacidad de evasión. Cuando se realizaron los ensayos clínicos de las vacunas iniciales, diseñadas para las cepas que entonces había en circulación, se reportó entre el 90 y el 95 por ciento de protección frente a cualquier contagio sintomático, que después fue decayendo con las nuevas variantes y el paso del tiempo. Aunque aún se desconocen las cifras exactas, todos los inmunólogos con los que he hablado me dijeron que las dosis de refuerzo deberían volver a aumentar esas protecciones.
Ya se ha demostrado que las vacunas (y las dosis de refuerzo) reducen enormemente las tasas de covid persistente entre los contagiados, aunque, como es obvio, si se evita por completo el contagio, eso alejaría directamente el riesgo de una covid persistente. El inmunólogo Shane Crotty también señaló que seguramente estas dosis de refuerzo reduzcan aún más la probabilidad de que surjan complicaciones más graves de la enfermedad, incluida la covid persistente, y dice que “cuanto más alto sea tu nivel de inmunidad, menos reproducción vírica tendrás, menor daño vírico y menor probabilidad de covid persistente”.
Y cabe esperar que, en adelante, estas nuevas dosis de refuerzo tengan más ventajas, como una mejor protección frente a futuras variantes, al entrenar mejor a los anticuerpos y las células de memoria, que son partes distintas del sistema inmune. Como me dijo Bhattacharya, el contacto con diferentes versiones del virus (como ocurrirá con estas dosis actualizadas) aumenta y refuerza el tipo de anticuerpos que se generan, entre ellos los que pueden trabajar contra variantes futuras. La inmunóloga Marion Pepper me dijo que una nueva vacuna adaptada a las variantes también puede “crear nuevas células de memoria, diferentes entre sí, que contribuyan a la protección frente a la ómicron y otras variantes con las que aún no nos hemos encontrado”.
Por desgracia, quizá nos enfrentemos a otro problema que ya vimos durante la pandemia: los funcionarios de la salud pública o médicos con mucha proyección mediática que arrojan dudas sobre las dosis de refuerzo al centrarse en sus imperfecciones, en vez de en sus inmensos beneficios, y que se preocupan por la reacción del público, por motivos como su “hartazgo de las vacunas”.
Nunca he entendido esas vacilaciones de las autoridades sanitarias y los médicos por cómo podría reaccionar o no el público. ¿Por qué no simplemente damos información veraz y detallada, y hacemos que sea más fácil vacunarse? Esa es la mejor respuesta al “hartazgo de las vacunas”, aunque pueda seguir costando mucho sensibilizar a quienes son antivacunas comprometidos.
Y algunos escritores y científicos han dicho que no se deberían haber ofrecido las dosis de refuerzo hasta haber finalizado sus respectivos ensayos clínicos en humanos. Sin embargo, ya se han realizado amplios ensayos con humanos, para esta vacuna y algunas de sus actualizaciones, y no es nada raro ajustar una vacuna utilizando los datos provenientes del trabajo de laboratorio o con ratones. Es parecido a lo que se hace todos los años para las vacunas antigripales.
Es probable que durante el otoño y el invierno pasados hubiese personas que dejaron de ponerse la dosis de refuerzo y que, al menos en parte, fuese porque algunos científicos famosos cuestionaron injustamente la utilidad de las dosis. Ahora se da una dinámica similar, y se les dedica una excesiva atención a cuestiones menores, como la obligatoriedad de las dosis de refuerzo en las universidades. Las imposiciones generales son ahora menos necesarias para los estudiantes universitarios, aunque en algunas residencias de estudiantes quizá las apliquen para proteger a los alumnos médicamente frágiles o darles esa posibilidad a otros. Aun así, a los jóvenes se les debe seguir informando de las ventajas de las dosis de refuerzo, y a las personas mayores o médicamente frágiles se les debe seguir recordando encarecidamente los riesgos que aún presenta la COVID-19. Los funcionarios de la Casa Blanca dicen que lanzarán su propia campaña de mensajes para contrarrestar la confusión: esperemos que funcione.
Hay muchos estudios dedicados a los mensajes sobre las vacunas, pero en su mayor parte todo se reduce a generar confianza, a la sinceridad y la transparencia y a hacer la vacunación más fácil. Nuestro terrible sistema sanitario es un obstáculo importante: mantener un trato periódico con el médico puede ser un factor clave, pero a muchos estadounidenses les falta ese trato. No sorprende que, de todos los grupos, los menos propensos a ponerse la vacuna y la dosis de refuerzo sigan siendo los que carecen de seguro.
Como se puso de manifiesto durante la pandemia, es la vacunación, y no las vacunas, lo que salva vidas, y habría muchas más personas vacunadas si se les diera información y se les facilitara el acceso. No disponer de las herramientas contra las enfermedades que causan tanto sufrimiento es una tragedia, pero tenerlas y que no se utilicen debería ser, además, inaceptable.
Fuente: The New York Times